"Nada nos humaniza tanto como la aporía, ese estado de inmensa perplejidad en el que nos encontramos cuando nuestras certezas se hacen añicos; cuando, de repente, no podemos explicar lo que ven nuestros ojos, lo que tocan nuestros dedos, lo que oyen nuestros oídos. Septiembre de 2008 fue uno de esos momentos". Así comienza uno de los libros de mayor ambición intelectual que se hayan escrito sobre la Gran Recesión. Una obra, El Minotauro global, llamada ya a constituirse en clásico del pensamiento económico. Su autor, el catedrático de la Universidad de Texas Yanis Varoufakis, resulta ser el mismo Varoufakis que acaba de ser normado hace unas horas ministro de Finanzas de Grecia.
El big bang que comenzó con la caída de Lehman Brothers, una convulsión de los cimientos mismos del capitalismo que aún no ha terminado siete años después de la primera gran explosión, empujó a la aporía a alguien hasta entonces tan seguro de su personal cosmovisión como Greenspan, un hombre con la honestidad (inimaginable en España) de admitir a los ochenta años que durante toda su vida había estado equivocado, que su modelo teórico sobre cómo funciona el capitalismo era erróneo. La misma aporía que se apoderó de la Reina de Inglaterra ante el claustro en pleno de la London School of Economics, cuando abroncó a su decano, por entonces el español Luis Garicano, por predicar una presunta ciencia que se había revelado del todo impotente a fin de alertarnos del desastre.
Y es que, más que una bancarrota financiera, 2008 supuso una bancarrota intelectual. El paradigma sobre el que se sustentaba lo que creíamos el conocimiento económico, simplemente, se vino abajo. La teoría económica académica, el canon, la ortodoxia, no puede explicar esta crisis. Es algo que cae fuera de su alcance analítico. La gente del común todavía no lo sabe, pero el rey está desnudo. Detrás de su impresionante arsenal matemático no hay nada. Como en la Roma de Adriano, los viejos dioses (del pensamiento) han muerto y los nuevos aún no han llegado. E igual que entonces, estamos solos.
Varoufakis, que también escribe desde la aporía, forma parte de una larga tradición de economistas que, sin sentir ningún entusiasmo por el capitalismo, se esforzaron por salvarlo de sí mismo. El más grande de ellos, Keynes, aquel liberal que siempre despreció a Marx y que nunca encontró tiempo para leer El Capital, todavía hoy pasa por peligroso izquierdista entre los biempensantes. Justo al contrario que Varoufakis, alguien que sería percibido como keynesiano a ojos de cualquier lector ilustrado si él mismo no se empeñara en decirse marxista. Mas léanlo, vale la pena.