Syriza, la coalición de extrema izquierda que gobierna en Grecia desde el pasado mes de enero, llegó al poder con la firme promesa de mejorar la dramática situación económica del pueblo heleno y sacar al país de la crisis. Su receta era simple, a la par que demagógica y profundamente falaz. La solución, según vociferaba entonces el actual primer ministro, Alexis Tsipras, consistía, simplemente, en impagar la deuda pública, disparar el gasto y revertir las escasas medidas de flexibilización económica acometidas por Atenas desde 2012.
El día a día de los griegos, sin embargo, es radicalmente opuesto al utópico futuro que alentaba el abyecto radicalismo heleno. Desde que, a finales de 2014, se anunció la convocatoria de elecciones anticipadas en Grecia, el país ha sufrido una histórica fuga de capitales y de depósitos que, entre otros muchos efectos, ha desencadenado una grave crisis de liquidez bancaria, empresarial y estatal. Hasta el momento, los griegos han sacado de sus bancos cerca de 40.000 millones de euros (el 25% de la cifra total), evidenciando así su nula confianza en la solvencia del sistema financiero y, en última instancia, del propio Estado heleno. Los inversores, por su parte, han huido despavoridos ante las ruinosas políticas económicas y presupuestarias que pretende llevar a cabo Syriza, ya que su proyecto se resume, básicamente, en repetir todos y cada uno de los errores que han conducido a Grecia hasta la quiebra. Prueba de ello es que la prima de riesgo se ha disparado desde los 500 puntos básicos registrados en septiembre hasta los 1.200 que ronda en la actualidad.
Pero esta total desconfianza no solo se ha traducido en una masiva huida de capitales y ahorros, sino en una nueva recesión. El PIB de Grecia se está contrayendo con fuerza y, como consecuencia, la tasa de paro está volviendo a subir, con todo lo que ello supone. La situación es aún más trágica si se tiene en cuenta que la economía griega comenzó a crecer en 2014, con un tímido aumento del 0,8%, pero que, según se estimaba, se aceleraría por encima del 3% este año y el siguiente. Es decir, tras sufrir seis largos años de recesión por culpa del intenso estatismo y la crónica irresponsabilidad de sus políticos, Grecia, al fin, comenzaba a crecer, a crear empleo y a salir de la crisis... Hasta que, por desgracia, llegó Syriza.
De hecho, Grecia incluso logró financiarse en los mercados a precios razonables, mientra que hoy el mercado crediticio mantiene su puerta cerrada a cal y canto, como no puede ser de otra forma, ante un Gobierno manirroto como el de Tsipras, centrado, exclusivamente, en cómo chantajear al resto de socios europeos para seguir gastando a placer sin necesidad de hacer las mínimas reformas y ajustes para garantizar la devolución del dinero al conjunto de los contribuyentes de la Unión. Desconfianza, recesión, paro y ruina. Ése, y no otro, es el fruto real de la extrema izquierda. Según las últimas encuestas, el 55% de los griegos afirma que su situación económica ha empeorado en los últimos seis meses, el 41% dice que se mantiene igual y tan sólo el 3% admite que ha mejorado. En definitiva, un balance pésimo que, sin embargo, podría empeorar hasta extremos insospechados en caso de que, finalmente, Atenas no llegue a un acuerdo con sus acreedores para renovar el rescate, lo cual acabaría desencadenando el impago, el corralito e incluso la salida del euro del país.
En España, por el contrario, la situación económica es muy distinta, pero los nefastos frutos de la izquierda radical ya se han hecho notar en las ciudades en las que Podemos, a través de sus filiales y con el imprescindible apoyo del PSOE, se ha hecho con el Ayuntamiento. Madrid y Barcelona son, sin duda, los casos más relevantes. Falta saber si cumplirán, y en qué medida, todos y cada uno de los contraproducentes puntos que llevan en sus programas electorales, pero las victorias de Manuela Carmena y Ada Colau ya se han traducido, por el momento, en la paralización de grandes inversiones inmobiliarias e importantes proyectos empresariales, con todo lo que ello supone en términos de generación de riqueza y empleo. No importa quién, cuándo o dónde se aplique. El aberrante recetario comunistoide que defienden Syriza, Podemos y tantas otras fuerzas de extrema izquierda siempre acaba igual de mal, con pobreza generalizada, una brutal represión política y una amarga desesperanza social... Ya sea en Venezuela, en Grecia o en España.