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José García Domínguez

Alegraos, la deuda va a crecer

España ya disfruta a estas horas de la segunda deuda externa más grande del mundo, 1,1 billones (sí, con b) de euros.

Están muy contentos. Merkel está muy contenta. Rajoy está muy contento. De Guindos está muy contento. Margallo está muy contento. Los expertos que imparten magisterio en los platós de televisión están muy contentos. Los periodistas de la pomada están muy contentos. Andan tan contentos y felices todos porque, según las previsiones últimas de la Comisión Europea, la deuda externa de España va a crecer todavía más en 2015. Y eso, por lo visto, los llena de infinito gozo. España, es sabido, ya disfruta a estas horas de la segunda deuda externa más grande del mundo, 1,1 billones (sí, con b) de euros. En el arte de hipotecar el destino de una nación por la vía de endeudarse sin límite con los de fuera, entre todos los habitantes del planeta únicamente han conseguido superarnos los yanquis. Los yanquis y nadie más. Somos, sí, los subcampeones mundiales en el muy alegre deporte de deber dinero al prójimo extramuros de las fronteras. Pero en 2015 vamos a esforzarnos por destronar al líder.

Así que pediremos prestada otra buena montaña de millones para comprar fuera lo que no podemos pagar porque no tenemos con qué. Una gran noticia digna de celebrarse por todo lo alto, sí señor. España, asegura la Comisión Europea, crecerá en 2015 un poquito menos que la potente Grecia (el 2,5% ellos frente al 2,3% nosotros). Y lo hará no gracias a las exportaciones, que para nada está previsto que aumenten. Ni gracias a la inversión privada, que tampoco resucitará desde su tumba. Ni merced al incremento de la renta disponible de los hogares a consecuencia de unas subidas salariales que no han existido. España crecerá algo en 2015 solo porque los que todavía tienen trabajo, en vez de ahorrar, van a gastar más de lo habitual en las tiendas. Dicho de modo hiriente para la sufrida cofradía de los devotos de la austeridad: vamos a crecer gracias al despilfarro del Estado, que no cumplirá con el objetivo de déficit, y por la canita al aire que echarán unos consumidores hartos de contenerse a lo largo de un quinquenio. Única y exclusivamente por eso. En cualquier caso, cimientos de barro para un efímero edificio construido con humo. Nada sólido ni llamado a durar.

Ocurre siempre: cada vez que repunta el consumo, la balanza por cuenta corriente se desequilibra de nuevo. Y esta vez no va a resultar distinto. Estamos atrapados en una ratonera: si no aumenta el consumo no podremos crecer, la condición imprescindible para algún día poder pagar la deuda. Pero si aumenta el consumo, al instante se nos disparan las importaciones, haciendo que la losa de la deuda, en lugar de menguar, aumente todavía más ese peso insoportable que nos asfixia. Es la lógica demoníaca de un modelo de crecimiento simbiótico. Alemania, con una productividad sistémica muy superior a la de los países del sur de la Unión, basó su economía en la exportación de excedentes a esos territorios meridionales, España incluida. Era simple: ellos nos vendían y nosotros les comprábamos. Y el dinero para los pagos salía del único lugar posible: la propia banca alemana, que concedía créditos a granel al sistema financiero de aquí.

Luego, los españoles construíamos edificios y urbanizaciones con todos esos billetes frescos. Muchos edificios y muchas urbanizaciones. Cuantos más, mejor. Los sueldos de los obreros de la construcción en Seseña, pues, venían de los ahorros de algún jubilado de Múnich. Y la nómina del obrero volvía después a Múnich en forma de pagos por los productos alemanes adquiridos por su mujer en El Corte Inglés. Con una economía basada en el turismo de alpargata y la construcción, creábamos empleos de muy escasa calificación, baja productividad y mal retribuidos. Empleos propios de país pobre que se apresuraron a ocupar extranjeros pobres. De ahí el crecimiento exponencial de la inmigración que vivió España. Trabajadores poco cualificados que necesitarían vivir en algún sitio, algo que a su vez estimularía la hipertrofia del sector de la construcción. Un bucle que se retroalimentaba sin cesar. Podríamos haber seguido así toda la vida si no llega a estallar la burbuja. Pero estalló. Aunque ahora nuestro establishment luce una sonrisa feliz porque el modelo parece que vuelve por sus fueros. Con decir que esperan un crecimiento del 3,1% de la construcción en 2015. ¡Qué alegría!  

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