Ya es ironía que la palabra "sindicato" sea una construcción del griego que significa algo así como "con justicia". Alguna vez pudo ser ese su ideal, pero hoy en España se han convertido en una rémora para el progreso. Son la última herencia del Franquismo, una fuerza rutinaria y en el fondo conservadora.
Históricamente los sindicatos surgieron en Europa al compás de la revolución industrial. Pero en España su origen no es fabril sino campesino. Los primeros sindicatos fueron los de jornaleros en el campo andaluz en la segunda mitad del siglo XIX. Su estilo violento y solidario se refleja muy bien en la novela de Blasco Ibáñez, La bodega. Retrata una terrible huelga en los trabajadores de Domecq.
A finales del siglo XIX empiezan a surgir sindicatos de obreros industriales y trabajadores de los servicios (linotipistas, telegrafistas, etc.). Son núcleos poco numerosos en Barcelona, Bilbao y Madrid. Durante todo el periodo de la Restauración, los sindicatos se mantuvieron contrarios a los partidos llamados dinásticos y ejercieron su acción de forma revolucionaria. El ejemplo culminante fue la huelga general de 1917. Coincidió con una crisis de los partidos tradicionales y su fórmula del "turnismo".
Durante la II República los sindicatos UGT (socialista) y CNT (anarquista) alcanzan su ápice. Se organizaron más como grupos políticos con una fortísima participación. Tuvieron un papel muy destacado en la sublevación de 1934 y en el Frente Popular de 1936. Hubo también un principio de sindicatos católicos, pero no prosperaron.
El Franquismo supuso la disolución automática de los partidos políticos y los sindicatos. En su lugar se alzó un difuso Movimiento Nacional con los correspondientes Sindicatos Verticales, al final Organización Sindical. En ambos casos la "verticalidad" significaba la dependencia absoluta del Gobierno.
Con todo, en la Organización Sindical fueron introduciéndose solapadamente las "llamadas" (así había que decirlo) Comisiones Obreras, ligadas al Partido Comunista de España. En ellas hubo también una cierta influencia católica. El régimen conservó cierto léxico anarquista, como "sindicalista" o "solidaridad". En la práctica, los sindicatos franquistas sirvieron para contener los salarios y forzar así la industrialización.
Advenida la Transición democrática, en seguida se reconocieron dos grandes sindicatos "de clase": UGT (ligada al PSOE) y Comisiones Obreras (unida al Partido Comunista). El Estado les confirió algunos privilegios, como el de la contratación colectiva y el disfrute del patrimonio de la Organización Sindical. La cual a su vez lo había heredado de los sindicatos de la República. Lo curioso es que Comisiones Obreras participó de ese reparto, aunque no existía antes del Franquismo. Los sindicatos anarquistas (muy débilmente representados) se quedaron bonitamente fuera del reparto.
Lo fundamental de la nueva fórmula de la Transición es que los sindicatos llamados "de clase", aunque ligados a los respectivos partidos de izquierdas, dependen del Estado. También lo hacen las patronales. Es una magnífica continuidad solapada con el Franquismo.
La gran paradoja está en que, tanto los sindicatos como las patronales, sean las instituciones más ancladas en el Franquismo.
Los líderes sindicales o empresariales son más bien "funcionarios", como lo fueron en el diseño franquista. La fuerza de los sindicatos se parece más bien a la de los grupos de presión. De nuevo son utilizados hábilmente por los Gobiernos para contener las alzas salariales. España culminaba definitivamente su tardía revolución industrial. La presión sindical se ejerce sobre todo en las grandes empresas, más todavía las que son públicas o contratan con el Estado. El número de afiliados a los sindicatos, así como sus presupuestos, son estadísticas desconocidas.
Llegamos así a la crisis económica de 2007 (no de 2008, como se dice oficialmente). A diferencia de lo que sucedió en la crisis de 1929 en Europa y Norteamérica, los sindicatos españoles actuales no organizan ninguna misión solidaria, como pueden ser los comedores populares. Siguen siendo apéndices del Estado.
Por ejemplo, mantienen una representación corporativa en ciertos organismos públicos. En ellos ejercen una oposición verbal sin ninguna consecuencia práctica.
Resulta irónico que, cuando los funcionarios sindicales comentan que el empleo que se crea a trancas y barrancas resulta "precario", la precariedad mayor es la de su puesto de trabajo, claramente parasitario. La función real de los dos grandes sindicatos es la proveer a los partidos de izquierda de "movilizaciones", que incluso pueden llegar a ser "huelgas generales". Se trata de una mímesis de su antigua función revolucionaria. En este caso es verdad que la Historia se repite como farsa.
La página más ominosa de la última trayectoria sindical es su engarce con la corrupción política en gran escala, la que representa, por ejemplo, el caso de los ERE de Andalucía. Es el caso de máximo latrocinio del dinero público, con el agravante simbólico de que era para los parados. Debería ser el estímulo para la refundación de unos sindicatos verdaderamente democráticos e independientes de los partidos y del Estado. No hay indicios de que se esté produciendo tal movimiento.