El Banco Central Europeo (BCE), al igual que el resto de grandes instituciones monetarias, tropieza una y otra vez en la misma piedra. Y es que una crisis de deuda no se solventa con más deuda, y las políticas monetarias ultraexpansivas, consistentes en mantener los tipos de interés artificialmente bajos e inyectar ingentes cantidades de liquidez en el mercado, lejos de solventar los problemas tan sólo sirven para generar graves distorsiones y peligrosas burbujas.
El presidente del BCE, Mario Draghi, anunció el pasado jueves otro paquete de medidas con la excusa de reactivar el crédito y, de este modo, impulsar el crecimiento y elevar la inflación en la Zona Euro. El BCE rebajó los tipos de interés hasta el 0,05%, un nuevo mínimo histórico, y lanzó un programa de compras de activos cuya cuantía podría superar los 500.000 millones de euros. Sin embargo, su objetivo final no es otro que conceder un nuevo balón de oxígeno a los países más débiles y manirrotos de la Unión, en un momento en el que las preocupaciones se centran en Francia e Italia. La estrategia consiste, básicamente, en devaluar el euro para tratar de mejorar por la puerta de atrás la débil competitividad de sur de Europa, en lugar de acometer las imprescindibles, aunque impopulares, reformas que precisan sus economías.
El problema es que esta receta está condenada al fracaso. Desde que estalló la crisis financiera mundial, a mediados de 2007, la FED, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón y, en menor, medida, el BCE siguieron la misma estrategia: bajar tipos e inyectar liquidez con la vana ilusión de aumentar el crédito del sector privado. Craso error. Los resultados saltan a la vista: EEUU experimenta la recuperación más débil y lenta desde la Gran Depresión y el crecimiento de su PIB no se debe, en ningún caso, al helicóptero de Bernanke y Yellen, sino a la flexibilidad y fortaleza de su enorme economía privada y a la revolución energética del fracking. Algo similar sucede en el Reino Unido, donde la política monetaria ha creado nuevas distorsiones. El caso de Japón es todavía más paradigmático, ya que lleva más de 20 años enganchado al manguerazo monetario sin que su economía levante cabeza; mientras que la Zona Euro sigue estancada, con una deuda creciente y graves problemas de solvencia a pesar de los tipos bajos y las líneas extraordinarias de liquidez.
Misma receta, idénticos resultados. De hecho, cabe tener muy presente que fue la laxa política monetaria aplicada a principios de la pasada década la causante de la enorme burbuja posterior, cuyo pinchazo acabó arrastrando a EEUU, Reino Unido, Irlanda, España y tantos otros países desarrollados. Resulta, cuando menos, absurdo pretender solventar una burbuja de deuda a base de inflar una mayor mediante tipos bajos y liquidez gratuita. Draghi y el resto de banqueros centrales parten del mismo error de diagnóstico. Si el crédito no fluye hacia el sector privado es porque éste está sobreendeudado y centrado en desapalancarse, amortizando y liquidando las malas inversiones del pasado. Además, la demanda solvente de crédito escasea debido a la profunda crisis que se ha registrado estos años, con lo que la banca hace bien en escoger con cuidado a quién prestar para no repetir errores previos ni deteriorar aún más sus frágiles balances.
La solución, por el contrario, es otra. Para que los países del sur de Europa abandonen su letargo y empiecen a crecer y a crear empleo con fuerza y sobre bases sólidas, no necesitan más liquidez, sino más reformas y ajustes para facilitar el cambio productivo que precisan sus economías, tal y como ha acontecido en los países bálticos. Lo único que está haciendo el BCE con su laxa política es abaratar la refinanciación de los bancos y, sobre todo, conceder crédito abundante y casi gratuito a los gobiernos más irresponsables y despilfarradores de la zona euro, alimentando con ello una creciente burbuja de deuda pública, cuyo estallido podría ocasionar efectos devastadores.