La tirantez continúa entre ambos mandatarios. No ha habido una reunión bilateral, ni tan siquiera una charla distendida. En Bruselas, Mariano Rajoy y Alexis Tsipras tenían una nueva oportunidad de limar asperezas, pero el encuentro parece poco probable. Para empezar, el mandatario español no participa en la cumbre restringida que sus homólogos francés y alemán han organizado con el primer ministro griego y los dirigentes de las instituciones europeas Donald Tusk, Jean Claude Juncker y Mario Draghi. "No es determinante", se excusó Rajoy nada más pisar Bruselas.
Según la Moncloa, las relaciones diplomáticas no están rotas, pero Atenas "se equivocó" al atacar a un país aliado tras la última reunión del Eurogrupo, en la que, como siempre, las decisiones se tomaron por unanimidad. Y se añade que "si alguien te insulta lo primero es que te pida perdón y, después, que tenga algún gesto".
En este contexto, y aun habiendo rebajado la tensión en la cumbre energética celebrada en Madrid con mandatarios comunitarios -entre ellos, François Hollande, que le respaldó-, Rajoy restó importancia al hecho de que no esté en la foto con Tsipras orquestada por el presidente del Consejo, Donald Tusk, y en la que París y Berlín llevarán la voz cantante: "No creo que sea determinante, determinante es lo que diga el Eurogrupo", se limitó a decir, mientras su equipo de comunicación intentaba dar por concluida su declaración ante los periodistas. En todo caso, consideró la cita como "una reunión de buenos oficios" para que el Ejecutivo heleno "avance en la buena dirección" y cumpla con las normas pactadas.
Consciente de que sus recientes rifirrafes diplomáticos con Grecia no son ningún secreto ni en las capitales europeas ni en Bruselas, el presidente evitó alimentar las crónicas sobre sus poco fluidas relaciones que, en último extremo, insinúan que al presidente del Gobierno le vendría bien electoralmente un batacazo de la Grecia de Syriza para pararle los pies a Podemos. "Yo me reúno con todo el mundo que quiera reunirse conmigo como es natural y, además, es mi obligación", zanjó al inicio del despacho del PP europeo previo a la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la UE que se celebra en Bruselas.
Sin embargo, no todos los países se han tomado con deportividad ver a Alemania y Francia asumir el timón en un asunto que atañe a todos. De hecho, el primer ministro belga, Charles Michel, se llegó a declarar "furioso" por haber sido excluido de una reunión con un socio al que, como se encargó él mismo de recordar, Bélgica ha prestado 7.000 millones de euros. Según el relato de fuentes diplomáticas, también los dirigentes de Países Bajos y Luxemburgo protestaron por el formato de la "mini cumbre" y varios gobernantes reclamaron la presencia del presidente del Parlamento Europeo a modo de árbitro. A todos ellos, Tusk trató de apaciguar asegurando que no se tomarán decisiones.
Mucho más que un rescate
Lo cierto es que, ni con España ni sin ella, la reunión en "petit comité" sobre Grecia que se celebra este jueves no tiene muchos visos de llegar a buen puerto. Horas antes de que los socios se sentaran ante el paciente heleno, desde Berlín ya llegaba el habitual jarro de agua fría con Merkel avisando ante el Bundestag de que los acuciantes problemas de liquidez de Grecia no tienen una solución ni fácil ni rápida. "Requerirá mucho esfuerzo", continúan repitiendo desde Berlín y Bruselas, sin molestarse en ocultar que ya no se trata de un rescate arriba o abajo, ni de un matiz semántico para no levantar ampollas políticas, sino de una cuestión mucho más profunda que atañe a la misma pertenencia de Grecia en la moneda común.
"¿Es ésta una situación sostenible?", pregunta la prensa sólo un mes después de que los socios del euro trataran de frenar a Syriza cortándole el paso a cualquier "decisión unilateral", en un acuerdo que Atenas, a ojos de la ortodoxia comunitaria, ya ha burlado con sus medidas de esta semana para paliar la crisis humanitaria.
"Es una consideración que se hace mucha gente", admiten altas fuentes diplomáticas, conscientes del difícil encaje que tiene, por una parte, la voluntad de Grecia, aireada esta misma semana por Alexis Tsipras, de "no dar marcha atrás", y, por otra, las exigencias de un Eurogrupo que no rebaja sus condiciones y que ha convertido aquello de "las reglas están para cumplirlas" en estribillo oficial.
Ni siquiera el comisario francés Piere Moscovici, socialista de talante conciliador y más amigo del lenguaje de la flexibilidad que el de la austeridad, ha descartado esta semana que el drama griego pudiera saldarse con un final imprevisible. Moscovici, de hecho, se mostró favorable a que Grecia esté en el euro, pero apuntillando que "no a cualquier precio".
Con todo, según diversas fuentes, existe voluntad para sacar al socio adelante. Eso sí, para ello, insisten los Gobiernos, "todo el mundo debe poner de su parte". Y lo que le toca a Grecia, si quiere recibir el siguiente tramo de la ayuda, es presentar una serie de reformas a las que la troika pueda dar su beneplácito.