La desaceleración de China y la caída de los precios de las materias primas han puesto en evidencia un concepto equivocado –compartido por numerosos ecologistas, personajes destacados y ONG– del modelo de desarrollo chino: que los recursos naturales del mundo se están acabando.
Bajo la impresión de una supuesta carrera por los recursos naturales, las empresas estatales chinas han invertido masivamente en minas y demás iniciativas extractivas alrededor del mundo. Por su parte, ecologistas y afines proponen límites al consumo y el crecimiento.
Si fuese válida la idea de que las commodities son cada vez más escasas, estaríamos viendo un continuo aumento en los precios de los recursos naturales. Lo contrario está ocurriendo, pero en años recientes no pocos han advertido de que la producción de petróleo, alimentos, gas y un sinfín de minerales ya pasó su cénit y está en caída.
No sorprende que tales angustias se viertan durante una bonanza de materias primas. Ocurrió así en el ciclo anterior, en los setenta, cuando se nos dijo que se acabarían los recursos naturales más importantes en treinta años y, como predica el Papa ahora, que nuestro modo de vida era insostenible.
Un libro recientemente publicado, The End of Doom, de Ronald Bailey, experto en temas ecológicos y científicos, brinda el antídoto –con múltiples cifras y evidencia empírica– contra el pesimismo en que cae la humanidad de tiempo en tiempo. Bailey documenta que la economía global produce superciclos en los que aumentan y caen los precios de las materias primas durante períodos de 30 a 40 años y que corresponden a fenómenos como la industrialización de EEUU y Europa en el siglo XIX, el desarrollo de Japón el siglo pasado y el de China en años recientes.
Probablemente estemos a la mitad del superciclo actual. Y una vez más la innovación y el sistema de precios han incrementando las reservas y la producción de recursos naturales. Gracias a la revolución del gas y el petróleo shale en EEUU, por ejemplo, la producción se ha disparado, contribuyendo al colapso de sus precios. Ese patrón se ve en un rango de bienes. El índice de bienes agrícolas y minerales de la revista The Economist, por ejemplo, muestra una caída promedio anual en su precio del 0,5% desde 1871.
En la práctica, a pesar de que la población mundial se ha multiplicado varias veces en los últimos dos siglos, el planeta se ha vuelto cada vez más abundante. Y el hecho de que la humanidad siga aumentando su eficiencia significa que el uso de los recursos nos lleva mucho más lejos que antes. Por ejemplo, la producción agrícola se ha disparado (trayendo para abajo el precio de los alimentos), pero se está usando menos tierra para producir mayores cosechas. Esto ha permitido la reforestación en buena parte del mundo, cosa que ha desacelerado la deforestación global.
Otro efecto de una mayor productividad y eficiencia es la mejora del medio ambiente. Los países ricos son los que mejor cuidan sus recursos naturales, demostrando que, luego de llegar a cierto umbral de ingresos, los países sitúan la ecología como prioridad y tienen los recursos para ocuparse mejor de ella.
Los precios que sí han subido a lo largo del tiempo en buena parte del mundo son los salarios. La buena noticia es contraintuitiva: la mayoría de los recursos son cada vez más abundantes y son las personas, a pesar del crecimiento de la población mundial, que en términos económicos se están volviendo relativamente más escasas o, por lo menos, más valoradas. No debemos permitir que la visión pesimista de la humanidad sustituya a la innovación y a las decisiones libres de miles de millones de personas que son responsables por este progreso humano. Eso solo resultaría en una profecía autocumplida.
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