El mercado laboral español se polariza. Según un estudio de Brindusa Anghel, Sara de la Riza y Aitor Lacuesta que este lunes publicaba Fedea, entre 1997 y 2012, "las ocupaciones de técnicos y profesionales -altamente cualificadas- y las relacionadas con servicios personales -poco cualificadas- han crecido en importancia, mientras que aquellas relacionadas con actividades más rutinarias, tanto del sector servicios como del sector industrial, han perdido presencia en el empleo total". Nuestro país no es el único en el que se manifiesta este fenómeno. Pero en el caso español, la situación incide en uno de los principales déficits de nuestra estructura productiva: la carencia de técnicos de nivel medio.
Anghel, De la Rica y Lacuesta destacan que en el último ciclo, que comienza con la recuperación de mediados de los noventa y acaba con la recesión de 2007-2012, se ha producido un "notable cambio estructural" en el sistema productivo, caracterizado por la finalización del proceso de incorporación de la mujer al mercado laboral, la mejora en la titulación media de los recién llegados al mundo profesional y la llegada masiva de inmigrantes, que han ocupado sobre todo los puestos de menor cualificación.
Junto a estos cambios, se ha ido desarrollando en los países occidentales una modificación paulatina, pero de particular importancia: la polarización de la fuerza laboral. Tanto las ocupaciones de elevado nivel como las situadas en la parte baja de la escala han ido ganando fuerza. En ambos casos hablamos de tareas poco mecanizadas y con un fuerte componente personal, sobre todo en el sector servicios. Caricaturizando un poco, podríamos decir que hablamos de consultores y abogados frente a camareros o empleados del comercio.
Mientras, los empleados que podríamos denominar como de nivel medio, los técnicos, están perdiendo presencia. Su proporción dentro del conjunto de los trabajadores ha caído de forma constante en las últimas dos décadas. Las razones habría que buscarlas en el abaratamiento de los bienes de capital, que ha permitido que muchas de las tareas que hasta entonces realizaban sean mecanizadas. Agricultura, construcción o industria han sido los sectores más afectados por este fenómeno. De esta forma, los autores aseguran que "España entró en un proceso de polarización en el intervalo de 15 años que va de 1997 a 2012".
Como puede verse en el siguiente gráfico (en inglés), el porcentaje de técnicos de alto nivel y ejecutivos sube casi un 8% entre 1997 y 2012. También crecen los trabajadores de baja cualificación del sector servicios y el comercio. Mientras, caen los operarios, técnicos cualificados y trabajadores manuales.
La importancia de los técnicos
En realidad, las conclusiones de este estudio vienen a confirmar la intuición que podía tenerse viendo otros datos relacionados sobre el mercado laboral español. El nuestro es uno de los países de la UE con un menor número de titulados de nivel medio.
En cuanto a universitarios, hace ya años que nos mantenemos en la media de nuestros vecinos, cerca del 40% para los jóvenes de 25 a 34 años. El problema es que también tenemos un elevado porcentaje de jóvenes que no tienen educación secundaria superior (bachillerato o FP superior), hasta un 36%. Lo que nos falta es el escalón intermedio.
Esto es un problema porque este grupo de trabajadores aporta numerosos beneficios a un mercado laboral. Para empezar, es el tipo de empleado que se necesita para desarrollar un tejido productivo sano, con un buen número de grandes empresas apoyadas por una gran red de empresas de tamaño medio-grande (entre 50 y 500 empleados). A las compañías españolas les falta tamaño y eso tiene consecuencias directas en su productividad. A igualdad en el número de trabajadores, nuestras empresas son competitivas; el problema es de magnitud.
Pero además, los técnicos y profesionales de nivel medio son un tipo de trabajador muy útil, porque aportan una enorme flexibilidad. Tomemos los ejemplos de los que hablábamos antes, abogados o camareros (también serviría para periodistas): hablamos de sectores en los que el empleado está relativamente encasillado.
No es que no pueda cambiar de ocupación, pero no será sencillo. Mientras, operarios o maquinistas de cierto nivel tienen una serie de habilidades que les hacen muy útiles en numerosos sectores. Necesitarán un proceso de formación, claro, pero tendrán capacidad para mantenerse activos y útiles en una amplia gama de ocupaciones. Los países más productivos de Europa (Alemania, Austria o Suiza, por ejemplo) tienen un elevado porcentaje de estos trabajadores.
La solución no es sencilla, pero debería empezar en las aulas. Hay una parte que es casi cultural. La titulitis que se apoderó de los españoles en las últimas décadas y que lleva a muchos jóvenes y a sus familias a escoger una carrera universitaria, tenga ésta salidas o no.
Pero también hay una parte que podríamos denominar institucional. Por un lado, la FP siempre ha sido la pariente pobre del sistema educativo español. Y por otro, la falta de esas empresas de tamaño medio ha lastrado el desarrollo del tejido industrial, clave para este tipo de ocupaciones. José Ignacio Wert anunció hace unos meses la puesta en marcha de un sistema de FP dual (el sistema que permite que los jóvenes, desde los 15-16 años, compaginen estudios con el aprendizaje de un empleo y que tan exitoso ha sido en otros países de Europa).
Además, la estructura dual del mercado laboral, con esa diferencia tan marcada entre fijos y temporales, tampoco ayuda. Los más penalizados por esa temporalidad eterna que nos caracteriza son los profesionales de nivel medio. Aquellos que necesitarían una formación en la empresa y consolidarse en un sector. Justo lo que nuestras normas laborales no facilitan en absoluto.