Aunque, hasta el momento, la muy intensa reducción del precio del petróleo haya supuesto una bendición para las economías que lo usan intensivamente como factor de producción (por ejemplo, España), es evidente que está constituyendo un verdadero mazazo para las economías productoras de crudo. Y es que el modelo de desarrollo compartido por todas estas economías de monocultivo petrolero era similar.
Primero, todas ellas se centraban internamente en producir crudo para exportar ese oro negro y utilizar más tarde los dólares que recibían por su venta en importar todos aquellos bienes y servicios de los que carecían dentro (es lo que tiene centrarse en producir petróleo: que vives de sus rentas y no fabricas nada más).
Segundo, dado que en todos esos países la exportación de petróleo se halla controlada políticamente, los ingresos por las ventas del crudo engrosaban los presupuestos estatales, siendo las autoridades gubernamentales las que se encargaban de redistribuirlos entre la población mediante subsidios, subvenciones, empleo público y transferencias varias que, a modo de redes de clientelares, apuntalaban su poder político.
Y tercero, con tal de estabilizar los precios de los innumerables productos importados que en última instancia adquirían sus ciudadanos y sus empresarios, estos países también establecían algún tipo de paridad fija (o flotante sucia) entre el dólar y su divisa local: de esta manera, aunque la población recibiera todos sus ingresos en moneda local, podían acudir al banco central (o a su sucursal bancaria más cercana, bien aprovisionada por el banco central) para adquirir cuantos dólares desearan a un precio fijo. El banco central gozaba de reservas de dólares suficientes para atender esas peticiones debido a las continuas ventas exteriores de crudo por parte del gobierno.
Claro que la sostenibilidad de este modelo, puramente rentista, se ha venido abajo tan pronto como los precios internacionales del petróleo se han hundido ante las presiones competitivas del fracking estadounidense y ante el enfriamiento de la economía china (el segundo mayor demandante de petróleo del mundo y la responsable, desde hace un lustro, de casi la mitad del crecimiento global de la demanda). Así, si los ingresos por exportaciones del petróleo se vienen abajo, la repercusión sobre los países productores es doble: por un lado, los ingresos del gobierno se desmoronan, arrojando un déficit público que deberá ser estabilizado con recortes del gasto o con subidas de impuestos; por otro, las importaciones pasan a superar las exportaciones, arrojando un déficit exterior en virtud del cual empiezan a salir más dólares de los que entran y forzando al gobierno, en consecuencia, a restringir (control de cambios) o encarecer (devaluación) la venta de dólares a su población. Es más, ambos procesos están inexorablemente ligados: si el gobierno se negara a practicar ningún tipo de recortes y pretendiera mantener su enorme déficit público monetizándolo en el banco central, la carestía de divisa extranjera sólo haría que acentuarse, forzando a controlar cambios o devaluar (pues las rentas en divisa local que el gobierno transferiría a la población no se reducirían pero esa divisa local no podría convertirse en divisa extranjera debido a su carestía en el banco central).
No es necesario volver a explicar cómo este esquema del colapso de los países productores de petróleo se ha reproducido durante los últimos años en países como Rusia o, sobre todo, Venezuela. Sin embargo, hay un tercer país al que todas estas perversas dinámicas le encajan como un guante y sobre el que apenas se ha empezado a colocar el foco: me refiero al primer productor mundial de crudo, esto es, Arabia Saudí.
Según los cálculos del alemán Commerzbank, la monarquía saudí necesita que el barril de petróleo se ubique por encima de los 90 dólares para lograr estabilizar su presupuesto y por encima de los 60 para mantener el equilibrio exterior. Es decir, los precios actuales del petróleo deberían duplicarse para acabar con su déficit exterior y deberían triplicarse para equilibrar sus finanzas públicas: por eso, el país ha cerrado 2015 con un déficit público del 15% del PIB y con un déficit exterior del 6,4% del PIB.
De momento, su gobierno ya ha admitido que la situación de las finanzas estatales resulta insostenible y, por eso, ha anunciado unos recortes equivalentes al 10% del presupuesto para 2016. Y a pesar de la nimiedad de su deuda pública acumulada hasta la fecha (equivalente al 6% del PIB), tales recortes no habrán hecho más que empezar si los bajos precios del petróleo persisten: no en vano, y pese a esos recortes, el déficit público de 2016 se estima del 13% del PIB.
Y si, aun a regañadientes, los oligarcas saudíes han comenzado a reconocer la necesidad de un ajuste presupuestario, lo que ni siquiera se han planteado modificar es la paridad entre el riyal y el dólar, fija desde 1986 en 3,75 riyales por dólar. Razones no les faltan: por ahora cuentan con un cómodo colchón para despreocuparse del asunto: 630.000 millones de dólares en reservas exteriores. Por consiguiente, aunque estén entrando en el país muchos menos dólares que antes, el banco central puede seguir vendiendo libremente dólares a la población al mismo tipo de cambio que hace 30 años. Ahora bien, las reservas exteriores no son infinitas: en 2015, con un precio medio del petróleo mucho más alto que el actual, se hundieron en casi 100.000 millones de dólares. Cuanto más se retrasen los recortes presupuestarios y más tarde repunte el precio del crudo, más forzado se verá el país a establecer un control cambiario o a devaluar (al estilo de Rusia o Venezuela).
De hecho, los que sí están empezando a considerar esa hipótesis son los especuladores internacionales y parte de la población saudí: durante las últimas semanas, los futuros del dólar han cotizado a 3,83 riyales, señalizando que no todos confían a medio plazo en que la actual paridad con el dólar se vaya a mantener (los especuladores apuestan por la devaluación; los saudíes más avispados compran dólares hoy pese a ese sobreprecio para cubrirse del riesgo de que mañana les salga mucho más caro).
Pero, ¿tan grave sería que Arabia Saudí devaluara su divisa? Para la popularidad y sostenibilidad de su gobierno, sin duda alguna. Imaginen un escenario donde las transferencias estatales de renta a la población se reduzcan mucho más, donde todos los bienes y servicios que importan desde el extranjero se encarezcan de manera muy notable y donde la carga financiera real de toda la deuda doméstica denominada en dólares se disparara. El empobrecimiento de golpe de los saudíes sería enorme y ello inevitablemente acarrearía importantes consecuencias geopolíticas –tal como ha sucedido en Venezuela o en Rusia–.
Cuanto más se prolonguen los bajos precios del crudo, más agonizará el régimen saudí. No se trata de una hipótesis a décadas vista, sino a pocos años vista.