El Nasdaq de Nueva York recoge las empresas tecnológicas más importantes del mundo. En él hay 68 firmas israelíes, ¿es mucho o poco? Pongamos la cifra en perspectiva: si sumamos las compañías de Francia, Alemania, España e Italia son 34, exactamente la mitad. Estos cuatro países tienen un conjunto casi 250 millones de habitantes; Israel tiene un poco menos de ocho.
Quizá deberíamos sentirnos avergonzados, pero no demasiado: el pequeño país hebreo en Oriente Medio, viniendo de una economía basada sobre todo en la agricultura, rodeado de vecinos conflictivos y después de disputar prácticamente una guerra por década desde su fundación en 1948 se ha convertido en el campeón mundial de las empresas tecnológicas per cápita y, sobre todo, de las start-up: las pequeñas compañías que nacen alrededor de alguna idea genial y que son las grandes herramientas de la innovación en este siglo XXI.
Una explosión que no ha venido sola: la economía del país hebreo ha vivido un auténtico boom desde principios de siglo, después de que el actual primer ministro, Benjamin Netanyahu, liberalizase la economía israelí desde su cargo de entonces, al frente del ministerio de Economía.
La nación start-up
El fenómeno de la revolución tecnológica tampoco no es tan nuevo y, desde luego, buena parte de las grandes compañías del sector en el mundo ya se habían fijado en él –Microsoft, IBM, Oracle, Intel o Google- tienen potentes filiales en Israel que han sido las culpables de alguno de sus grandes éxitos.
Sin embargo, probablemente no fue hasta la publicación de Start-Up Nation, un enorme éxito editorial que se ha traducido ya a 27 idiomas –¡y que ahora va a publicarse en Mongolia!- cuanto este Israel tecnológico no ha estado en los medios de comunicación de todo el mundo.
Nos reunimos con Saul Singer, uno de los autores de ese auténtico best seller –el otro es Dan Senor-, y precisamente lo hacemos en un restaurante de Jerusalén que está dentro del área que ha revitalizado una de las principales incubadoras de start-up de Israel: Jerusalén Venture Partners (JVP).
Singer es un hombre alto, muy tranquilo y que habla de forma pausada y sin levantar nunca la voz. En ese tono relajante y entre plato y plato nos va comentando las claves que él cree que haber encontrado detrás de esa nación de start-up. La primera supone quebrar un mito: "No es una cuestión de ideas, hay buenas ideas en todo el mundo –asegura-, la parte dura es convertir la idea en una realidad".
Y para eso son necesarias dos peculiaridades de carácter: "Determinación y capacidad de asumir riesgos" que sí se dan en Israel en cantidades notables: "El país es en sí mismo una start-up, hace falta mucha determinación para convertirlo en una realidad, no sólo en la época de la fundación sino también ahora".
El ejército y la modernidad
Eso nos lleva al segundo de los factores que Singer destaca en su libro y del que nos habló durante la cena: el ejército. La importancia del ejército radica en dos factores: el hecho de que todos los ciudadanos deban pasar al menos tres años de servicio militar –dos en el caso de las mujeres- y una serie de unidades de élite que usan y generan la tecnología más avanzada del mundo.
Pero más allá de la tecnología, lo que según Singer muchos israelíes aprenden en el ejército son virtudes que luego les resultan muy útiles en su vida laboral y, especialmente a la hora de emprender. Entre ellas cita tres: "Liderazgo, habilidades para el trabajo en equipo y capacidad de sacrificio".
Hay otro factor en el que Singer hace hincapié entre plato y plato: "Israel es un país de inmigrantes y hay una asociación natural entre inmigración y emprendimiento" aunque matiza que para ello es fundamental que "tanto el país como el inmigrante pretendan la integración".
Por supuesto Singer no cree que la solución para tener emprendedores y start-up sea rodearse de enemigos y necesitar uno de los mejores ejércitos del mundo o dar entrada a grandes oleadas de inmigrantes: "La gran oportunidad no es hacer las cosas como EEUU o como Israel, sino hacerlas como España y, quizá, con EEUU o Israel" nos dice recordando las grandes marcas globales –Zara o Mango, por ejemplo- que España ha logrado crear en los últimos años.
Viendo el fenómeno por dentro
Para conocer más de cerca el fenómeno, un día después de nuestra cena con Saul Singer nos trasladamos a las oficinas que JVP tiene en el centro de Jerusalén, en un precioso edificio de estilo Bauhaus que ha sido renovado con buen gusto para acoger su sede en Israel –hay otra en Madison Avenue, NYC- de esta incubadora de start-up.
Ahora, al menos por dentro, la vieja obra Bauhaus se parece a cualquier empresa moderna del mundo: posters en las paredes, grandes salas sin despachos y pedidos de comida asiática que continuamente llegan a la puerta de la mano de jóvenes repartidores. En su interior encontramos también alguna de las start-up en las que ha invertido el grupo.
JVP es un proyecto de un personaje importante en Israel, Erel Margalit, uno de los grandes nombres del venture capital no sólo en Israel sino en todo el mundo y que recientemente ha emprendido una carrera política que le ha llevado a ser elegido diputado en las filas del Partido Laborista.
Nos reciben dos de los máximos responsables de la compañía: Gadi Tidosh y Uri Adoni, que nos explican el funcionamiento de su empresa y del sistema de emprendimiento que se ha creado en el país.
La incubadora aprovecha de las ayudas que el Gobierno concede al emprendimiento: si una start-up es capaz de aportar unos 75.000 dólares llegados de manos privadas, el Estado israelí le concede otros 425.000 más a fondo perdido: sólo hay que devolverlos si la compañía tiene éxito.
Pero este sistema no se detiene ahí, su sentido es sólo que las compañías echen a andar y a partir de ahí incubadoras como JVP toman el protagonismo. Su director general, Gadi Tirosh, nos explica que ellos invierten "en seis o siete empresas al año" después, eso sí, de examinar unas 700 compañías en el mismo periodo.
Cuando JVP entra en una start-up suele tomar un porcentaje alto del capital y al principio se involucran mucho en la gestión. Según las empresas crecen, JVP se va alejando del día a día hasta que llega el momento en el que, "como los hijos cuando se hacen mayores sólo esperamos que escuchen nuestros consejos".
Al mismo tiempo y según la start-up empieza su andadura JVP les anima a conseguir otros inversores y aliados estratégicos, de forma que el capital de la compañía empieza a crecer automáticamente: "Por cada dólar que pone el gobierno ponemos cinco de capital privado" nos explica Tirosh.
El primer hito de las nuevas compañías, desde el punto de vista de su desarrollo, será llegar a una segunda ronda de financiación ya completamente privada que alcanza entre siete y nueve millones de dólares. El 50% de las empresas en las que entra JVP llegan a esta "graduación", tal y como la denominan internamente.
A partir de ahí, las compañías más maduras empiezan a pensar en otros pasos: ser vendidas a grandes multinacionales o entrar en bolsa, algo que JVP sabe hacer muy bien: "Ya hemos lanzado más de cincuenta compañías en Nasdaq", nos explican.
The Time: start-up en Tel Aviv
Pese a que JVP se encuentre en Jerusalén, el verdadero epicentro de la industria tecnológica israelí es Tel Aviv. En la ciudad costera visitamos The Time, la que pasar por ser la principal incubadora de start-up del país, especializada en empresas relacionadas con el mundo de los medios.
Sus modernas oficinas en un espectacular edificio tienen todo el aspecto que esperamos de una compañía tecnológica: cristales, decoraciones metálicas, una cafetería que podría pasar por el Starbucks local… En ellas nos recibe Uri Weinheber, CEO de la firma, que nos da su propia visión del fenómeno de las start-up en Israel.
Para él tiene una importancia esencial la presencia de las multinacionales en el país, multinacionales que "han entendido que algo pasa aquí" y cuando compran una compañía se quedan en el país. También cita algunas de las claves que ya nos había dado Saul Singer como la importancia del ejército, pero también nos habla de los muchos licenciados que cada año sales de las "muy buenas" universidades israelíes o del "entorno regulatorio favorable" que han creado los últimos gobiernos. Un detalle del que nadie suele hablar pero sí es importante para Weinheber también está relacionado con la legislación, en este caso con la protección de la propiedad intelectual.
El papel del Gobierno
Weinheber nos habla un poco más sobre cómo funciona el papel del gobierno en la financiación de nuevas compañías tecnológicas, nos recuerda el porcentaje del 85% de capital que provee el Estado y el proceso para conseguirlo: "Se manda toda la información y después llega un experto que pasa un día en la compañía estudiándola y manda su propio informe".
La decisión final, evaluando la información de la compañía y el informe del experto, la tomará la Oficina del Chief Ciencist, un organismo dentro del ministerio de Economía pero que funciona de forma independiente y cuyas decisiones son muy respetadas: "A veces rechazan algunas de las propuestas que hacemos y al final se lo agradezco", nos confiesa nuestro interlocutor.
Le preguntamos a Weinheber si esa gran aportación del gobierno no distorsiona los proyectos y lleva a la toma de decisiones erróneas. Él no lo ve así: "El 15% que tiene que poner el inversor privado tiene que ser propio –no se puede recurrir a financiación externa para esa parte- así que sigue siendo bastante riesgo, lo suficiente para que seamos cuidadosos".
Lo cierto es que el porcentaje de éxito de The Time es muy elevado si tenemos en cuenta que se trata de inversiones que, por naturaleza, son de alto riesgo: se ha invertido en unas 52 empresas y 40 siguen en funcionamiento. Como en el caso de JVP el éxito se basa, sobre todo, en una cuidada selección: la firma no entra en más de 10 compañías cada año y para ello examina unas 500.
Lo más sorprendente, quizás, al menos para los que llegamos desde España, es que todo el proceso para saber si el Estado apoyará una nueva start-up se resuelve en un plazo entre tres y seis semanas, bastante menos de lo que cuesta abrir una frutería en nuestro país, por poner un ejemplo.
El milagro israelí de las start-up es, como podemos ver, el inesperado fruto de una serie de factores –el carácter de los israelíes, el ejército, las decisiones de los gobiernos, la inversión de dinero público, la inmigración…- que es imposible trasladar a otros países y que probablemente sólo podría funcionar en un caso entre un millón. Al menos, como bien decía Saul Singer, tenemos la posibilidad de trabajar con muchas de esas compañías israelíes y de acercarnos a un país que, efectivamente, es uno entre un millón.