El Gobierno ha confirmado esta semana, por si quedaba alguna duda, que las políticas de austeridad y reformas estructurales para impulsar la economía han pasado al olvido. Lo único que importa ahora a la cúpula del PP son las citas electorales de 2014 y 2015 y, por tanto, no cabe poner en marcha nuevas medidas destinadas a facililitar el crecimiento, la creación de empleo y la reducción del déficit público. Así pues, España se tendrá que contentar con los escasos e insuficientes ajustes llevados a cabo en 2012, y aún menos en 2013, para salir del atolladero de la crisis. La visión de Moncloa es que ya no queda nada por hacer, salvo confiar en que el viento de la recuperación internacional siga soplando a favor para que el barco de la economía nacional llegue a buen puerto.
Esta complacencia es, precisamente, lo que se vislumbra a todas luces en el Programa de Estabilidad y el Plan de Reformas aprobado en Consejo de Ministros el pasado miércoles y remitido a Bruselas. El Gobierno ha elevado por tercera vez las previsiones económicas del país para los próximos cuatro años, tras estimar que el PIB crecerá un 1,2% este 2014 y un 1,8% adicional en 2015. Además, considera que la ocupación crecerá en 600.000 personas de aquí al cierre del siguiente ejercicio y el número de parados descenderá en 800.000. Asimismo, se compromete a reducir el déficit público al 5,5% del PIB este año, tres décimas por debajo del límite marcado por Bruselas. Con independencia de que se cumplan o no tales pronósticos, el Ejecutivo olvida que España se enfrenta a la recuperación más frágil y débil del mundo desarrollado, lo cual significa que el rumbo del crecimiento se podría truncar al mínimo tropiezo que surja durante la travesía, tal y como ya sucedió en 2010 y 2011.
Lo más grave, sin embargo, es que la actitud de brazos caídos que tanto caracteriza a Mariano Rajoy se produce en una de las situaciones económicas y laborales más dramáticas de las últimas décadas, como bien refleja la tasa de paro, anclada aún en el 26%, con casi seis millones de desempleados. El Gobierno se conforma con una leve y lenta recuperación, acompañada de una agónica creación de empleo, en lugar aprobar profundas reformas para liberalizar la enquistada estructura productiva y drásticos recortes de gasto para eliminar por completo el déficit. Los cambios normativos para flexibilizar el mercado de trabajo o facilitar la apertura y el desarrollo de las empresas brillan, simplemente, por su ausencia, al igual que las medidas destinadas a reformar el Estado del Bienestar o solventar la deficiente y despilfarradora Administración territorial.
Las crisis son tiempos de cambio que pueden ser aprovechados para hacer las cosas mejor o persistir en los errores del pasado. Rajoy, por desracia, se contenta con su particular política de parches para garantizar que todo sigue más o menos igual, a diferencia de lo que, por ejemplo, hizo Alemania a principios de la pasada década, Suecia durante su crisis financiera en los años 90 o los países bálticos de Europa del Este en la actualidad. El conformismo y la complacencia que está demostrando Rajoy no son solo síntoma de dejadez, sino también de irresponsabilidad e incompetencia.