La probable llegada de Syriza al poder tras la convocatoria de elecciones generales en Grecia para finales de enero ha vuelto a poner sobre el tapete su posible salida del euro.
El partido de Alexis Tsipras lidera todas las encuestas de intención de voto mediante un claro discurso en contra de la austeridad, la troika y el pago de la deuda, y a favor de elevar aún más el gasto público y el peso del Estado sobre la economía helena. Asimismo, a diferencia de lo que señalaban hace escasos meses, ahora defienden permanecer en el euro, siempre y cuando Bruselas cumpla sus exigencias.
La reacción ante este nuevo escenario no se ha hecho esperar. Por un lado, el Fondo Monetario Internacional (FMI) congeló temporalmente la financiación a Grecia, a la espera de que se forme el nuevo Gobierno de Atenas, mientras que los inversores se han desprendido de acciones y bonos griegos, hundiendo la bolsa y disparando la prima de riesgo del país en los últimos días. Hoy por hoy, el mercado concede a Grecia una probabilidad de quiebra cercana al 66%, según reflejan los seguros frente a impago de la deuda helena.
En este sentido, la cúpula de Syriza no ha dudado en advertir de que una de sus primeras decisiones de gobierno será paralizar el pago de la deuda y renegociar sus condiciones. "Nueva Democracia y PASOK han decidido pagar. Nosotros estamos diciendo que podríamos no pagar. Podríamos no pagar porque vamos a negociar y decir que este programa [de rescate] no es sostenible", según afirmó Yiannis Milios, una de las figuras clave de la política económica de Syriza.
Por su parte, el ministro de Estado, Dimitris Stamatis, indicó que "esto llevaría inmediatamente a nuestro país al default y provocaría su salida del euro".
Alemania, harta de Grecia
Sin embargo, en este caso, su permanencia o no en la moneda única dependerá más de la decisión que adopte Alemania que la de los propios griegos. No en vano, la única posibilidad de que Atenas vuelva a disparar el gasto público, anule las escasas reformas aprobadas e impague la deuda, pero todo ello permaneciendo dentro del euro, consiste en que el resto de estados miembros, empezando por los alemanes -el mayor contribuyente neto al proyecto comunitario-, paguen la factura mediante una nueva ampliación, en tiempo y cuantía, del rescate soberano otorgado a Atenas en 2010, extendiendo así una especie de cheque en blanco.
Pero, por el momento, los alemanes no parecen estar muy dispuestos. Michael Fuchs, un destacado miembro del partido de Angela Merkel, afirmó el pasado miércoles que los países de la Unión ya no están obligados a rescatar a Grecia porque "ya no es de importancia sistémica para el euro".
Si Tsipras revierte las reformas y las políticas de austeridad, "la troika tendrá que cortar el crédito a Grecia […] Los tiempos en los que tuvimos que rescatar a Grecia han terminado. No hay posibilidad de más chantaje político. Grecia ya no es de importancia sistémica para el euro", advirtió. "El euro no está en peligro si Grecia abandona" la moneda única, indicó.
No es la primera vez que Fuchs carga contra Grecia, pero su opinión refleja hoy una posición ampliamente compartida por un creciente número de políticos y población en Alemania tras cuatro años de constante asistencia financiera, dos programas de rescate y una quita acordada con los acreedores privados, a cambio de unas reformas y ajustes cuyo ritmo ha sido lento y su profundidad escasa. La cuantía del rescate heleno asciende a más 240.000 millones de euros.
De hecho, el propio ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schaeuble, avanzó hace escasos días que, pase lo que pase, el próximo Gobierno de Grecia deberá respetar los acuerdos alcanzados con la troika, lanzando con ello una clara advertencia contra cualquier intento de incumplimiento.
Asimismo, Hans-Werner Sinn, el máximo responsable del Ifo, un influyente instituto alemán de análisis económico, también indicó que la salida de Grecia del euro bien podría ser una opción a barajar. "Más quitas de deuda serán necesarias una y otra vez, a menos que el país se libere de la zona euro y recupere su competitividad por la vía de la devaluación".
Menor riesgo de contagio
En cuanto al posible contagio a otros países periféricos, la opinión predominante tanto en Berlín como en Bruselas es que hoy ese riesgo es mucho menor y, desde luego, más manejable que en 2010 debido a los mecanismos de asistencia que, a modo de cortafuegos, han sido aprobados desde entonces.
"Creo que la Unión Monetaria puede manejar la salida de Grecia", según Michael Hüther, director del instituto alemán IW. "El efecto en cadena sería limitado. Ha habido avances institucionales, tales como la unión bancaria. Europa es mucho menos fácil de chantajear que hace tres años". Según recoge The Telegraph, ésta sería la visión dominante en Alemania, tanto a nivel social como político. Es decir, en la actualidad, el problema de Grecia tan sólo tendría alcance nacional y no sistémico, a diferencia de lo sucedido al inicio de la crisis del euro.
Pese a ello, cabe recordar que los principales acreedores de Grecia son el resto de estados de la zona euro, de modo que su quiebra y su salida del euro se traduciría en cuantiosas pérdidas para los contribuyentes de la moneda única. Por un lado, las garantías aportadas por Grecia al Fondo de rescate europeo, equivalentes a unos 22.000 millones de euros, se tendrían que repartir entre los demás países.
Y algo similar sucedería con las cuantías aportadas por los diferentes estados miembro al rescate heleno: de los 245.000 millones de euros prestados al Estado griego, Alemania, Francia, Italia y España sufrirían, por este orden, las mayores pérdidas.
¿Y el BCE?
Por último, aunque el Banco Central Europeo (BCE) lleva meses avanzando la posibilidad de comprar una gran cantidad de deuda soberana, será complicado que ejecute dicho plan adquiriendo unos bonos, los griegos, cuyo futuro Gobierno no está dispuesto a pagar, lo cual dificultaría la ejecución del plan de expansión cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés), según acaba de advertir Morgan Stanley.
"La tormenta política griega podría complicar la preparación de un QE [Quantitative Easing]. La perspectiva de que el BCE pueda, potencialmente, incurrir en graves pérdidas podría intensificar el debate en el seno del Consejo de Gobierno [del BCE], donde el QE sigue siendo controvertido", concluye.