Uno de los datos peor comprendidos acerca de nuestro mercado laboral es el del número de empleados con contrato temporal. Habitualmente escuchamos desde los medios de comunicación y desde las tribunas de los partidos políticos que más del 90% de los nuevos contratos laborales suscritos en España son temporales. Sin embargo, el Gobierno habitualmente repite que el 75% de todos los empleos en España son indefinidos. ¿Quién tiene razón? En realidad, los dos la tienen.
Primero: a finales de 2015, en España había 14,98 millones de asalariados, de los cuales 11,14 millones eran trabajadores con un contrato indefinido y 3,84 millones eran trabajadores con contrato temporal. Por tanto, en España, efectivamente, el 75% de todos los puestos de trabajo son indefinidos (más en concreto, el 74,4%) y, en consecuencia, sólo el 25% son temporales. La tasa de temporalidad, de hecho, se ha ido reduciendo a lo largo de la crisis económica: en esencia porque la dualidad de nuestro mercado de trabajo ha provocado que casi toda la destrucción de empleo se haya concentrado entre los temporales (entre 2007 y 2015, el número de trabajadores por cuenta ajena se ha reducido en 2,2 millones: de ellos, 0,55 millones han sido empleados con contrato indefinido y 1,65 millones, empleados temporales). No obstante, es fácil observar que la temporalidad ya está volviendo a aumentar: de los 704.000 empleos por cuenta ajena que se crearon entre 2014 y 2015, 458.000 fueron temporales (el 65% de todos los nuevos empleos por cuenta ajena).
Segundo, también es verdad que los contratos temporales suelen representar más del 90% de todos los nuevos contratos suscritos. Este dato no contradice al anterior, dado que los contratos temporales tienen muchísima más rotación que los indefinidos. Por ejemplo, si un trabajador firma un contrato temporal de 24 horas que renueva cada día, ese empleado habrá firmado 30 contratos temporales a lo largo del mes para un solo puesto de trabajo temporal. Por consiguiente, es normal que el número de altas laborales de carácter temporal represente un volumen muy superior al de las alta laborales indefinidas: por ejemplo, en el año 2015 se firmaron 18,1 millones de nuevos contratos, de los cuales sólo un millón fueron indefinidos y 17,1 millones fueron temporales. Evidentemente, que en 2015 se firmaran 17,1 millones de contratos temporales no significa que se crearan 17,1 millones de puestos de trabajo temporales (en tal caso, no habría paro en nuestra economía), sino que la rotación de todos los empleos temporales en España (3,7 millones) fue muy alta.
En este sentido, por cierto, la tasa de temporalidad sobre los nuevos contratos temporales apenas ha variado durante la crisis o tras la reforma laboral. Es decir, aunque el porcentaje de empleo temporal ha pasado del 35 al 25% entre 2006 y 2015, los contratos temporales siguen copando cerca del 95% de todos los nuevos contratos.
En definitiva, no se deje engañar por los mensajes políticos o periodísticos interesados: tres cuartas partes de todo el empleo por cuenta ajena de España es indefinido, pero el 95% de los contratos laborales que se suscriben cada mes son temporales debido a la elevada rotación de esta modalidad contractual. Todo lo cual pone de manifiesto dos puntos. Primero, no es verdad que España sea un país donde la inmensa mayoría de sus trabajadores estén sometidos a un régimen contractual de carácter precario y temporal: al contrario, más de 11 millones de personas disfrutan de un contrato indefinido y, de ellas, el 87% lo hace con jornada completa. Segundo, nuestra tasa de temporalidad del 25% se halla entre las más elevadas de Europa, lo que unido al elevadísimo porcentaje de los contratos temporales sobre los nuevos contratos suscritos indica que algo no funciona en nuestro mercado laboral: y eso que no funciona se llama dualidad laboral (hiperprotección de los trabajadores con contrato indefinido, desprotección basurienta de los contratos temporales).
Así pues, ni hay razones para exagerar podemizadamente sobre la universal temporalidad de todos los empleos ni, tampoco, razones para exagerar populacheramente acerca de la excelsa salud y calidad del empleo creado. El mercado laboral español sí está enfermo –por mucho que la última reforma laboral haya ayudado a que esté un poquito menos enfermo– y, por ello, necesita de un tratamiento de shock: un tratamiento de shock que se llama liberalización plena.