Así, textualmente, tituló La Vanguardia un preocupado editorial hace un tiempo, señalando:
Las exportaciones españolas, que hasta ahora han sido el motor de la recuperación, empiezan a frenarse.
Las metáforas en economía son siempre engañosas, y esta del "motor" también, porque da la sensación de que si exportamos menos creceremos menos. Las cosas son más complejas, empero. Las exportaciones pueden frenarse, por ejemplo, porque aumenta la demanda local y al tiempo se desaceleran las economías en los países que importan bienes y servicios españoles. Menos exportaciones no quiere decir simplemente que se pierda competitividad.
Asimismo, la búsqueda de la devaluación del euro como bálsamo de Fierabrás es un viejo equívoco, que puede resultar inútil incluso a corto plazo en presencia de otras medidas que incrementen los costes locales, y por supuesto por la neutralización de sus efectos vía incrementos de los precios.
En línea con remotos errores mercantilistas, el editorialista ama las exportaciones y odia las importaciones, en especial las de bienes de consumo. Lo cierto es, por un lado, que las importaciones de bienes de equipo han aumentado considerablemente en los últimos tiempos, lo que es un indicador de la recuperación, y no resulta lamentable que las personas compren sus bienes de consumo donde quieran: al contrario, resulta bueno para ellas, que por eso lo hacen, y bueno también para los empresarios, al brindarles señales para reajustar sus actividades y ser más competitivos.
Sin embargo, las reflexiones de La Vanguardia ponen rumbo al desatino: hay que corregir el déficit comercial, asegura el diario, y añade: "Mientras eso no se consiga, España, con su exceso de importaciones, no hace otra cosa que crear empleo y riqueza en el extranjero en lugar de hacerlo en el país". Sobrevive el camelo de que en una transacción voluntaria sólo una de las partes resulta beneficiada en términos de riqueza y empleo, y sólo es siempre la parte que vende.