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EDITORIAL

Europa no puede ceder un ápice frente a Grecia

El riesgo aquí estriba en que este nuevo balón de oxígeno de cuatro meses sea empleado torticeramente por Atenas.

El peligroso y contraproducente órdago que ha lanzado el nuevo Gobierno de Grecia al conjunto de la zona euro sigue, más o menos, en el mismo punto en el que empezó. Después de que Atenas amenazara a sus socios con romper la baraja, el Eurogrupo acordó el pasado jueves extender, finalmente, otros cuatro meses el actual plan de rescate, cuya vigencia expiraba el próximo 28 de febrero, para, de este modo, seguir negociando un nuevo plan de asistencia a medio y largo plazo.

Era de esperar que ambas partes alcanzaran algún tipo de pacto para prolongar el rescate, ya que, en caso contrario, las consecuencias para Grecia serían dramáticas, desatando, además, un nuevo período de incertidumbre y tensión financiera en el seno de la zona euro. Y lo bueno es que, si bien Atenas ha conseguido algo de tiempo extra, las condiciones estipuladas para seguir prestando dinero al Gobierno heleno siguen, prácticamente, intactas. El gran perdedor de la negociación, al menos en este primer asalto, ha sido el Ejecutivo de Alexis Tsipras. No en vano, Syriza llegó al poder con la promesa firme de impagar la deuda, anular el plan de rescate, revertir la imprescindible senda de reformas y recortes exigida por sus acreedores y acabar con la supervisión de la troika. Por suerte, nada de eso ha sucedido. Tsipras se ha visto obligado a cruzar todas y cada una de las líneas rojas que se había marcado.

Atenas ha aceptado renovar el rescate actual, se ha comprometido a culminar las reformas y ajustes pendientes que marca dicho programa, tendrá que seguir registrando superávit presupuestario, no podrá adoptar políticas o aumentar el gasto sin autorización previa del Eurogrupo y, además, afirma que pagará en tiempo y forma su deuda. Así pues, por el momento, se han evitado los peores escenarios: ceder a las exigencias del populismo griego y la salida de Grecia de la Unión Monetaria.

Pese a ello, la guerra está lejos todavía de haber concluido. El riesgo aquí estriba en que este nuevo balón de oxígeno de cuatro meses sea empleado torticeramente por Atenas para intentar engañar de nuevo a sus socios, bien incumpliendo las promesas realizadas, bien manteniendo el inaceptable chantaje que ha protagonizado hasta el momento para obtener financiación mediante la ley del mínimo esfuerzo, es decir, haciendo lo justito para que evitar su expulsión del euro.

Sería un grave error por parte de los socios comunitarios bailarle el agua a Tsipras y los suyos. La izquierda radical griega no se va a dejar vencer tan fácilmente, entre otras razones porque, si se pliega al Eurogrupo e implementa las reformas estructurales y recortes que sigue precisando el país para salir de la crisis, Syriza tardará poco en perder el Gobierno. Europa no puede ceder un ápice ante Atenas. Debe mantener una posición firme y sólida frente al suicida programa económico de Syriza. Y no sólo porque financiar a Grecia rebajando las condiciones exigidas para que pueda devolver el rescate constituiría un robo a los contribuyentes europeos de imposible justificación, sino, sobre todo, porque desviarse de la necesaria senda de austeridad y reformas, tal y como pretende Tsipras, garantiza el empobrecimiento y la ruina del pueblo heleno.

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