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Juan Ramón Rallo

Sánchez = González + Zapatero

Pedro Sánchez sólo nos propone resucitar a Felipe González y a Zapatero para socializar las pérdidas de un modelo económico mortecino.

Pedro Sánchez sólo nos propone resucitar a Felipe González y a Zapatero para socializar las pérdidas de un modelo económico mortecino.

España tiene un problema de oferta, no de demanda. Nuestra crisis no viene de que gastemos poco, sino de que producimos mal. Y producimos mal no por haber gastado poco, sino porque durante años nos emborrachamos en una orgía de gasto financiada por el hiperendeudamiento. La prueba más evidente de que no estamos ante un problema de demanda sino de oferta es que, tan pronto como ha vuelto a aumentar el gasto interno, las importaciones se han disparado: como no producimos en casa lo que necesitamos, hemos de traerlo de fuera.

Así las cosas, la solución a nuestras dificultades no pasa por regresar a la economía del pelotazo y de la burbuja, sino por cambiar nuestro modelo productivo: menos ladrillo y menos bancos a cambio de más servicios profesionales, más industria, más manufacturas, más tecnología de la información, más turismo o incluso más agricultura. Dejar de gastar lo que no producimos y pasar a producir lo que queremos gastar.

Claro que las políticas de oferta suelen requerir de una actitud más pasiva del Gobierno: sabiendo como ya sabemos que el modelo productivo no lo crean los políticos sino que lo descubren los empresarios en un entorno de libre competencia, la actitud de un Ejecutivo que aplicara políticas de oferta debería limitarse a liberalizar la economía y a estabilizar las finanzas públicas bajando impuestos. Demasiado para el cuerpo de quienes aspiran a regresar a la España del burbujón a golpe de talonario. De ahí que el nuevo PSOE de Pedro Sánchez no haya podido contenerse a la hora de proponer, dentro de un decálogo de supuestos remedios para la crisis, dos medidas novedosas y de probada eficacia: depreciar el euro y un plan de estímulo europeo para los países del Sur.

Ideas frescas consistentes en rescatar los planes de choque anticrisis de Felipe González (depreciar la peseta) y de José Luis Rodríguez Zapatero (Plan E). Es decir, tratar de sostener el agrietado modelo productivo del burbujón mediante el estímulo pauperizador del gasto: abaratar indiscriminadamente producción, activos y mano de obra interna para que algún extranjero tenga a bien comprar (depreciación), o sustituir la extinta demanda burbujística privada por una incipiente demanda burbujística pública (plan de estímulo). Dopar la demanda para intentar conservar la misma oferta deficiente.

Depreciar la moneda es un error, ya que hace pagar a justos por pecadores. Todos los precios de venta al exterior se ajustan a la baja en la misma medida; todos los precios de compra desde el exterior se ajustan al alza en la misma medida. Las empresas competitivas con excelentes modelos de negocio pueden entrar en pérdidas y las empresas no competitivas con pésimos modelos de negocio pueden volverse rentables: revigorizar el ladrillo (no importa sus factores productivos) a costa de empobrecer a las Apple Stores (sí importan sus mercancías). Tres cuartos de lo mismo sucede con los salarios: la depreciación rebaja las remuneraciones a los trabajadores ocupados para intentar (con escaso éxito) que los parados encuentren empleo sin tener que minorar sus salarios nominales. La medida, como decíamos, ya la puso en práctica Felipe González a lo largo de los 80 y comienzos de los 90: desde 1982 la peseta se depreció un 50% frente al marco y su éxito fue tan atronador que el paro no bajó ni un solo año del 16% (y durante la mitad del felipato estuvo por encima del 20%). Tampoco cosechamos ni un solo superávit exterior desde 1987: señal de la portentosa competitividad que logró nuestra economía merced a las sucesivas rondas de depreciaciones.

Aprobar planes de estímulo es otro error, pues equivale a rescatar a los sectores económicos que destruyen valor a costa de los que lo crean. Endeudar y subir los impuestos a Inditex para salvar a las constructoras a través de obra pública. La medida ya la puso en marcha Zapatero en 2009, con los magníficos resultados por todos conocidos: el paro aumentó en 1,5 millones de personas en apenas un año y el déficit público se disparó por encima del 11% del PIB, por lo que se vio forzado a aprobar, apenas doce meses después, el famoso tijeretazo.

Sí, sé que me pondrán como ejemplo de plan de estímulo exitoso las experiencias de EEUU y el Reino Unido, pero tengan presente un detalle a propósito de sus modelos productivos: en 2007 la construcción pesaba el 5,5% del PIB en EEUU, el 7% en el Reino Unido y el 12,5% en España. Desde entonces, la construcción en EEUU ha caído al 4,5%, en el Reino Unido al 6% y en España al 7%. ¿Entienden quién necesita un cambio de modelo productivo? ¿Quién necesita reemplazar intensamente sectores enteros de sus economías? Sólo si nuestro objetivo fuera que la construcción regresara al 12,5% del PIB tendría sentido tirar de la demanda sin cambiar el modelo productivo.

Justo ésa ha sido la pauperizadora estrategia que ha seguido Japón desde el colapso de su economía a principios de los 90: los distintos gobiernos nipones recurrieron a intensos y recurrentes déficits públicos que elevaron la deuda pública desde el 70 al 240% del PIB, con el maravilloso resultado de que su renta per cápita apenas ha crecido de media un 0,6% al año (en EEUU, a más del doble de velocidad) y sus salarios reales han caído más de un 10% (sí, Japón tiene pleno empleo a costa de dos décadas de deflación salarial).

España no necesita perseverar con las políticas de demanda sino dar una oportunidad a las políticas de oferta: menos impuestos, menos gasto público y más libertad económica. Pedro Sánchez sólo nos propone resucitar a Felipe González y a José Luis Rodríguez Zapatero para rescatar un modelo productivo mortecino socializando sus pérdidas entre todos los españoles. Éxito asegurado.

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