Existe cierto consenso sobre los efectos positivos que tienen las reformas estructurales en el crecimiento potencial de un país. Este sencillo ejercicio trata de ofrecer una visión con datos de diferentes economías europeas sobre el mayor o menor crecimiento del PIB según el grado de reformas realizado.
Para realizar esta medición se ha tomado como referencia el coeficiente Doing Business elaborado por el Banco Mundial. Este organismo realiza una medición objetiva de las normas que regulan la actividad empresarial y su aplicación en 189 países. Incluye la facilidad para crear una empresa, el acceso al crédito o el pago de impuestos, entre otras materias.
Se han elegido seis países dentro de la categoría "más reformistas" -las tres repúblicas bálticas, Alemania, Reino Unido e Irlanda- y cinco dentro de los "menos reformistas" -Italia, Francia, España, Portugal y Grecia-.
Se ha tomado un plazo de veinte años, lo suficientemente largo como para evitar el impacto de un único ciclo. A su vez, la serie del PIB se expresa en volumen y en términos reales para excluir el impacto que pudiera tener la inflación en el crecimiento.
Como se puede observar en el siguiente gráfico, en el largo plazo el crecimiento de los países más reformistas supera a los menos reformistas en un 13% tras el estallido de la crisis, donde la divergencia entre unos y otros se acentúa.
En el detalle por país se observa que únicamente el crecimiento acumulado en Alemania se sitúa por debajo de los países "menos reformistas", como Francia y España. De todos modos, y comparado con Francia, el diferencial se está estrechando en los últimos años (del 6% en 2013 al 4% en 2015), pese a que, como economía más exportadora, la reciente ralentización del comercio mundial está afectando más a las empresas germanas.
Así pues, se observa una correlación entre la intensidad de las reformas y el crecimiento del PIB, ya que este tipo de medidas permiten mejorar la productividad a largo plazo.
La inversión es clave
Otro aspecto a analizar es el diferente patrón en el crecimiento, es decir, cómo ha contribuido el consumo de los hogares, la inversión, las exportaciones (netas de las importaciones) y el gasto público al crecimiento del PIB.
Excluyendo el impacto del consumo de los hogares -pesa más del 50% en el PIB, por lo que es lógico que contribuya más al crecimiento del PIB-, es la inversión la que marca la diferencia, lo que guarda lógica con el entorno regulatorio -y su nivel de reformas-, pues es el mejor indicador del dinamismo empresarial.
En las economías más dinámicas como Irlanda o los bálticos, incluidos en la categoría de países más reformistas y cuyo PIB en promedio ha crecido un 114%, la inversión explica casi una tercera parte al crecimiento durante el período analizado. Por el contrario, en las economías que menos han crecido, como Portugal, Grecia o Italia -incluidos en la categoría de países menos reformistas y cuyo PIB apenas ha crecido un 12% en los últimos 20 años-, la inversión incluso ha descendido.
En cuanto al gasto público, también existe divergencia en su contribución al crecimiento. Entre las economías más dinámicas, su contribución es en promedio de apenas del 9% en comparación con un 26% entre los países que menos han crecido. En los casos extremos de Irlanda e Italia, por ejemplo, el patrón de crecimiento es claramente diferente, con una mayor aportación de la inversión a favor del primero.
El positivo impacto de la inversión en Irlanda va más allá de la burbuja inmobiliaria. El peso de la construcción en la inversión ha pasado del 63% antes de la crisis al 29% actual, tomando el relevo al ladrillo la inversión en patentes (propiedad intelectual) y en bienes de equipo, síntoma inequívoco de su orientación hacia sectores de alto valor añadido gracias a la atracción de multinacionales y capitales foráneos.
Por otro lado, el impacto de las exportaciones netas, termómetro de la competitividad de un país, en el último trimestre de 2015 en Irlanda (2,6%) casi triplica el total crecimiento del PIB en la economía transalpina (1,0%).