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Juan Ramón Rallo

El fin de semana en que Syriza suicidó a Grecia

El empecinamiento en mantener un Estado sobredimensionado ha terminado por arruinar a los ahorradores griegos de buena fe.

El empecinamiento en mantener un Estado sobredimensionado ha terminado por arruinar a los ahorradores griegos de buena fe.

Apenas medio año después de llegar al poder, Syriza ya ha abocado a Grecia a un corralito. Lo ha logrado especialmente en las últimas 48 horas, cuando Tsipras decidió levantarse de la mesa de negociaciones y convocar unilateralmente un referéndum aconsejando a los griegos que rechacen el acuerdo con la Troika. Lo hizo con el apoyo de su partido, el de los reaccionarios de Anel y el de los neonazis de Amanecer Dorado. El social-populista y sus socios parlamentarios no querían recortar el gasto (tampoco el militar) ni subir impuestos. Querían, simplemente, seguir haciendo aquello que ha caracterizado a Grecia durante las últimas décadas: vivir de prestado para no pagar. Para ello, nada mejor que quemar los barcos adoptando una postura de fuerza: o nos dais lo que pedimos, o se terminan las negociaciones con el aval del pueblo soberano.

A la hora de la verdad, sin embargo, los ciudadanos griegos no se mostraron demasiado ilusionados con ese festín democrático del referéndum: desde el viernes por la noche, comenzaron a agolparse ante bancos, gasolineras y supermercados para hacer acopio de dinero y bienes básicos en previsión de un corralito que deje desabastecido el país. A la postre, en la actualidad la banca helena pende del hilo del BCE: es Draghi quien, comprometiendo imprudentemente el dinero de todos los europeos, la está manteniendo con vida desde que en enero los griegos comenzaran a sacar su dinero del país para ponerlo a mejor recaudo, esto es, fuera de las garras populistas de Syriza.

Si el BCE se mantenía firme ante el órdago de Tsipras, se acababa el juego para el populismo syriziano. Pero Varoufakis, ese magnífico postureador que siempre ha estado susurrando a los oídos de Tsipras, estaba convencido de que las instituciones comunitarias terminarían cediendo: desde hace años viene repitiendo insistentemente que la UE no puede permitirse dejar caer a Grecia porque eso supondría el fin del euro. Pero esta vez, y al menos hasta el momento, parece que Varoufakis ha metido la pata hasta el fondo. A primera hora de este domingo, el BCE vio el órdago que le lanzaron desde Atenas: si bien no tenía intención de retirar el crédito concedido hasta la fecha a la banca griega, tampoco iba a seguir incrementándolo indefinidamente. Y eso, en una sociedad que sigue retirando masivamente su dinero de los bancos, equivale a dejarlos caer.

A mediodía, Varoufakis seguía en modo negación y, haciendo gala de esa transparencia democrática tan característica de la nueva política, prometía a sus ciudadanos que en ningún caso habría controles de capitales. Dicho y hecho: apenas unas horas después, Tsipras comparecía en televisión para anunciar un corralito que, según nos informan, pretende prolongarse hasta la celebración del referéndum el próximo domingo. Hasta entonces, los ahorros de los griegos permanecerán congelados en los bancos, no sea que más adelante el gobierno necesite confiscarlos para poder sufragar sus gastos unos meses más.

Pero el problema ya no es el referéndum: es que las negociaciones con los acreedores se han roto y no será fácil recomponerlas. Syriza no sólo pide una reestructuración de la deuda actual, sino que el resto de Europa le sigamos prestando más dinero (mucho más dinero): ¿y cómo prestar más dinero a largo plazo a una casta y neocasta políticas que no han dejado de hacer méritos para estafar a sus ciudadanos y al conjunto de los europeos? Difícil rehacer con Syriza la baraja que Syriza ha roto: del mismo modo que Papandreu fue un cadáver político el día en que convocó el referéndum, no queda claro cómo Tsipras puede alcanzar un acuerdo creíble con sus acreedores después de haber dado la espantá con nocturnidad y alevosía. ¿Qué sentido tiene aprobar una nueva quita en la deuda griega y seguir extendiéndoles financiación en condiciones privilegiadas cuando ningún político griego quiere adoptar las medidas necesarias como para poder devolver esa nueva deuda en algún momento futuro? ¿Cómo seguir dándoles cuerda, a costa de los contribuyentes europeos, cuando todos –desde Nueva Democracia a Syriza, pasando por el Pasok– han acreditado mala fe, tacticismo, fraude generalizado y voluntad de seguir viviendo a expensas de los europeos?

No, Syriza acaba de suicidar a Grecia para poder seguir gastando aquello que no tienen (televisión pública griega o gasto militar desbocado incluidos): rotas las negociaciones, finiquitada la financiación extraordinaria del BCE, a corto plazo sólo queda el corralito. A medio plazo, la salida del euro y el regreso a la dracma para poder imprimir moneda a placer del político castuzo de turno: es decir, el robo indisimulado a su población depreciando el valor internacional de su patrimonio. El empecinamiento en mantener un Estado sobredimensionado ha terminado por arruinar a los ahorradores griegos de buena fe.

Las implicaciones para el conjunto de la Eurozona de este paso en falso griego todavía son inciertas. En principio, el que un país que incumple sistemáticamente las normas que hacen viable el euro abandone la divisa común debería reforzar la credibilidad de aquéllas: "O es un socio fiable, o mejor se marcha". Pero, roto el tabú de que un país abandone el euro, la incertidumbre volverá a sobrevolar la Eurozona: si Syriza en seis meses ha impuesto un corralito en Grecia, ¿quién será el siguiente? ¿Acaso no puede reproducirse esto mismo en Italia con el Movimiento Cinco Estrella, en Francia con el Frente Nacional o en España con Podemos? Una vez las dudas se extiendan a los mercados sobre la continuidad del euro como divisa, el miedo puede regresar entre los inversores nacionales e internacionales, dando al traste con cualquier perspectiva de recuperación. Ese es el arma con el que siempre ha jugado Varoufakis: la Troika no iba a consentir la salida de Grecia del euro porque provocaría inmediatamente su ruptura por Italia, España y Francia.

Pero, más allá de las consecuencias a medio plazo para Grecia y para España, sí deberíamos aprender ciertas lecciones básicas del desastre griego. Primero, no podemos gastar indefinidamente aquello que no tenemos: la acumulación indefinida de deuda no es sostenible, ni siquiera falseando las deudas (tal como hizo Nueva Democracia en colaboración con Goldman Sachs). Segundo, una vez se ha sobredimensionado el Estado hasta límites insostenibles, no se puede huir hacia adelante confiando en que desde fuera nos van a rescatar (tal como hizo el Pasok). Tercero, la neocasta no es la respuesta a los problemas generados por la casta: reclamar más gasto, más impuestos y más endeudamiento sólo contribuye a terminar de hundir el país y los ahorros de los ciudadanos (tal como ha hecho Syriza). Y cuarto, no hay que rescatar a gobiernos extranjeros manirrotos: si los dirigentes políticos no quieren cuadrar sus cuentas, debemos dejarles quebrar con su orgullo patriótico intacto (lo que no hizo la Troika en 2010 ni en 2012).

Los políticos griegos nos han dado importantes lecciones de qué camino no debemos seguir, como en 2001 ya nos las dieron los argentinos. No terminemos de convertir a España en Grecia, por mucho que la casta de Nueva Democracia y el Pasok sea un calco de PP y de PSOE y por mucho que la neocasta de Syriza sea la hermana gemela de Podemos.

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