El mayor tratado comercial de la historia. Un acuerdo histórico. Una oportunidad nunca vista. El impulso que la economía mundial necesita para esquivar los miedos de recesión. Los titulares se acumulan. Tras cinco años de negociaciones, EEUU y once países del Pacífico (entre ellos Japón o Australia) firmaron este lunes uno de los acuerdos comerciales más importantes que se recuerdan, el Trans-Pacific Partnership (TPP). Quizás el más relevante de la historia si excluimos a los que formalizaron la creación de la Organización Mundial del Comercio y los sucesivos pactos que se han generado en ésta.
Las cifras son mareantes: involucra al 40% de la economía mundial y sus defensores hablan de unos beneficios de 233.000 millones de dólares al año, de los que 77.000 millones llegarán a los EEUU. Todo eso está muy bien, pero habrá quien se pregunte cómo nos afecta eso a los españoles, si es que nos afecta. Y lo cierto es que sí, puede tener consecuencias. Por un lado, habrá una positiva, pero muy menor: un incremento en el comercio internacional en una región tan importante tendrá repercusiones beneficiosas para toda la economía mundial y algo nos llegará, aunque sea poco.
Pero hay otro aspecto más relevante que no se puede dejar a un lado. El TTP era sólo una cara de la moneda de la ambiciosa agenda en términos de política comercial de la Administración de Barack Obama. En el aspecto económico, el presidente de los EEUU quiere dejar como legado de su mandato el cierre de dos enormes acuerdos comerciales: el TTP y el Transatlantic Trade and Investment Partnershipcon (TTIP) con la UE. Este último sí afectará (y mucho) a España y la pregunta ahora es cómo queda tras el acuerdo del lunes. ¿Es más o menos probable que llegue a un final feliz? Pues no está muy claro.
15 meses
Quedan 15 meses para que Barack Obama deje la Presidencia de EEUU y todo el mundo parece de acuerdo en que ésta es la mejor ventana de oportunidad para el acuerdo. Nadie sabe cómo respirará una nueva Administración americana en este tema, ni cuál será el resultado de las primarias y las elecciones, ni qué grupos de presión irán sumándose a la oposición al tratado.
Cualquier acuerdo de estas características tiene que pasar por el filtro del Senado y la Cámara de Representantes. Eso sí, en este caso será rápido y no hay posibilidad de enmiendas. Los congresistas norteamericanos tendrán que votar Sí o No, sin tocar el texto. Ése fue el primer gran triunfo de Obama, conseguir la aprobación de un procedimiento más corto y más rápido que dejaba las manos libres a los negociadores. Los países que han firmado con EEUU saben que no se enfrentan ahora a un interminable procedimiento de ratificación ni a la posibilidad de cambios en el texto firmado. Desde que el presidente comunique oficialmente el acuerdo, habrá 90 días para su ratificación sin posibilidad de introducir cambios. La prensa norteamericana apunta a la próxima primavera.
La teoría dice que los republicanos son más favorables a los acuerdos de libre comercio y los demócratas más proteccionistas. De hecho, el propio Obama asume que tendrá más problemas en su bancada que en la oposición, tanto para el TTP como para el TTIP. En este contexto, las cuentas de los promotores del tratado son las siguientes: conseguimos el apoyo de la mayoría de los republicanos por una cuestión ideológica y la presión de la Casa Blanca empujará a unos cuantos demócratas a votar a favor.
Por eso, una vez que Obama ya no esté en el cargo, las cosas se complican. Por un lado, si gana un demócrata, lo normal es que esté mucho menos entusiasmado por los acuerdos comerciales que el actual presidente. De hecho, Hillary Clinton no ha apoyado oficialmente el TTP. Y si las próximas elecciones las gana un republicano las cosas serán aún más complicadas. Porque convencer a los congresistas demócratas de que apoyen un acuerdo cerrado por el partido contrario será mucho más difícil.
El problema es que si las naciones del Pacífico minimizan sus barreras para comerciar con EEUU y Europa las mantiene, la competitividad de las empresas del Viejo Continente se verá dañada. Está claro que desde hace años la economía norteamericana ha virado hacia el Oeste; desde este lunes, el proceso podría acelerarse si Europa no está viva.
¿Impulso o barrera?
En este punto, la UE lo tiene complicado. La posición oficial es que la firma del TTP ayudará a la firma del tratado del Atlántico. Cecilia Malmström, la comisaria de Comercio ha asegurado que es "una buena noticia" que EEUU firme este acuerdo con los países del Pacífico, porque hará que la atención se centre en las negociaciones con Europa. En el mismo sentido, Business Europe, la mayor organización empresarial del continente que agrupa a las grandes patronales de los países miembros de la UE, habló de "un nuevo ímpetu" en las negociaciones a partir de este lunes y del TTP como antesala del TTIP. La lógica que está detrás de estas manifestaciones es que será más fácil firmar el segundo tratado teniendo como guía el primero.
Pero también puede leerse en sentido contrario. Por un lado, la presión para Obama se reduce. Ya tiene un gran pacto comercial. Probablemente querría tener otro, pero la urgencia es menor. Y tendrá que sufrir mucho para sacar adelante el TTP en el Congreso, ¿le quedarán fuerzas para impulsar un nuevo acuerdo? Lo mismo puede decirse de los congresistas, que en un año electoral tienen muy pocos incentivos para apoyar este tipo de tratados. Si aprueban uno, el siguiente que tengan sobre la mesa sufrirá más. Vamos que, ante la duda, el que llegue el último tiene todas las de perder.
Porque además, el apoyo al tratado no es unánime ni siquiera entre los republicanos. Para empezar, porque las industrias afectadas presionan a sus congresistas para que se opongan. Además, está el factor Donald Trump, que se ha abierto paso en la campaña denunciando este tipo de acuerdos comerciales como anti-americanos. Si el empresario sigue siendo relevante en la campaña (y no parece que esto vaya a cambiar), incluso aunque no gane la nominación, su postura a favor del No ganará peso.
Y hasta ahora sólo hemos hablado de las complicaciones que llegarán de EEUU. El trámite no será sencillo tampoco en Europa. En principio, tanto los populares como los socialistas han llegado a un consenso en favor del TTIP. Pero a izquierda y derecha, los populistas del Viejo Continente les están robando apoyo electoral, y la oposición a este acuerdo es una de sus banderas. Marien Le Pen o Pablo Iglesias coinciden (entre otras muchas cosas) en sus invectivas contra un acuerdo que aseguran que "vende la soberanía" de los países firmantes.
Al final, el tacticismo político es el gran escollo de este acuerdo y de cualquier otro similar. El discurso proteccionista siempre tendrá fuertes aliados en cualquier país y circunstancia. Según los cálculos del Centre for Economic Policy Research (CEPR), los beneficios del TTIP podrían llegar a 119.000 millones de euros al año para Europa (o unos 545 euros por familia) y 95.000 millones para EEUU. Las exportaciones a la primera potencia mundial desde el Viejo Continente podrían crecer un 28% y el total de ventas al exterior subiría un 6%.
Pero estos beneficios están muy distribuidos. Nadie sabrá cuánto le afecta en concreto que las exportaciones a EEUU se disparen. Los puestos de trabajo creados no tienen nombre y apellidos. Las ganancias en productividad son complicadas de vender a la opinión pública. Y asociar una cesta de consumo más barata o más atractiva con la firma del TTIP tampoco es sencillo.
Al contrario, las pocas industrias afectadas negativamente (CEPR cree que entre el 0,2% y el 0,5% de la fuerza laboral de la UE tendrá que cambiar de sector) sí son muy fáciles de identificar. Normalmente, son las menos competitivas y más protegidas. El ejemplo clásico es el de los artistas franceses, mimados por su legislación ante la competencia externa. No son los únicos, pero sí los más ruidosos. Todas estas industrias saben desde hace años que están perdiendo pie y, por eso mismo, están muy bien organizadas para sacar ventajas de sus gobiernos, apelando a la soberanía, la producción nacional o los pequeños empresarios, incluso aunque sea a costa de los consumidores.
En este punto, la gran ventaja del TTIP (como del TTP) es que no se centra, como la mayoría de los acuerdos comerciales, en aranceles o costes a la exportación. En realidad, estos ya son bastante reducidos. Su principal objetivo es la legislación y la burocracia, que impide, ralentiza y encarece estos procesos. Y es más difícil oponerse a reducir el papeleo que un arancel.
La idea de los negociadores sería que una empresa europea que tiene permiso para operar en la UE lo obtenga de forma automática (o casi) para hacerlo en EEUU (y viceversa). Es decir, que no se exijan requisitos extra, como ocurre ahora. Puede parecer un tema menor, pero los costes que implican y la pérdida de competitividad que acompañan a estos costes son enormes.