La crucial colaboración con José María Aznar durante el primer gobierno del PP convirtió a Pepe Barea, como todos le llamábamos, en el mejor ejemplo de lo que se puede conseguir cuando al conocimiento se une la voluntad. El presidente del Gobierno se jugaba su prestigio en conseguir que España fuera un miembro fundador del club del euro. Para ello se necesitaba que el déficit público no fuera superior a una cifra equivalente al 6% del PIB. La persona encargada de decir dónde había que cortar el gasto fue nuestro Pepe... y lo consiguió. Bien nos habría gustado a los españoles que, durante la crisis por la que acabamos de pasar, hubiera habido alguien que pusiera el acento en la reducción del gasto en vez de el aumento de los impuestos.
Barea conocía al dedillo el método contable de la UE, muy diferente del tradicional de la Hacienda española. Era necesario convertir la nueva estructura de las cuentas públicas en la segunda naturaleza de nuestra Administración. No había quien le engañara cuando se trataba de saber lo que de verdad pasaba con nuestros dineros. Era el hombre de las tijeras pero su profundo conocimiento de dónde se podía cortar sin dañar la acción del Estado hacía que sus propuestas fueran realizables.
Hasta los últimos días del curso mantuvo el interés de sus intervenciones en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Era un europeísta convencido que quería que la Unión Monetaria aplicara los mismos métodos que él supo enseñar durante toda su vida: buena administración y un poder soberano efectivo. No sé si el Gobierno español y la UE sabrán convertir sus ilusiones en realidad.