–Vete a ver a Pepe Barea.
Era primavera de 2012. Como consejero de Hacienda de la Comunidad de Madrid, estaba enfrascado en la modificación del presupuesto de ese mismo año. El ciclo económico había sufrido una segunda caída tras emerger levemente de la primera en 2011. Cuadrar las cuentas públicas exigía ahora remedios radicales. Nunca antes se había modificado el presupuesto madrileño a lo largo del año, pero el convencimiento de que los ajustes debían venir por el lado de los gastos y no de los ingresos (es decir, sin subir los impuestos) exigía innovar. Esperanza Aguirre me sugirió (es un decir) hablar con Barea para explorar con él nuevas posibilidades de reducción de gasto.
Barea era para entonces una leyenda viva. Su labor en la Oficina del Presupuesto de Presidencia de Gobierno en la primera legislatura de José María Aznar era universalmente reconocida como decisiva para corregir los indicadores económicos españoles y, así, lograr la entrada de España en el euro. La imagen de Aznar y Barea yendo línea por línea del Presupuesto General del Estado en 1996-1997, lápiz rojo en mano y tachando conceptos de gasto quizá sea una exageración, pero refleja bien el compromiso político de la época para atajar el déficit público. Gracias a su labor, el déficit español pasó del 6,6% en 1995 al 0,8% en 2000.
Aznar sacó a Barea de un merecido retiro. Barea había nacido en Málaga en 1923, por lo que en 1996 tenía ya unos respetables 73 años. Su ritmo de trabajo había sido frenético hasta entonces. Siempre compaginó la docencia en la universidad (fue catedrático de Hacienda Pública) con el servicio público en el Ministerio de Hacienda (en el que ingresó por oposición a los 18 años). Alcanzó altos puestos de responsabilidad en dicho ministerio en los años 60 y con la llegada de la democracia llegó a ser nombrado secretario de estado de la Seguridad Social en 1981. Tras la llegada del PSOE al poder, estuvo un tiempo de presidente del Banco de Crédito Agrícola hasta que en 1986 decidió dedicarse exclusivamente a la docencia –algo de lo que disfrutaba enormemente- y a la investigación. Mientras le dejó Aznar, claro está.
Quizá lo más difícil de verse con Pepe Barea fue resistir la tentación de hablar de sus pasadas experiencias y centrarse en el presupuesto madrileño de 2012. La cortesía y amabilidad de Barea invitaban a departir con él en busca de su lado más humano, por encima de adustos detalles presupuestarios. En todo caso, le dejé una copia de los presupuestos madrileños. En sucesivas reuniones me entregó su análisis por escrito y profundizamos en las opciones de ahorro que tenía la Comunidad de Madrid.
Su edad era avanzada y su movilidad limitada, pero su cabeza era todavía privilegiada. Mantenía el aura de esa generación de españoles que profesionalizó la gestión de las cuentas del Estado y sacó a la administración española de sus peores usos decimonónicos. La tarea modernizadora de Barea fue siempre íntimamente ligada al respeto por el manejo de los fondos públicos, unos fondos que no son otra cosa que el fruto del trabajo y esfuerzo de los contribuyentes españoles. Como recordó en más de una ocasión: Cuando los Estados son austeros, las sociedades son prósperas.
Descanse en paz José Barea.