Cuando José Barea fue nombrado Director de la Oficina del Presupuesto de la Presidencia del Gobierno ya era un hombre histórico para la Hacienda Española. Sus aportaciones técnicas para la disciplina presupuestaria y su lucha contra el déficit estructural no eran solo la de un contable riguroso: advertía de los efectos no visibles del endeudamiento sobre le economía. También de las consecuencias de la falta de rigor a la hora de determinar las prestaciones sociales y las pensiones. Sus esfuerzos en esos campos son seguramente, causa de que las cuentas públicas no estén aún más maltrechas, como la pusilanimidad de nuestros gobernantes merecería.
Barea era lo que hace algunos años se llamaba un "servidor del Estado": un hombre que consagró su vida a lograr que la Administración y las leyes fueran herramientas al servicio del ciudadano. También la empresa pública: su paso por Iberia fue reconocido como un exitoso esfuerzo por la eficacia en la entonces empresa pública.
Todo esto y más lo contarán sus colegas y amigos de renombrada autoridad y cercanía. Yo me limitaré a recordar la última vez que le vi y le escuché. Hará poco más de dos años. Fue a la salida de un plató de televisión que habíamos compartido. Es un decir: él lo llenaba con su ciencia y sentido común, su voz potente y pausada. Poco podía añadir yo.
No podía caminar. Le llevaban en una silla de un lado a otro. Pero su expresión era feliz: Intuyo que su mujer, que le acompañaba, tenía mucho que ver en ello.
A esa edad suelen quedar pocos complejos. Quizá nunca los tuvo. Pero me sorprendió la firmeza y energía con la que defendía posturas de sentido común que en esos días de turbulencias pocos se atrevían a sostener. Fue en mayo de 2012, en ese plató, con ocasión del "salvamento" de Bankia. Habló con energía:
¿Por qué razón un banco no puede quebrar? ¿Por qué tenemos que estar aportando todos los ciudadanos porque el banco lo haga mal?
No lo decía un extremista antisistema. Ni un "peligroso liberal" de los que despide RTVE cuando le avisa UGT de que se le ha "colado". Era un servidor del Estado que con su rigor, trabajo, ética y sentido del deber había ayudado eficazmente a la disciplina presupuestaria y a la recuperación económica.
Cuando se abandona el sentido común, gente sin escrupulos lo aprovecha: basta escuchar tertulias de radio y televisión para saberlo. De haber seguido, al menos en los últimos años, los consejos del Profesor Barea no estaríamos hoy, seguramente, tan expuestos a mesías justicieros a los que hemos regalado innecesariamente argumentos y agravios.
Le acompañé hasta a salida. Intenté expresarle el agradecimiento que creo le debemos todos los españoles. Le llamé maestro, porque lo era, y me despedí.
Gracias, Profesor. Descanse en paz.