Cándido Méndez se despide de la secretaría general de UGT tras 22 largos años en el cargo, entrando así en el reducido grupo de representantes públicos con más de dos décadas de dirección a sus espaldas. Según dice, "es el momento de dar el relevo", justo ahora que está al filo de la jubilación, y, curiosamente, el lugar escogido para decir adiós ha sido el muy proletario Hotel Ritz, uno de los establecimientos más lujosos de Madrid. La hipocresía y desvergüenza que desprende Méndez tan solo es comparable con su funesta gestión en UGT, donde los escándalos de corrupción e irregularidades abundan, y su aún más perjudicial acción sindical.
El problema de fondo no es que Cándido Méndez se haya perpetuado en el cargo cual sátrapa se agarra al poder ni que bajo su mandato el sindicato se haya visto implicado en el expolio de los ERE andaluces o de los cursillos de formación, entre otras turbias tramas corruptas, sino que su relevo, por desgracia, se limitará a un simple cambio de caras, sin más, posponiendo con ello la profunda transformación que requiere el anquilosado y arcaico modelo sindical español para acercarse a los estándares europeos.
Al contrario de lo que muchos piensan, Cándido Méndez y su homólogo en CCOO no son los defensores de los trabajadores, sino sus peores enemigos. La actual bicefalia sindical, herencia directa del sindicato vertical vigente durante la dictadura franquista, y el rígido sistema de negociación colectiva que tanto defiende la izquierda son culpables directos de la elevada tasa de paro que sufre el país desde hace décadas. Hoy, el desempleo supera el 20% como consecuencia de la crisis, pero se olvida que España registra una tasa de paro media próxima al 18% desde los años 80. Sin embargo, en lugar de reconocer el bochornoso fracaso de su modelo, UGT y CCOO han luchado contra viento y marea para mantenerlo en pie, a costa del dinero y el bienestar de los trabajadores, con el fin de blindar su privilegiada posición como "agentes sociales" y garantizar así las generosas subvenciones correspondientes.
Además, el segundo gran logro de Méndez consiste en favorecer la precariedad laboral que tanto denuncia en público. No en vano, la crónica dualidad que padece el mercado de trabajo, dividido entre temporales e indefinidos, es también consecuencia directa de la negociación colectiva y el encarecimiento del despido en los contratos fijos, uno de los más altos de la OCDE. Y todo ello sin olvidar que los famosos cursillos de formación, cuyo elevado coste también corre a cargo del sufrido contribuyente, no sirven para nada, salvo llenar los bolsillos de sindicatos y patronales.
Así pues, el sindicalismo español, en general, y Cándido Méndez, en particular, no representan a los trabajadores -apenas el 10% están afiliados- ni sus intereses, ya que tanto su acción como sus ideas alimentan el paro, la precariedad, el despilfarro y la corrupción, empleando la demagogia como escudo y la huelga política como arma con el único fin de sacar rédito personal. Los sindicatos, tal y como están concebidos en España, son un gran engaño, una estafa, un fraude o, si se prefiere, una mafia legalmente constituida para favorecer a un pequeño grupo de privilegiados a costa del conjunto de los trabajadores y contribuyentes. La familia cambia ahora de padrino, sí, pero su perversa naturaleza permanece intacta por obra y gracia del poder político.