Rajoy mira a Bruselas y Bruselas mira a Rajoy. Como si estuvieran en mitad de una partida de póker y los dos pensaran que tienen la baza ganadora, tanto la Comisión Europea (y el BCE) como el Gobierno español mantienen sus posiciones.
Las autoridades comunitarias exigen que se mantenga el ritmo reformista. Moncloa defiende que la parte más sustancial del trabajo se ha hecho y ahora es el momento de recibir una ayudita (una más) de sus vecinos. Mientras tanto, inversores y empresarios observan con cuidado la partida. Probablemente ninguno de los jugadores tenga una gran mano. Por eso, la pregunta es, ¿quién aguantará más tiempo el farol?
Esta semana, la cuestión se ha planteado en menos de 24 horas. El lunes, la Comisión Europea emitía un duro informe. Las recomendaciones de este semestre para la economía española admitían que se han realizado avances, pero también advertía de la necesidad de dar un nuevo impulso a las reformas.
Este martes por la mañana, era el turno del Gobierno español. Mariano Rajoy y Luis de Guindos acudían a un foro económico convocado por The Economist para realizar un balance de estos dos años y medio de legislatura. Los dos han lanzado sendos dardos a la UE y el BCE. Ahora queda por ver si hay respuesta desde la capital comunitaria.
Las peticiones
Rajoy y De Guindos han planteado tres peticiones. En primer lugar, el presidente del Gobierno se ha dirigido principalmente a la UE, de la que ha dicho que tiene que "colaborar" para que la salida de la crisis "llegue a buen puerto". En su opinión, sólo con lo que puedan hacer las autoridades nacionales "no es suficiente". De hecho, ha ido un paso más allá y ha recuperado una vieja reivindicación española, la de los Eurobonos: "Es necesario contar con una deuda pública común, es decir, disponer de un activo sin riesgo a nivel europeo".
En este punto, ha recogido el testigo su ministro de Economía, que ha intervenido apenas unos minutos después. De Guindos ha cambiado la dirección de su mensaje, de la capital belga a Fráncfort (sede del BCE). En una semana en la que todo el mundo espera a las palabras de Mario Draghi, que el jueves podría anunciar nuevas medidas para relanzar la economía de la Eurozona y eliminar los riesgos de deflación, el ministro español ha asegurado que espera que la autoridad monetaria tome "las decisiones correctas" para impulsar el crecimiento. Quien quiera leer entre líneas podrá entender que en Economía esperan que Súper Mario se escore hacia las posiciones más flexibles (mantener bajos los tipos y las líneas de financiación, sin descartar inyecciones directas en el mercado).
De esta forma, establecen las posiciones de ambos contendientes. La UE quiere que España no se relaje. Aunque haya podido haber mejoras en los últimos dos años (y en eso hay una coincidencia general), sigue habiendo un gran número de retos muy importantes por delante.
Visto desde la distancia, da la sensación de que en Bruselas creen que los países periféricos sólo se han movido cuando se han visto con el agua al cuello. Es decir, que las reformas que se han hecho en los últimos dos años en España, Italia o Portugal sólo han sido posibles por el riesgo cierto de que cualquiera de estos tres países se despeñara por el precipicio de la quiebra y la salida de los mercados internacionales.
Por eso, las autoridades comunitarias parecen atemorizadas ante el riesgo de que, si relajan la presión sobre los gobiernos nacionales, estos detengan el necesario impulso reformista. De hecho, no hay más que ver las decenas de propuestas planteadas en el documento de la Comisión del lunes para comprender la enorme cantidad de deberes que la UE todavía cree que España debe acometer.
Una vieja aspiración
Mientras tanto, desde Madrid se ven las cosas de forma muy diferente. Tanto la apelación a los Eurobonos como las llamadas de atención al BCE reflejan una vieja aspiración de los periféricos, en la que España siempre ha llevado la voz cantante. Pero no será fácil convencer de una deuda solidaria (en la que Alemania, por ejemplo, avala las emisiones españolas) si no hay contraprestaciones, en forma de más poder de control para la UE y un cumplimiento más estricto de sus peticiones.
El Gobierno cree que nuestro país ya ha hecho los sacrificios que se le han pedido. Y piensa que los ha completado con éxito. No es que no se vayan a plantear novedades. De hecho, para este mismo viernes el presidente ha anunciado un Plan de Reactivación Económica, de más de 6.000 millones de euros, que se pondrá encima de la mesa del Consejo de Ministros. Para la semana siguiente posiblemente se plantee la reforma fiscal.
La clave está en que en Moncloa piensan que la parte del león de las reformas ya está completada y que lo que quedan son temas menores. El propio De Guindos ha afirmado que no habrá cambios sustanciales en la reforma laboral. En lo que hace referencia a la reforma fiscal, no está previsto recoger ninguna de las más importantes peticiones de la Comisión, como subir el IVA a cambio de reducir cotizaciones sociales.
Ahora la pregunta es saber cuánto está dispuesto a estirar la cuerda cada bando. La UE siempre puede amenazar con retirar su apoyo a los periféricos si estos dejan el camino de consolidación fiscal iniciado hace un par de años. No es una amenaza muy creíble, entre otras razones porque si no se hizo cuando la crisis golpeaba de lleno y los mercados dudaban de la sostenibilidad de estos países, resultaría difícil de explicar que se tomaran medidas drásticas ahora.
El problema para los Gobiernos es que tampoco es fácil plantear una apuesta de todo o nada. España ha incumplido sus compromisos de déficit año tras año. Es cierto que en los dos últimos ejercicios se ha mantenido más cerca de los límites impuestos por Bruselas y que la UE le ha dado más margen, tanto para el nivel de déficit de cada año como en lo que hace referencia al calendario de vuelta al 3% que establece el Pacto de Estabilidad.
Mientras tanto, los resultados de las elecciones europeas (a los que Mariano Rajoy ha aludido este martes como prueba de la necesidad de que la UE haga algo) lanzan dos mensajes contradictorios, algo que no siempre se tiene en cuenta desde Madrid o Roma. Es cierto que en algunos países, como Francia, España, Italia o Grecia, los partidos populistas han crecido atacando las supuestas políticas de austeridad de la troika, incluso aunque, como decimos, se haya permitido a sus países incumplir año tras año los objetivos de déficit.
El problema es que en el norte de Europa la idea que ha triunfado es la contraria. En Alemania, Finlandia, Holanda e incluso el Reino Unido, los nuevos partidos medran con el mensaje de que la UE es una burocracia lejana, que se queda con el dinero de los laboriosos contribuyentes germanos o fineses para rescatar o dar subvenciones a los perezosos griegos o italianos. No es fácil ver cómo la UE gestionará estas dos visiones tan diferentes de la misma crisis sin romper el edificio europeo.
El mundo real
Por último, cabe realizar un último apunte sobre lo que podría considerarse el mundo real, que también estaba representado este martes en las jornadas de The Economist, con un buen número de ejecutivos de grandes y pequeñas compañías españolas. Su objetivo era reunir a estos empresarios con políticos, académicos e inversores internacionales, para que intercambien sus puntos de vista acerca de la realidad económica tras seis años de crisis.
Varias cuestiones han llamado la atención. En primer lugar, la coincidencia en el diagnóstico de casi todos los intervinientes. Y hay que decir que la posición generalizada estaba más cerca de la posición de la Comisión Europea que la del Gobierno español.
Todos los que han hablado han reconocido la mejora conseguida en los últimos años. Pero también han sido numerosísimas las sugerencias de cambios en nuestra legislación económica, especialmente en tres aspectos tabú para Mariano Rajoy y sus ministros: nueva vuelta de tuerca a la reforma laboral, impuestos y, sobre todo, liberalización real de la normativa empresarial. Si a estas cuestiones se le suma la falta de financiación que todavía sienten las empresas en el día a día (en esto ha habido unanimidad) el panorama de los empresarios españoles está lejos de la imagen edulcorada que llega desde Moncloa.
Por otro lado, también llama la atención la sorprendente caída en el número de asistentes a estas jornadas respecto a ediciones anteriores. El año pasado, el semanario británico conseguía un lleno hasta la bandera. Este martes, apenas lograba completar media entrada (siendo generosos) y eso que tanto el programa como las intervenciones de los asistentes fueron bastante atractivas. Evidentemente, puede haber muchas razones, pero todo apunta a que la recuperación es menos glamourosa que la posibilidad de colapso que todavía se intuía hace 12 ó 18 meses. Tras seis años de crisis, tampoco las conferencias son ya lo que eran.