La izquierda que se ha hecho con el poder en ciudades y autonomías de nuestro país presume de ser nueva, pero es más vieja que el hilo negro. Rafael Climent, consejero valenciano de Economía, declaró a El País: "El capitalismo mata. Lleva a que unos pisen a otros".
Esta es la antigua falacia de la suma cero, es decir, pensar que la competencia es socialmente ruinosa porque unos no pueden ganar sin pisar a otros. Pero si esta fantasía fuera una realidad, la humanidad jamás habría prosperado. En cambio, sí tiene razón don Rafael en que hay un sistema donde efectivamente uno vive a costa de los demás. No es el capitalismo sino lo contrario, todas las variantes del socialismo, desde las más vegetarianas hasta las más carnívoras, todos los sistemas donde la competencia libre es sustituida por la intervención política, allí no hay creación de riqueza sino intentos de pisar al otro para conseguir el favor del poder.
Lógicamente, el señor Climent no dijo ni una palabra del sistema anticapitalista, y en cambio recurrió a una antigua consigna: "Lo importante es aplicar sentido común a las medidas que queremos poner en marcha". No se le ocurrió que gobernar es respetar los derechos y libertades de los ciudadanos, y no aplicar el sentido común a su quebrantamiento.
Pedro Santisteve, alcalde de Zaragoza en Común, lista apoyada por Podemos, defendió la llamada remunicipalización con este increíble argumento: "Nos han vendido la falacia de que privatizando se gestiona mejor y es todo lo contrario". Primero, nadie ha "vendido" ese argumento, porque si así fuera se habría notado en la reducción del tamaño de las Administraciones Públicas, cosa que no ha sucedido. Segundo, si realmente fuera "todo lo contrario", es decir, que la estatización fuera equivalente a mejor gestión, entonces los países comunistas habrían sido ejemplares en su prosperidad, lo que, por decirlo suavemente, no parece cierto. Y, hablando de rancias pavadas, sostuvo el señor alcalde: "Es tiempo de cerrar la ciudad, de no extenderla". Es decir, como Mangada en Madrid en 1985.
Una antigua regularidad de la corrección política es la distorsión de la realidad mediante el uso de etiquetas. Alejandro Rebossio se refirió con evidente desdén al "Gobierno del peronista neoliberal y privatizador Carlos Menem (1989-1999)". En primer lugar, el Estado con Menem no sólo no se redujo sino que creció en términos de impuestos, gastos y deuda pública. En segundo lugar, en absoluto fue algo excepcional, porque en aquellos años la estrategia de vender empresas públicas pero al mismo tiempo aumentar el tamaño del Estado redistribuidor fue algo bastante general. La cuestión es: ¿habría escrito el señor Rebossio unas líneas desdeñosas sobre el "Gobierno del socialista neoliberal y privatizador Felipe González (1982-1996)"?