El "Socialismo del siglo XXI", que no deja de ser el comunismo de toda la vida solo que disfrazado con maniqueos ropajes democráticos, demuestra, día a día, su inmensa capacidad para generar grandes dosis de miseria, decadencia y represión a su paso. Prueba de ello es el caos económico y social que existe en Venezuela, tras el ascenso al poder de Hugo Chávez, y en Argentina, bajo el renovado peronismo de los Kirchner. Ambos países, otrora ricos y prósperos, son hoy simples bosquejos irreconocibles de un pasado mucho mejor y, pese a todo, mantienen firme su rumbo hacia el suicidio nacional encandilados por los cantos de sirena de sus líderes populistas.
Argentina acaba de suspender pagos por segunda vez en apenas una década e insiste en incumplir sus compromisos legales y financieros, ignorando incluso las resoluciones de la Justicia, pese a que la quiebra soberana perjudicará de forma muy grave a la mayoría de su población. De hecho, el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, lejos de corregir esta irracional deriva, prepara un nuevo proyecto para amordazar, aún más si cabe, al paupérrimo y muy debilitado sector privado que, a duras penas, sobrevive en el país austral. Con la excusa de combatir la escasez e inflación que ella misma ha creado con su nefasto intervencionismo económico, Kirchner pretende ahora que el Estado fije de forma arbitraria los precios de la mayoría de bienes y servicios, así como las condiciones y volúmenes de la producción o los beneficios de las empresas, bajo amenaza de fuertes sanciones y, en última instancia, la expropiación indiscriminada.
Esta norma es muy similar a las restricciones que aplicó Chávez en sus últimos años de vida y a las medidas que, recientemente, ha puesto en marcha su sucesor, Nicolás Maduro, con la vana intención de frenar la peligrosa escalada hiperinflacionista que está arruinando a Venezuela. El Gobierno bolivariano culpa a los "especuladores", a la "burguesía" y al "imperialismo" de todos los males que aquejan a su país, sin querer -o poder- percatarse que la raíz del problema radica en el exacerbado estatismo que imponen sus regímenes, ahogando con ello el mínimo atisbo de libertad económica y actividad empresarial. El control de precios, la manipulación de los tipos de cambio, la restricción a la libre circulación de divisas, la nacionalización de las grandes industrias, la ausencia total de seguridad jurídica, el déficit público y la alocada política monetaria que, de forma más o menos similar, existen en Argentina y Venezuela conducen de forma irrevocable a la hiperinflación, a la escasez y al empobrecimiento generalizado de la población, tal y como se ha encargado de demostrar la historia en todas y cada una de las experiencias comunistas y/o hiperestatistas.
De ahí, precisamente, que Venezuela, más allá de la falta de alimentos básicos o de papel higiénico, sufra incluso desabastecimiento de gasolina, hasta el punto de tener que importar combustible, o que su producción petrolífera se haya desplomado tras la nacionalización del sector energético, a pesar de que el país flota, literalmente, en un océano de crudo. O que Argentina, siendo uno de los países más ricos del mundo a principios del siglo XX, sea hoy un país casi en vías de desarrollo... Y bajando.
Lo trágico es que en España haya prendido también la mecha del populismo, bajo el partido Podemos, cuyos líderes toman como referencia ideológica a Chávez y Kirchner, y cuyo proyecto no es más que la versión española del nuevo socialismo bolivariano. La propuesta política de Podemos se resume en mucho más Estado -más impuestos, más gasto, más empresas públicas, más restricciones, más burocracia, más déficit, más deuda, más inflación, más corrupción...- y en mucho menos mercado -menos libertad económica e individual, menos seguridad jurídica, menos empresas, menos beneficios, menos rentas, menos trabajo, menos riqueza, menos libertad de expresión, menos libertad de prensa...-. Basta mirar mínimamente a Venezuela y Argentina para comprobar el paraíso socialista que pretende implantar Podemos en España.