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Así criminaliza la izquierda a quien no comparte sus ideas

Superioridad moral, buenismo y criminalización de adversarios políticos forman parte de la particular genética de la izquierda española.

Superioridad moral, buenismo y criminalización de adversarios políticos forman parte de la particular genética de la izquierda española.

Volvemos a abrir nuestro servicio público dedicado a que los lectores conozcan mejor a la izquierda política. En esta ocasión vamos a hacer un pequeño viaje a través de la criminalización de los rivales políticos. Pasaremos también por la superioridad moral y el buenismo de la izquierda, que son excursiones recomendadas en nuestra visita.

Será un viaje movido, incómodo, acorde a estos tiempos convulsos de beso en la boca, zasca y voto en contra. Pero, sin duda, será un recorrido fructífero. No se pierda usted.

La bondad

Desde que existe democracia en nuestro país, solamente una cosa ha sido más rentable que el piso de protección oficial de Tania Sánchez: la superioridad moral de la izquierda. La izquierda ha sabido venderse como bastión de las causas nobles y justas, bastión de la generosidad y el amor, de todo lo bueno, en definitiva.

Y ese juego de buenos y malos les ha ahorrado muchos esfuerzos a la hora de tener que argumentar o de tener que defender cualquier gestión con datos reales. Cuando eres el bien, todo lo que hagas queda justificado porque tu finalidad es buena. El líder de Izquierda Unida, Alberto Garzón, más conocido por ser hermano del prestigioso economista Eduardo Garzón, lo resumía con brillantez en su paso por El Objetivo de La Sexta:

"Una persona que roba, una persona que extorsiona, que utiliza los fondos públicos para beneficio privado no puede ser de izquierdas. Un delincuente no puede ser de izquierdas".

Y asunto resuelto. Podríamos ahora perder el tiempo poniendo ejemplos de dirigentes comunistas corruptos (perdón por la redundancia) o de políticos españoles socialistas con la mano muy larga y la conciencia muy distraída. Pero sería absurdo, porque no son de izquierdas, no pueden serlo. Como Pilatos. Alberto Garzón coge el jabón entre sus manos, abre el grifo, frota y empieza a salir espuma. Le gusta el calor del agua. Se aclara, cierra el grifo y se seca las manos. Aquí no ha pasado nada.

Pero no crean que esto es un ejemplo aislado. Este tipo de escapatorias vertebran todo el pensamiento comunista actual. Si el comunismo fracasa en algún lugar (no hace otra cosa), es que aquello no fue comunismo. Si se asesinaron a millones de personas en nombre del comunismo, ¿qué culpa tiene el comunismo de que usen mal su bienintencionado nombre? Ninguna.

Criminalizar

Por supuesto, la izquierda sabe que si consigues que tus rivales políticos sean el mal, te estarás de nuevo ahorrando debates innecesarios y cansinos. Los malos son todos aquellos que no piensan como tú y que no están iluminados por ese ansia irrefrenable de bondad de la izquierda.

Ahora que ya sabemos quiénes son, hay que ir más allá. Hay que criminalizar al que discuta las cosas que gusten a la izquierda. Sirva de ejemplo este tuit de Jordi Évole, uno de nuestros oráculos favoritos.

Nótese el uso de mayúsculas en los términos "público" y "pública" en este tuit tal vez dirigido a un público lento y con grave déficit de atención. Da la sensación de que el demócrata Évole quisiera demostrar que utiliza la sanidad pública a pesar de su generoso salario. Tal vez no solamente pretenda demostrarlo, sino que quiere presumir de ello.

Pronto le veremos hacerse una foto en el Metro o junto a una farola, iluminado por luz pública, o usando la acera, patrimonio de todos. El caso es sumar méritos y contarle a todo el mundo lo llano que eres. Por supuesto, el que critique estos servicios públicos, insignia de la izquierda, es un criminal y como tal deberá ser condenado.

Para que usted, querido lector, entienda lo que está muy mal, sirva de ejemplo este tuit de otro individuo del mismo nombre, con la misma cuenta de Twitter, la misma edad y el mismo aspecto físico.

Hace un año este segundo ciudadano llamado, como decíamos, Jordi Évole (no mezclar con el primero) hacía una dura crítica a la sanidad pública. ¿Es acaso este señor indignado un criminal por criticar la calidad de la sanidad pública, patrimonio de todos? Tal vez. Pero yo, humildemente, no pondría entre mis países favoritos a aquéllos en los que no se permite discutir los defectos y virtudes del sistema. Esos países tienden a ser aburridos y soviéticos.

Creemos que discutir la calidad e incluso la existencia de la sanidad pública es algo absolutamente legítimo, tan legítimo como los tuits aquí mostrados. Así que defendemos tanto al Jordi Évole que está orgulloso de la sanidad pública como a su homónimo (ese otro señor) cabreado con ella. Nos gustan ambos, cada uno a su manera.

Veamos otro caso (espero que esté usted tomando apuntes). El conocido politólogo Ramón Cotarelo no tuvo recientemente palabras amables para Rajoy. En una fría madrugada de febrero uno es capaz de todo: lo mismo comparas a Mariano con Hitler que enlazas una noticia de MSN.com. La vida al filo del abismo.

Recordemos que el presidente en funciones ha sido declarado persona 'non grata' en Pontevedra porque el Gobierno ha permitido que una fábrica de celulosa siga operando en la ciudad gallega. Que un Ayuntamiento se dedique a señalar ciudadanos por cuestiones políticas debería avergonzar a cualquier demócrata. No queremos decir con ello que Cotarelo lo sea. Él sabrá.

Consideramos, humildemente, que prorrogar una concesión industrial es una gravísima afrenta universal que avergüenza a toda la nación, pero no llega a ser del todo equiparable a un genocidio. Pero para este politólogo, inesperado enemigo de la celulosa, la concesión de Rajoy forma ya parte de lo peor de la Historia del ser humano. Por suerte, los hombres solamente podemos comprender cierto grado de desgracia. Eso ayuda a seguir adelante.

Levantemos cabeza. A menudo algunos medios colaboran con los pensadores de la izquierda en este proceso de criminalización del enemigo. Recientemente, fue el semanario El Jueves el que mostró discretamente su relativa decepción por los resultados electorales del pasado 20 de diciembre.

Poco después, no contentos con insultar a los votantes de los partidos que no son de su gusto, propusieron un método para acabar con la corrupción del Partido Popular: encarcelar a sus votantes.

Es cierto que El Jueves es un medio satírico como El Mundo Today, Mongolia o Público, pero eso solamente altera el proceso y el tono con el que se difunde esa criminalización. Luego nos sorprenderá el extraño concepto que muchos jóvenes españoles tienen de la democracia.

Tal vez El Jueves debería llegar a la conclusión de que la verdadera izquierda (marca registrada) es tan poco atractiva para muchos españoles que prefieren votar a partidos con decenas de casos de corrupción a sus espaldas. Y parece que están en su derecho.

Un lenguaje propio

El lenguaje lo es todo en la batalla política y los comodines idiomáticos son esenciales para ahorrar tiempo y energía. Por supuesto, la palabra "facha" es el Balón de Oro de los adjetivos de la izquierda. Le siguen "franquista", "machista", "liberal" o "nazi", entre otras. Volviendo a la regla general, todo aquél que discrepa debe ser considerado un "facha".

El uso de esta bomba dialéctica posibilita el sorteo de infinidad de burocracia y lecturas e incluso permite disimular ciertos niveles de idiocia que uno pudiera arrastrar. Esa palabra mágica desacredita a tu rival (enemigo) político, lo convierte en ministro de Franco y anula todo lo que pueda proponer en todo momento.

El problema aparece cuando has estado abusando de los mismos términos desde que tienes uso de razón. Entonces llega un momento en el que tienes que jugar más con el lenguaje y añadir un aumentativo para demostrar que eres mayor de edad. Así que llega el megafacha (patente en trámite), dedicado en este tuit al liberal (enemigo por ello) Juan Ramón Rallo.

Podría parecer que lo de "liberal facha" es como un soprano mudo o un comunista amante de la libertad: una contradicción en sí misma. Pero el término "facha" se amolda, no significa nada y lo significa todo. Da igual, se dice y ya está, liberas toxinas y segregas otras peores y la vida sigue. Nótese además en el tuit la mini amenaza encubierta a La Sexta, que no cumple los estándares de calidad del exigente ciudadano.

Tal vez no lo sabía, pero en la izquierda son verdaderos aficionados a los prefijos: neo, mega, ultra, hetero, turbo, post, tardo… Luego hacen combinaciones al azar con palabras como "liberal", "patriarcado" o "franquista", dando como resultado palabras como "turboliberal", "tardopatriarcado" o "heterofranquista". Defiéndase usted de alguien que le llama "heterofranquista". Nada que hacer, batalla perdida.

En ocasiones, como en el siguiente tuit, pueden usarse varios prefijos al mismo tiempo, amplificando todavía más la potencia de los argumentos. Si, además, aderezas tu escrito con la palabra nazi, alcanzarás la excelencia intelectual de la izquierda. Insuperable.

Los altares

Queríamos terminar este viaje con una pincelada de superioridad moral de la mano de Julio Anguita, garante de lo políticamente sublime, un señor íntegro y fiel a sus ideas, aunque sean todas malas. Este semidios fue entrevistado recientemente por el periódico El Mundo. Allí demostró su superioridad con declaraciones que a un político que no fuera de izquierdas le habrían costado una tormenta de insultos: "¿Usted cree que el 90% de la población piensa?", comentó. "El pueblo se equivoca casi siempre" apuntó.

Un hipster cenando carpaccio no te mira más por encima del hombro que Anguita. Él es uno de los últimos pensadores que quedan en el país. Entendemos que cuando uno recibe tantas alabanzas injustificadas acaba creyéndoselo. "Pablo Iglesias ha conseguido lo que yo quería", añadió en la misma entrevista. Es justo lo que yo digo cuando veo marcar gol a Messi: mira, ha hecho lo que yo quería hacer. Luego duermo mejor.

Imaginen esta anécdota en otra persona al azar (en Franco, por ejemplo): su padre era militar y siempre le decía una cosa: "La espada se lleva para no desenfundarla, pero si la sacas tiene que volver llena de sangre". Anguita también reconoció, sin apenas desprender rencor, que le gustaría "un día volver al Congreso y decir: ¿ahora qué, hijos de puta?". Imagínenlo en boca de Aznar. Pero tampoco exageremos, en casa de Anguita a la hora de comer seguramente no ha habido mucho más odio que en la de Iglesias. Y es odio de izquierdas, por lo tanto, odio bueno.

Con la riqueza también ocurre. En la entrevista Anguita presumía de austeridad y de Seat Toledo comprado hace quince años (que contaminará más que un tren de mercancías, pero expulsando humo progresista, ojo). No es raro que alguien de izquierdas se masturbe pensando en lo austeramente que vive, como si la incapacidad para reunir una fortuna fuera algo de lo que presumir. Pero lo mágico llega cuando alguien que promulga el reparto de la riqueza, la acumula en sus propias manos y cuentas corrientes.

Entonces, el comunista de turno dirá que no existe contradicción alguna. Entienda el mecanismo: si usted es de izquierdas, siempre gana y su autoridad moral será, en todo caso, indestructible. Desde aquí, humildemente, no podemos terminar este feliz paseo sino recomendándole que sea usted de izquierdas y no un criminal cualquiera. A cambio no se le pide nada. Simplemente, sea usted mejor, sea mejor que los demás.

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