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Cinco claves del mercado laboral de 2020 a las que España ya llega tarde

Los datos de paro son buenos, pero mirando a medio plazo, las enfermedades recurrentes que afectan a nuestra economía no se han corregido.

Según la última Encuesta de Población Activa (EPA), España tenía una tasa de paro del 23,7% en diciembre de 2014. Hablamos de 5,4 millones de desempleados. Los que quieran ser algo más optimistas pueden agarrarse a la cifra de los Servicios Públicos de Empleo publicada este lunes, que recoge aproximadamente un millón menos de parados. Pero con una u otra estadística, está claro que nos encontramos ante datos excepcionales, por lo elevados, y desconocidos en los países de nuestro entorno. Según Eurostat, sólo Grecia está por encima y eso tras seis años de crisis que está a punto de llevarse al país por delante. De hecho, apenas otros tres países de la UE se acercan o superan por poco el 15%.

El problema no es sólo que las cifras actuales sean bajas. Aunque parece claro que las cosas seguirán mejorando en los próximos años, no se ve ninguna posibilidad de que nos acerquemos a unas cifras homologables a las del resto de la UE en lo que queda de década. Los expertos apuntan a que no se recuperará el nivel de empleo pre-crisis antes de 2020.

Pero nuestros males no se pueden resumir sólo con números. En todo el mundo se está viviendo una transformación del mercado laboral como no se había visto en décadas. Economistas, políticos, académicos y gurús de todo tipo discuten cómo afectará la nueva economía del conocimiento a las empresas y los trabajadores del siglo XXI.

Parece claro que habrá grandes cambios. Y quizás no hay un acuerdo en cómo de importantes serán, pero sí existe un cierto consenso en la dirección emprendida. La pregunta es si España llegará a tiempo de coger el tren. Todo apunta a que, otra vez, llegaremos tarde a la cita.

1. Un trabajador, una empresa: hace tres meses The Economist le dedicaba su primera portada del año al nuevo mercado de trabajo con un artículo y un editorial que titulaba Workers on tap (algo así como "trabajadores a disposición"). El semanario británico se centraba en la economía de internet y las nuevas tendencias laborales: más empleo autónomo, menos relaciones jerárquicas, menos seguridad a cambio de más libertad,... La revista habla de Uber o Airbnb, ejemplos del nuevo tipo de empresas sin trabajadores, que conectan directamente a los consumidores finales con los productores del servicio. El autor incluso habla de un horizonte en el que "todo el mundo sea su propia empresa".

Sin llegar a tanto, parece evidente que en los próximos años veremos el crecimiento de este tipo de empleo. Un futuro en el que, como explica Forbes, la reputación será cada vez más importante, tanto para los empleados como para las compañías que quieran atraer ese talento. Cada trabajador será, especialmente en los puestos de de alta cualificación, su propia marca y tendrá que cuidar de la misma.

En España, mientras tanto, la extensión del empleo autónomo es el mal menor que esconde en muchos casos puestos de trabajo por cuenta ajena no declarados. Las compañías recurren a este formato por ahorrar costes (no por una decisión sobre organización interna) y los trabajadores lo aceptan a regañadientes, no porque estén pensando en ganar libertad. De hecho, el 62% de los empleados españoles estaría dispuesto a prescindir de parte de su sueldo a cambio de asegurar su puesto de trabajo. Sólo en India este porcentaje es superior. Es decir, mientras en el mundo civilizado la tendencia es hacia la flexibilidad, nuestra obsesión es la estabilidad.

2. Siempre a la búsqueda: es la otra cara de la moneda. Los nuevos trabajadores no se conforman con esperar a ver qué hace su empresa. En EEUU, un porcentaje cada vez mayor de los empleados jóvenes están permanentemente buscando trabajo, incluso aunque estén contentos con el actual. Es más, hasta un 48% admiten que lo hacen desde su oficina. El 26% de los llamados millennials (nacidos alrededor de 1990) aseguran que las empresas deberían asumir que es normal que sus empleados quieran cambiar de puesto antes de cumplir un año de permanencia en la compañía y sólo un 13% apuesta por permanecer en el mismo lugar más de cinco años.

No es sólo una tendencia norteamericana. En las economías del norte de Europa cada vez es más habitual que las carreras laborales sean mucho más movidas que hace unos años. Y es frecuente que sea el propio implicado el que busca este cambio. Desde el punto de vita legal, se traduce en la famosa flexiseguridad, que protege al trabajador y no al puesto. No es que nadie quiera ser despedido o perder su empleo, pero con porcentajes rondando el 5-7% de paro (como en Dinamarca, Austria, Suecia, Holanda o Alemania) los cambios se ven como una oportunidad antes que un drama.

Pocos jóvenes españoles contestarían así a una encuesta. Ya hemos visto antes que aquí la obsesión es un contrato fijo. Y esto es así porque la legislación en teoría más garantista del continente, con uno de los costes de despido más elevados y más protección aparente al trabajador, ha generado una dinámica en la que no sólo el paro está por encima del 20% desde hace un lustro, sino que estos desempleados conviven con más de 11 millones de empleos precarios no deseados (en otros países de Europa, la mayoría de contratos temporales o a tiempo parcial son buscados por los propios trabajadores).

3. Un horizonte cambiante: no son sólo los trabajadores los que deben hacer frente a un escenario más movido. También las empresas deben adaptarse. Y no siempre lo hacen. Contrariamente al mito de los grandes titanes del capitalismo que se enrocan en su posición de privilegio e impiden a los demás jugadores enfrentarse a ellos, lo cierto es que la permanencia media de las compañías que cotizan en el S&P 500 ha pasado de 67 años en 1920 a 15 años en la actualidad. La economía más dinámica del mundo también aplica el principio de destrucción creativa a sus empresas más poderosas.

Esto no tiene nada de malo. Unas empresas nacen, otras mueren y las nuevas replazan a las viejas como creadoras de empleo. El problema es cuando no se permite que este proceso se desarrolle normalmente y se protege a los insiders de cualquier alternativa nueva. El IBEX 35 es uno de los índices con un mayor porcentaje de empresas dependientes de decisiones políticas (la expresión de moda en los últimos años es "capitalismo castizo").

Lo cierto es que el caso de Inditex es más la excepción que la regla. De nuevo nos encontramos ante la pescadilla que se muerde la cola: con un 25% de paro, nadie está dispuesto a que su empresa o puesto de trabajo desaparezca, porque las perspectivas de encontrar uno nuevo son mínimas; cualquier cambio en cualquier industria genera movilización social y enormes resistencias; ciudadanos de a pie y medios de comunicación defienden las posiciones adquiridas incluso aunque eso perjudique al interés general; los grupos de presión tienen más fuerza que en otros países; se generan aún más rigideces y menos competitividad; en última instancia, esta dinámica lleva a que sea aún más complicado la introducción de competencia por miedo a la misma.

4. Máquinas vs humanos: quizás sea la novedad de la que más se ha escrito. Las máquinas aparentan ser una oportunidad pero también una amenaza. Nadie tiene muy claro cómo afectará a corto plazo al mercado laboral. En este informe del Pew Center, expertos de diferentes procedencias apuntan a riesgos y alternativas. Unos son más bien optimistas y otros pesimistas, pero todos creen que es inevitable. Al principio, parecía que los robots arramblarían con los empleos industriales, pero en los últimos años la capacidad de los ordenadores para replicar el trabajo humano de cuello blanco en aspectos hasta entonces poco previsibles (desde la contabilidad a la traducción pasando incluso por la prensa escrita) ha descolocado a industrias que se creían seguras.

Según un estudio, el 47% del empleo en EEUU está en la categoría de "alta probabilidad de sustitución" por parte de los ordenadores, en cierto sentido porque tienen un alto porcentaje de tareas rutinarias o maquinables. Como decimos, hay de todo en este grupo, desde empleos de baja cualificación hasta trabajos que hasta ahora estaban reservados para titulados superiores.

¿Y dónde queda España? Pues de nuevo no muy bien. Para protegerse de los robots, un mercado laboral tiene dos alternativas: empleo de mucho valor añadido, altas habilidades y mucha capacidad de adaptación (desde creativos hasta ejecutivos podrían entrar en este grupo); y empleo de baja cualificación pero difícil de replicar por las máquinas (desde camareros hasta servicio doméstico). No hay nada indigno en estas últimas ocupaciones, pero cualquier país del primer mundo debe aspirar a basar su economía del futuro en las primeras.

Como explica Juan Ramón Rallo en su artículo de esta semana, nuestro país tiene un problema grave de productividad de la fuerza laboral y ésa es la principal razón que explica los bajos sueldos (al final cobramos lo que somos capaces de producir). Pero, cuidado, también le hace más susceptible de perder la guerra contra las máquinas: si no eres capaz de ofrecer algo diferente, será mucho más fácil que un ordenador te sustituya.

Salarios y productividad en Europa

5. Formación continua: nada para defenderse de lo expuesto en el anterior epígrafe como la formación. Todos los estudios confirman que los trabajadores del futuro tendrán que estar más preparados y eso no implica sacarse un título con 25 años y echarse a dormir. Las nuevas tendencias apuntan a una reinvención continua, aprovechando todas las herramientas que la tecnología pone a nuestra disposición. Por ejemplo, aquí The Economist apunta a las posibilidades que se abren ante los trabajadores: desde cursos online de calidad a hacer parones en la carrera laboral para reinventarse profesionalmente. De nuevo, sin un mercado de trabajo que funcione y aporte oportunidades será muy complicado. ¿Quién va a dejar su trabajo para hacer un master en un país con 25% de paro? ¿Quién se atreve a pedir media jornada en un entorno en el que la obsesión es la estabilidad?

El problema es que esto tiene consecuencias. Los españoles salieron muy malparados de los resultados de los exámenes PIAAC (el PISA para adultos). Nuestro nivel de competencias básicas para los adultos de entre 16 y 65 años es el segundo más bajo de la OCDE: sólo estamos mejor que Italia. Todas las características de nuestro mercado laboral apuntan en la mala dirección: muchos contratos temporales no deseados (el grupo de trabajadores que menos se forma en su puesto de trabajo, tanto por desinterés de la empresa como del propio empleado), mala calidad de la formación que se ofrece, disparidad entre lo que demanda el mercado y los cursos a disposición de los empleados,... Hablábamos antes de que el objetivo primero de cualquier economía debe ser subir la productividad; con este panorama, en España sería un milagro.

Notas Informe PIAAC 2013

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