El hecho indiscutible es que la estructura empresarial española se caracteriza por una multitud, no ya de pequeñas y medias, sino de pequeñas e individuales. Esas últimas son los sufridos autónomos. Lo difícil es explicar tal peculiaridad. No basta con suponer que se trata de una tara de nuestra economía.
Cierto es que algunos grandes grupos empresariales empezaron en su día como pequeños negocios familiares (El Corte Inglés, Leche Pascual, Inditex, etc.). Pero la inmensa mayoría de tales iniciativas perduran como unidades minúsculas, a las que se añaden cada año muchas más. Naturalmente, otras muchas desaparecen, aunque el censo total aumenta. No se trata de una excrecencia, algo inexplicable, una rémora de nuestra economía. Antes bien, nos hallamos ante un fenómeno estructural, lógico y que acompaña de forma natural a nuestra vitalidad económica.
No es que las pequeñas empresas (incluidos los autónomos) sean más emprendedoras que las grandes. Ese concepto implica un talante creativo que se produce con independencia del tamaño de la organización. Aun así, la creatividad y la innovación se dan hoy más fácilmente en las grandes empresas. Por desgracia, los emprendedores en la realidad no pasan de ser empresarios con subvenciones.
La razón básica del minifundio empresarial está en que así lo pide la estructura económica española. Nuestro rubro económico fundamental es el turismo interior o exterior. Aunque en ese sector haya también grandes cadenas de hoteles y restaurantes, es claro que predominan los negocios pequeños. Es lógico. Un pequeño hotel, bar o restaurante se apoya en el trabajo familiar, y se descarga así de muchos costes. No hay que olvidar tampoco que muchas personas prefieren ser cabeza de ratón que cola de león. Lo de trabajar sin escalones burocráticos anima a mucha gente.
Hay otra razón aún más poderosa para que destaque la miríada de empresas. Los españoles vivimos acogotados por impuestos, tasas y regulaciones de todo tipo. Una forma de sobrevivir a esa jungla fiscal es recurrir todo lo que se pueda a la economía sumergida. Es claro que las pequeñas empresas, y más aún las individuales, sobreviven mejor en ese medio de la economía sumergida. En América la llaman informal.
Las grandes empresas podrán beneficiarse de las economías de escala, de la producción en serie, pero existen también inconvenientes o deseconomías para las grandes organizaciones. Por ejemplo, los costes burocráticos, tantas veces ostentosos o desmedidos, la presión sindical, la necesidad de echar mano de la corrupción, etc. No es, pues, un capricho individual lo que lleva a millones de españoles a organizar su trabajo de forma individual o con unos pocos empleados.