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El día que Obama y Sarkozy hicieron llorar a Merkel: "Eso no es justo"

La canciller alemana respondió entre lágrimas a las presiones ejercidas por EEUU y Francia a finales de 2011 para ampliar el Fondo de rescate europeo.

La canciller alemana respondió entre lágrimas a las presiones ejercidas por EEUU y Francia a finales de 2011 para ampliar el Fondo de rescate europeo.
Obama, consolando a Merkel a finales de 2011, tras una tensa reunión | Casa Blanco

"Eso no es justo", dijo la canciller alemana, Angela Merkel, con lágrimas en los ojos. "No voy a cometer un suicidio". Esta particular escena se produjo durante una de la reuniones que mantuvieron los líderes de las grandes potencias mundiales en la cumbre del G-20 que tuvo lugar en Cannes (Francia) en noviembre de 2011, cuando la crisis del euro atravesaba uno de sus momentos más críticos.

Pocos días antes se había acordado la mayor reestructuración de deuda pública de la historia reciente, tras aplicar una quita del 50% a los tenedores privados de bonos griegos, con el fin de aliviar la pesada carga financiera al país heleno. Sin embargo, el entonces primer ministro griego, Yorgos Papandreu, puso en duda la pertenencia de Grecia al euro después de amenazar a sus socios con celebrar un referéndum sobre las condiciones del rescate.

Por si todo esto fuera poco, los mercados dudaban de la solvencia de Italia y España, y durante las semanas previas se negociaron diversas alternativas para salvar a ambos países en caso necesario, desde ampliar al Fondo de rescate temporal, hasta solicitar más ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI) o que el Banco Central Europeo comprara, de forma directa e ilimitada, deuda periférica.

Así pues, la tensión era máxima, y no sólo a nivel económico, sino también político, lo cual se reflejó en las reuniones que mantuvieron los principales líderes europeos durante la citada cumbre internacional, tal y como refleja el Financial Times en un extenso artículo. El diario británico explica, en primer lugar, la estrategia que siguió el presidente francés, Nicolas Sarkozy, junto a Merkel y el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, para doblegar a Papandreu con el fin de evitar la celebración del referéndum.

El órdago a Grecia

En este sentido, los líderes europeos lanzaron un auténtico órdago a los griegos. La consulta debería versar no sobre el rescate del país, sino sobre su permanencia o no en el euro. Grecia debería decidir si salía o se mantenía en la Unión Monetaria.

La presión hizo efecto y, finalmente, tanto el líder de la oposición griega, Antonis Samaras, como el número dos de Papandreu y ministro de Finanzas, Evangelos Venizelos, rechazaron el referéndum, cavando de paso la tumba política de Papandreu. La postura de Sarkozy fue especialmente dura, llegando incluso a resultar ofensivo y maleducado con los representantes helenos. "Nunca he visto una reunión tan tensa y tan difícil", confiesa uno de los asistentes.

Pero la reunión sobre Grecia fue sólo un anticipo de lo que sucedería después. Italia estaba al borde del rescate, pero el Fondo de rescate europeo carecía de munición suficiente para acudir en su auxilio. Según los técnicos, Italia necesitaría cerca de 600.000 millones de euros para no depender de la financiación de los mercados durante tres años, mientras que la capacidad del Fondo apenas superaba los 400.000 millones. Si, además, había que rescatar a España, el dinero disponible era claramente insuficiente.

Una de las cuestiones claves de la cumbre, por tanto, consistía en articular nuevos mecanismos para ampliar la capacidad de rescate de la zona euro. "Fue el momento en el que, claramente, la Eurozona que conocemos podría haber explotado", confiesa uno de los miembros de la delegación francesa. El riesgo de contagio "se encontraba al borde de la explosión". Estados Unidos y Francia coincidían en que la solución estribaba en crear un gran muro de contención para calmar a los mercados, un "bazooka", un "cortafuegos" con capacidad suficiente para rescatar a España e Italia en caso necesario.

"No podíamos permitirnos que cayera Italia" porque, probablemente, sería el fin de la Eurozona, indica un funcionario del Ministerio de Finanzas galo. La presidenta del FMI, Christine Lagarde, llegó a la reunión con un plan muy concreto: un crédito de precaución de hasta 80.000 millones de euros para Italia a cambio de que el Gobierno de Silvio Berlusconi llevara a cabo ajustes y reformas para apuntalar su solvencia soberana.

"Italia no tiene ninguna credibilidad", dijo Lagarde a los grandes líderes europeos. La idea inicial, por tanto, consistía en presionar a Berlusconi para que aceptara la asistencia y la consiguiente tutela internacional, pero Roma dijo no. Berlusconi incidió en que podría arreglar la crisis por su cuenta y no estaba dispuesto a aceptar ningún tipo de ajustes.

En la reunión que tuvo lugar por la noche, el presidente de EEUU, Barack Obama, tomó la iniciativa. Los meses previos, Washington había estado observado la crisis del euro desde la barrera con una preocupación creciente. El secretario del Tesoro estadounidense, Tim Geithner, y su equipo habían recomendado a Bruselas que adoptara su mismo recetario para calmar a los inversores mediante la creación de un gran Fondo de rescate de países, capaz de alejar la incertidumbre.

Pero el escollo era Alemania. Las relaciones entre ambos países no habían estado exentas de tensión durante los meses previos. EEUU temía que Europa cayera en una depresión capaz de arrastrar consigo a la economía estadounidense, costándole la reelección al propio Obama.

La encerrona a Merkel

Sarkozy convocó a los principales líderes europeos esa misma noche, pero, para sorpresa de muchos, fue Obama quien presidió la reunión. "Fue extraño", afirma un miembro de la delegación alemana. También fue un "signo de debilidad" por parte de la UE, como si Europa no fuese capaz de resolver sus propios problemas.

Muchos en la sala pensaban que el objetivo era convencer a Berlusconi de que aceptase la asistencia del FMI, pero Obama inició la sesión con algo diferente e inesperado. Su plan era crear un gran cortafuegos en la zona euro, ampliando de forma sustancial los fondos destinados al rescate de países. Washington había planteado en diversas ocasiones la posibilidad de que el BCE se convirtiera en el prestamista de última instancia de los gobiernos, a imagen y semejanza de la Reserva Federal de EEUU (FED), el Banco de Inglaterra o el Banco de Japón. Pero Berlín se mantenía firme, debido a su traumática experiencia con la hiperinflación en el período de entreguerras.

Así pues, en la víspera de la cumbre de Cannes, las delegaciones de Estados Unidos y Francia acordaron un nuevo plan para aumentar dichos fondos, con la idea de que fuese aceptable par Berlín. La idea consistía en incrementar, una vez más, las reservas monetarias del FMI, consistentes en la emisión de derechos especiales de giro (DEG). El objetivo, en última instancia, era elevar dichas reservas para que el FMI prestara al Fondo de rescate europeo unos 140.000 millones de euros extra. Es decir, si el BCE no podía intervenir, lo haría el FMI a través de su particular imprenta (DEG).

Las autoridades europeas se mostraron de acuerdo, pero Merkel tenía un problema: los DEG no son controlados por los gobiernos nacionales, sino por los bancos centrales, y el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, rechazó esta posibilidad. El banquero alemán se opuso, en primer lugar, porque el plan olía a desesperación. La utilización de las reservas del FMI para ampliar el Fondo europeo enviaría a los mercados un mensaje equivocado, ya que evidenciaría la imposibilidad de encontrar financiación por otras vías.

Pero lo más importante para Weidmann es que los DEG, al igual que las tenencias de oro o las reservas internacionales de un gobierno, son responsabilidad exclusiva del banco central y, por tanto, no son fondos para que los políticos puedan destinar libremente al rescate de otros estados. Inyectar dichas reservas al Fondo de rescate europeo supondría un peligroso precedente, según Weidmann.

Merkel estaba, por tanto, atada de pies y manos. Cuando Sarkozy apoyó el plan de Obama y se giró hacia Merkel en busca de su apoyo, Merkel anunció que el Bundesbank había rechazado esa propuesta y, como consecuencia, no podía aceptarlo. La canciller insistió entonces en que Italia aceptara la asistencia de 80.000 millones de euros propuesta por el FMI, a cambio de reformas y ajustes, porque, de ese modo, podría pedir al Parlamento alemán que aumentara el tamaño del Fondo europeo de rescate. Pero, en cuanto al plan de los DEG, su respuesta era no.

Para sorpresa de algunos de los asistentes el cariz que adoptó la reunión era surrealista, ya que Obama respondió que estaba del lado de Berlusconi. Es decir, que la asistencia bilateral del FMI a Italia era una mala idea. Paradójicamente, el euro estaba a punto de implosionar como consecuencia de los desmanes de griegos e italianos -y españoles-, y resulta que las grandes potencias habían urdido una emboscada contra Alemania y, más concretamente, contra Merkel.

EEUU quería que Berlín apoyara su plan basado en los DEG para reforzar el Fondo europeo; Alemania, por su parte, estaba dispuesto a ampliar el Fondo siempre y cuando Italia se comprometiera a hacer ajustes y reformas; mientras que Roma rechazaba el rescate del FMI y, por supuesto, cualquier programa de ajustes. Sarkozy propuso una vía intermedia: Italia se mantendría bajo la supervisión externa [que no intervención] del FMI y Alemania se comprometería a aportar préstamos bilaterales.

Obama rechazó la opción y se mantuvo firme: "No. Alemania cuenta con una cuarta parte de la asignaciones DEG [en la eurozona] Si tienes a todos los países de la UE juntos, pero no a Alemania… [el plan] comienza a perder credibilidad". Es ahí cuando Merkel responde entre lágrimas: "Eso no es justo. No puedo decidir por el Bundesbank. Yo no puedo hacer eso". La reacción emocional de Merkel pareció moderar algo las demandas de estadounidenses y franceses.

"[Obama] se dio cuenta de que había ido demasiado lejos", indica uno de los asistentes. El presidente de EEUU preguntó a Merkel si podría solucionar el problema con el Bundesbank para el lunes, y Sarkozy sugirió una reunión con los ministros de Finanzas para acordar los detalles antes de que culminara la cumbre al día siguiente. Tal vez se podría hacer alguna mención vaga en el comunicado oficial de la cumbre, sugirió Obama, pero Sarkozy dijo que no, y que lo mejor sería reunirse de nuevo a la mañana siguiente.

Es como si ambos mandatarios hubiesen intentado hacer oídos sordos a la advertencia de Merkel. La canciller insistió: "Yo no voy a adoptar un riesgo tan grande sin recibir a cambio nada de Italia. No voy a cometer un suicidio".

Y con eso terminó la reunión. A la salida de la sesión, Obama puso su brazo alrededor de Merkel, como para consolarla, escena que fue capturada por el fotógrafo oficial de la Casa Blanca . La imagen adornó las paredes del ala oeste de la Casa Blanca durante meses.

Los líderes se reunieron de nuevo a la mañana siguiente, pero el plan DEG ya se había diluido. "La tormenta había terminado", indica uno de los asistentes a ambas reuniones. Italia aceptó ser supervisada por el FMI, pero sin ningún tipo de asistencia financiera ni compromiso firme de ajustes. Aunque la cumbre concluyó bajo la promesa de incrementar los recursos del FMI, lo cierto es que la falta de concreción se tradujo en un aumento de la tensión financiera sobre la zona euro.

La prima de riesgo de Italia se disparó el lunes siguiente, tras la reapertura de los mercados, al igual que la de Grecia. Nadie tenía claro cuál sería el sistema para salvar el euro.

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