El cambio de tendencia comenzó en los países nórdicos, entre finales de los años 80 y comienzos de la década de los 90. La crisis económica que atravesaban las economías escandinavas obligaba a replantear el modelo socialdemócrata desarrollado con intensidad en décadas anteriores. Suecia es el caso de estudio más interesante de todos, pues, desde entonces, ha desarrollado reformas de mercado orientadas a bajar impuestos, reducir gasto público, liberalizar sectores y flexibilizar mercados.
En la Suecia de aquellos años, el Estado controlaba directamente el 70% del PIB, el número de funcionarios duplicaba la media de la OCDE, el paro llegaba al 14%, la deuda de las Administraciones se había duplicado y el déficit sobrepasaba el 11% del PIB. El desorden monetario era tal que su corrección implicó subir los tipos de interés por encima del 500%. En resumen, el mito sueco y su avanzado modelo de Estado del Bienestar se vino abajo.
Comenzó entonces un proceso de cambios en el que los partidos de centro-derecha llevaron la voz cantante, si bien la izquierda pactó el desarrollo de estas reformas y, en algunos casos, las profundizó. Sectores intervenidos fueron desregulados, los impuestos se redujeron legislatura tras legislatura, el sistema de pensiones incorporó cuentas de ahorro individual (fórmulas de capitalización parcial), empresas y fundaciones privadas entraron a competir con el sector público en los servicios de educación y la sanidad -el contribuyente decide libremente el centro al que acudir-.
En suma, se desmontó buena parte del modelo socialdemócrata previo y se apostó por consolidar uno de los marcos económicos más liberales del mundo, como acreditan los índices de apertura de la Fundación Heritage o el Instituto Fraser.
El trío Blair, Schröder y Clinton
Para la izquierda europea, el giro de sus socios escandinavos supuso el primer paso en un progresivo cambio hacia ideas más favorables al libre mercado y cada vez más alejadas del socialismo tradicional. En Gran Bretaña, por ejemplo, buena parte del mandato de Tony Blair estuvo marcado por la continuación de las recetas liberales implantadas por Margaret Thatcher y John Major.
El siguiente componente en esta historia llegó por la vía alemana, con el canciller Gerhard Schröder como protagonista. Bajo su mandato, el país teutón abordó sus problemas de competitividad a principios de la pasada década a través de un programa centrado en liberalizar el mercado laboral y reformar los programas de gasto público que afectan negativamente a la creación de empleo.
Desde Estados Unidos, el ejemplo de Bill Clinton también alentaba a la izquierda europea en su giro centrista. El presidente norteamericano impulsó el libre comercio con Canadá y México, bajó algunos impuestos, congeló el crecimiento del gasto público, aprobó medidas de liberalización en sectores cerrados a la competencia, etc.
La era Clinton se caracterizó, en gran medida, por menos Estado y más mercado, si bien es cierto que parte de estos cambios tienen mucho que ver con la presión de los legisladores republicanos, que, entonces, actuaron de manera similar a los parlamentarios del Tea Party, quienes, desde 2010 hasta hoy, han obligado a Obama a olvidarse de muchas de sus pretensiones económicas más intervencionistas.
Valls, Macron y el inesperado giro de Hollande
Hasta ahora, la izquierda política en los países del sur de Europa se mantenían al margen de este giro pro mercado protagonizado por sus colegas del norte, resistiéndose a abandonar sus viejos postulados. Sin embargo, la Gran Recesión ha planteado un interesante reto a este particular inmovilismo, ya que la respuesta a la crisis ha ido cambiando de perfil conforme han pasado los años y el euro ha actuado como una camisa de fuerza que, d euna u otra forma, impone el necesario reformismo.
La prueba más evidente es Francia. El país galo eligió como presidente a François Hollande con ánimo de plantear un giro hacia políticas económicas más socialistas. El mandatario francés cumplió sus primeros años en el cargo rodeado de entusiastas de este tipo de políticas, por lo que tanto la agenda regulatoria como las decisiones fiscales se caracterizaron por la hostilidad hacia la economía de mercado. La punta de lanza de esta estrategia inicial era el polémico gravamen del 75% que Hollande defendía para las rentas altas.
Sin embargo, los malos resultados cosechados han obligado al dirigente galo a replantearse el rumbo económico de su país. El principio del cambio llegó con el nombramiento de Manuel Valls como primer ministro. Este giro inauguró una fase reformista marcada por el compromiso de reducir el gasto público en 50.000 millones de euros. Para unas Administraciones que acumulan cuarenta años de déficits presupuestarios, esta poda supone, sin duda, un cambio de tercio y una ruptura con las propuestas de gurús socialistas como Thomas Piketty.
La consolidación del progresivo movimiento de Hollande hacia ideas más liberales llegó en agosto de 2014, con el nombramiento del segundo gobierno de Manuel Valls. En este nuevo gabinete se prescindió de aquellos ministros que se oponían a las medidas de austeridad y liberalización planteados, incorporándose en su lugar técnicos que sí abogan por aplicar este tipo de recetas.
El caso más ilustrativo es el de Emmanuel Macron, que sustituye al díscolo Arnaud Montebourg al frente del Ministerio de Economía. Desde el primer momento, Macron ha dejado claro que pretende establecer una alianza firme con el ministro de Finanzas, Michel Sapin, para "recuperar la confianza de los inversores y de los franceses".
Al hilo de nombramientos como el de Macron, diarios como Les Echos y Le Parisien hablan ya abiertamente de un cambio de Hollande hacia postulados favorables a la economía de mercado. Desde el periódico Libération se apunta que la llegada de Macron servirá para fortalecer "el rigor presupuestario y los lazos con el sector privado". Le Figaro, por su parte, entiende que el nuevo "hombre fuerte" del Ejecutivo "simboliza el giro de Hollande hacia el socio-liberalismo", mientras que Le Monde ve en su desembarco "la llegada al poder del ala derechista del Elíseo".
El tiempo demostrará la profundidad de las reformas que se esperan de Macron. De momento, ya sabemos que fue este joven banquero quien, desde su rol como asesor, convenció al presidente francés de la necesidad de aprobar el programa de austeridad anunciado por Manuel Valls tras su nombramiento como primer ministro.
Esta ronda de recortes también incorpora una importante rebaja de impuestos para empresas y familias, algo que ha fortalecido la imagen de Macron como un ideólogo liberal capaz de tumbar la resistencia al cambio de los sectores más izquierdistas del socialismo galo.
Renzi anuncia rebajas fiscales
Asimismo, el primer ministro transalpino, Matteo Renzi, también parece enmarcarse en una tendencia más favorable a la economía de mercado, por lo que tanto Francia como Italia acaba de iniciar una senda que, hasta ahora, tan sólo había pisado la izquierda del norte de Europa.
Renzi se ha propuesto bajar impuestos a las rentas bajas, reformar el mercado laboral para abaratar y facilitar la contratación, reducir el gasto de las Administraciones, continuar el plan de privatizaciones aprobado por el gobierno anterior, acabar con los privilegios sindicales…
Desde círculos anti-capitalistas, estas medidas han sido recibidas con gran hostilidad. Esto vendría confirmando que, efectivamente, el nuevo Ejecutivo transalpino apuesta por abandonar las posiciones sostenidas hasta ahora por la izquierda italiana, abrazando en su lugar una agenda de reformas basada en promover la libertad económica desde diferentes frentes. El tiempo dirá si esta voluntad se traduce en cambios significativos.
Mientras, desde los partidos de izquierda de España, Grecia y Portugal se observan estos cambios con una mezcla de escepticismo y hostilidad. Al fin y al cabo, el revés que supone el giro liberal de sus homólogos en el resto de Europa, convierte a los socialistas del sur en un anacronismo exótico, anclado en viejas ideas que poco o nada aportan al debate económico en el siglo XX.