En 2010 y 2012, la Eurozona estuvo al borde del colapso. Y no sólo por Grecia. Los rumores aseguran que hubo momentos en los que la deuda de países como España o Italia no aparecía en las pantallas de los operadores porque no había mercado. Estábamos en quiebra técnica. En aquellos años, con la prima de riesgo por encima de los 600 puntos, todas las miradas estaban centradas en los bonos soberanos y en cómo los mercados de deuda podían acabar con el experimento de la moneda única.
Este martes, el bono español a diez años cerraba en el 2,1%, con un diferencial de 127 puntos básicos respecto al alemán. Todos aquellos peligros parecen muy lejanos. Por eso, quizás a alguno le sorprendiera que Wolfgang Münchau, el correponsal del Financial Times para asuntos europeos, titulara su artículo dominical "El euro está en una situación más peligrosa que en el momento cumbre de la crisis". Y no es el único. The Wall Street Journal o The Economist han publicado reportajes similares en las últimas semanas.
Para los políticos europeos es un tema tabú. Se ha salido de la crisis de deuda y punto. No hay incertidumbres acerca del futuro de la moneda única. Pero los riesgos para el euro no sólo no se han evaporado. Según desde qué ángulo miremos, podríamos convenir en que son aún mayores. La pregunta es si esta vez, como hace dos años, los políticos europeos serán capaces de evitarlos. La clave de este nuevo análisis ya no está en la deuda pública, sino en la recesión y en sus efectos, sobre la economía y también sobre la política europea.
Para empezar, hay que recordar algo evidente: el euro está en peligro entre otras cosas porque hay una serie de políticos europeos con posibilidades de gobernar que aseguran que sacarán a sus países de la moneda única si llegan al poder.
Podemos en España, Syriza en Grecia, el Frente Nacional en Francia o el Movimiento Cinco Estrellas en Italia tienen muchos puntos en común. Y quizás el más importante es su apuesta por recuperar la política monetaria para sus gobiernos, con su corolario lógico: la salida del euro y del control del BCE.
Habrá quien diga que no es muy probable que ninguno de estos partidos gane las elecciones, al menos con el margen suficiente. Podemos en España sigue siendo la tercera fuerza para el CIS, Marine Le Pen tendría pocas opciones en una segunda vuelta de las presidenciales y Matteo Renzi parece consolidado en Italia frente a las huestes de Beppe Grillo. Sólo Syriza y Alexis Tsipras, en Grecia, parecen tener opciones reales de llegar al Gobierno. Pero cuidado, hablamos de cuatro países y cuatro situaciones diferentes. Sólo con que uno de ellos ganase, el terremoto se sentiría en toda la Eurozona.
Además, la tensión política ya no se concentra sólo en los populistas que amenazan a los partidos tradicionales. Los gobiernos de Francia e Italia presionan al BCE y a Bruselas para que les dé más manga ancha con el déficit. Pero no está claro cómo sentaría a los inversores que se relajasen las reglas.
Por otro lado, a Mario Draghi no le será tan sencillo contener a París o Roma como le fue a Jean-Claude Trichet enfrentarse a Dublín hace cuatro años. Un choque de trenes entre Alemania (la economía más grande de la Eurozona), Francia e Italia (la segunda y la tercera) podría tener consecuencias difíciles de prever.
El fantasma de la recesión
Sobrevolando este escenario aparece el fantasma de la recesión. Alemania podría sumar esta misma semana (el viernes se hacen oficiales los datos) su segundo trimestre de caída del PIB. El estancamiento parece una realidad en toda la Eurozona (curiosamente, España es de los pocos países que se libra de la tendencia general).
Y el problema es que no es lo mismo la recesión en 2014 que en 2008, entre otras cosas porque la deuda pública se ha disparado en estos años de crisis. Grecia, Italia, Portugal, Irlanda, Chipre, Bélgica, Francia y España terminarán 2015 con una ratio de deuda sobre el PIB superior al 100%.
El nivel asusta por sí mismo, pero si le añadimos un crecimiento nulo o negativo, puede disparar los peores temores de los inversores, que se creían ya olvidados. Cómo financiarán estos enormes números rojos estos países si ni siquiera son capaces de crecer, aunque sea un poco. Por ahora, los mercados de deuda parecen tranquilos y las primas de riesgo de los periféricos parecen más o menos controladas. Pero nadie sabe si no puede haber una chispa que inicie el incendio.
Por otro lado, está por ver cómo reaccionarán los países del norte de Europa a este nuevo escenario. La recaída alemana ha provocado que crezca la presión sobre el Gobierno de Berlín para que relaje sus exigencias presupuestarias. Pero aquí hay dos problemas: por un lado, no está nada claro que el problema de España, Portugal, Italia o Grecia haya sido precisamente de austeridad.
Frente al mito que repite que la falta de crecimiento en Europa se debe a los recortes públicos, las cifras muestran que han sido los países con un presupuesto más equilibrado los que mejor han respondido a la crisis.
No sólo eso. Hay que recordar que los sucesivos rescates, directos e indirectos, que han llegado del centro y norte de Europa a los países periféricos se han aprobado siempre como una contraprestación. Es decir, Alemania, Holanda o Austria aceptaban respaldar a los gobiernos de España, Italia, Portugal o Grecia a cambio de que estos aprobasen las reformas estructurales necesarias para impulsar el crecimiento.
El problema es que en muchas ocasiones ni han llegado esas reformas ni se ha metido mano de forma decidida al Presupuesto. Un país que hubiera cumplido con su parte en lo que hace referencia al cambio en el sistema productivo, el mercado de trabajo o las liberalizaciones tendría más legitimidad para pedir más margen en el déficit. Y los gobiernos del norte de Europa tendrían más sencillo explicar la relajación de estas condiciones ante sus opiniones públicas.
Así volvemos al comienzo del artículo. Por un lado, en el sur de Europa se acusa a la austeridad impuesta por Bruselas y Alemania de todos los males. Mientras, sus vecinos del norte creen que ellos están pagando el pato de la irresponsabilidad de otros y que estos ni siquiera acometen las reformas que se les piden. Si llega una nueva crisis del euro, las posiciones de unos y otros estarán aún más lejos que hace unos años. Y su margen de maniobra será menor. Y el peligro del populismo (de uno y otro signo) crecerá en todos los países. Y esto provocará que el miedo crezca. Y la profecía podría autocumplirse. Hace cuatro años y medio de la crisis que, en mayo de 2010, estuvo a punto de llevarse el euro por delante. ¿Estamos otra vez cerca de ese escenario?