El exgobernador del Banco de España Miguel Ángel Fernández Ordóñez (MAFO) está aprovechando la presentación de su libro para tratar de redimir sus pecados, que no son pocos, a costa de echar balones fuera y, lo que es aún más grave, culpar a los demás de sus propios errores y negligencias al frente del supervisor financiero. Entre otras perlas, MAFO culpa al actual ministro de Economía, Luis de Guindos, de propiciar la quiebra de las cajas de ahorros y hundir la confianza de los inversores internacionales en España, desdeñando así cualquier tipo de responsabilidad en el ingente fiasco bancario que sufrió el país tras el estallido de la crisis.
La postura del exgobernador no sólo es ridícula, sino profundamente indecente y bochornosa, ya que fue bajo su mandato donde se labró el posterior desastre de las cajas. No en vano, su función se limitó a mirar hacia otro lado y esconder debajo de la alfombra las inmensas pérdidas que acumulaban dichas entidades con la vana esperanza de que la tormenta económica sería pasajera y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria un mero bache. El fruto de ese fallido diagnóstico fueron las ruinosas fusiones frías, consistentes en unir cajas insolventes, así como la emisión de preferentes y la posterior salida a Bolsa de entidades con el fin de cubrir el agujero que ocultaban sus balances.
En lugar de reconocer la realidad (quiebra) y atajar el problema (rescate privado mediante la conversión de deuda en acciones, entregando así a sus acreedores la propiedad de dichas entidades), MAFO optó por la huida hacia adelante, confiando en que la sombra de la crisis se acabaría desvaneciendo, generando con ello un daño mucho mayor. En primer lugar, porque la ocultación de las pérdidas reales que registraba el sector financiero se tradujo en una creciente y lógica desconfianza por parte de los inversores internacionales, hasta el punto de cerrar el grifo de la financiación a todos los bancos, empresas y familias españolas, con independencia de su mayor o menor nivel de solvencia. En segundo término, porque esa ocultación, consistente en valorar los activos inmobiliarios muy por encima de su precio real, frenó la imprescindible reestructuración del sector de la construcción y ralentizó hasta el extremo el necesario ajuste de precios de la vivienda. Prueba de ello es que el precio medio de los pisos se desplomó hasta un 50% en EEUU, Irlanda o Reino Unido en apenas tres años, mientras que España ha tardado más de siete en alcanzar esa misma corrección, alargando así de forma grave e innecesaria la agonía de la crisis.
Y, en tercer lugar, porque parte de la recapitalización que precisaban las cajas se hizo con el dinero de muchos ahorradores mediante la compra de preferentes y acciones, aprovechándose de su imprudencia, ignorancia o buena fe, y cuya devolución están sufragando ahora todos los españoles. El caso de Bankia es paradigmático, ya que el Tribunal Supremo acaba de dictaminar que se cometió fraude y engaño en su salida a Bolsa. Si esta tesis es correcta, la responsabilidad no puede caer exclusivamente en la anterior cúpula de la entidad, y aún menos en el sufrido bolsillo del contribuyente, que en ningún caso debería hacer frente al coste de la devolución, sino en todos los agentes que, de una u otra forma, participaron en dicha operación, ya que su salida a Bolsa no habría tenido lugar sin su participación. Y eso incluye a la anterior dirección del Banco de España. MAFO no está en disposición de dar lecciones a nadie, puesto que su credibilidad es nula y carece de altura moral. Lo único que puede hacer es pedir perdón a todos los españoles y rendir cuentas por su nefasta gestión pública.