Ya sé que está en la Biblia: "Creced y multiplicaos". Pero lo decía Adonai a los hebreos para que esa estirpe asediada no se extinguiera. La especie humana toda se encontraba todavía al borde de la desaparición. Sin embargo, ahora la Tierra se encuentra repleta de inquilinos que presumimos inteligentes. A pesar de lo cual, el desiderátum continúa. No quiere decir que deba multiplicarse el número de comensales sino el de bienes, materiales o no. Parece sencillo; no lo es.
Tantos milenios para sobrevivir nos han llevado a la peregrina idea de que todo tiene que seguir siempre creciendo. Natura nos dice que un deseo así no se puede cumplir, pero olvidamos pronto un principio tan razonable. Nos reafirmamos en el tozudo criterio de que debemos estar siempre en expansión, sea la ciudad, la economía, la nación, el universo. De nada vale argüir que tal deseo es de imposible cumplimiento. Incluso el universo en expansión pasará alguna vez a estabilizarse y en seguida a contraerse. Naturalmente, no lo veremos, pero por imaginar que no quede. De tejas abajo nos encontramos en el ápice de la curva del crecimiento económico, del desarrollismo. Me refiero al último siglo, un segundo en la línea del tiempo histórico. Es hora de ir pensando en otro modelo de negocio para la humanidad, la economía, las empresas, los individuos. Ya sé que poner a trabajar la imaginación cuesta un poco, pero vale la pena.
Se impone moderar nuestros impulsos dilatadores. No siempre hay que crecer. Se puede buscar también el equilibrio, la armonía, la quietud. Ya sé que no son valores apreciados en este tiempo nuestro, pero estuvieron vigentes en otro anterior, y quién sabe si no prefiguran los del tiempo futuro. Si casi nada en la vida crece indefinidamente, ¿por qué va a hacerlo el valor del producto económico, del empleo?
La tendencia a la que me refiero se percibe con más nitidez en el mundo empresarial. Es ahí donde queda más claro que domina la divisa de expandirse a toda costa. Parece que el éxito de un negocio consiste en fusionarse con otro, aumentar las ventas de modo indefinido, situarse a la cabeza de todas las medidas de producción. Los Gobiernos hacen suyo ese patrón y trazan su éxito con curvas siempre ascendentes. Es más, llegan a suponer que la verdadera legitimidad del poder político se basa en que las curvas de producción y de empleo sigan para arriba. Se trata de un manifiesto error, de un primitivismo que asusta. En lugar de más deberíamos fijar el objetivo de mejor en muchos órdenes. Claro que, al llegar aquí, me encuentro como el predicador en el desierto, es decir, sin auditorio.