Cada cierto tiempo, el antiliberalismo crea un filósofo de moda, a ser posible rebuscado y exótico con un mensaje apocalíptico desde la tribuna integrada. En este caso es Byung Chul Han, coreano emigrado a Alemania, que, en la senda pobrista, como diría Antonio Escohotado, sentencia en El País:
Y ahí viene el diablo, que se llama liberalismo o Fondo Monetario Internacional, y da dinero o crédito a cambio de almas humanas.
Es al menos paradójico que Byung Chul Han sea un surcoreano que vive en una Alemania reunificada. Porque si hay dos países que muestran a las claras las bondades del liberalismo político y económico son Corea del Sur, en comparación con la comunista y totalitaria Corea del Norte, y la Alemania liberal de la RFA, que tuvo que digerir el empacho de la república democrática alemana en su versión marxista-leninista.
Y no deja de ser relevante que Byung Chul Han hiciese su doctorado con una tesis sobre Martin Heidegger, el maestro del irracionalismo que se alió filosóficamente con Hitler para su proyecto antihumanista y antiilustrado, es decir, antiliberal. En el que se combina el infundado conservadurismo antitecnológico con la moralina de ultraizquierda.
Contra lo que dice Byung Chul Han, el liberalismo es el único sistema intelectual que ha pensado en profundidad el tema de poder y su corolario, la violencia. A través de mecanismos como la separación de las instituciones que ostentan el poder, el liberalismo se ha encomendado como principal misión la de construir un orden político en el que las relaciones humanas se lleven a cabo con la menor violencia posible, y siempre y cuando sea legítima. De Locke a Rawls pasando por Kant o Nozick, el sistema liberal ha permitido, como sostiene Steven Pinker, a miles de millones de ciudadanos vivir libre y prosperamente en sociedades abiertas, tolerantes y con un futuro de paz.
El liberalismo ha creado, como vio incluso Marx, un sistema de incentivos que, gracias a la innovación y la creatividad, ha permitido que se sienten las bases de democracias liberales en las que, como ha señalado repetidamente Amartya Sen, nunca se ha dado una hambruna. Por supuesto, hay que pagar un precio: el malestar en la cultura del que hablaba Freud. Pero ello es inherente a la condición humana, y de hecho el capitalismo es el sistema que permite una mayor multiplicidad de campos y actividades de acción para que dicha creatividad se oriente de los modos más diversos. ¿Que ser libres implica estar estresados? ¡Bienvenido sea el agotamiento de la libertad! Lo que les sucede a estos filósofos instalados en la sospecha como método y la beatería como contenido es que se no aplican su propio método. Entonces encontrarían en su interior aquello sobre lo que advirtió Erich Fromm: el miedo a la libertad.
Durante mucho se pensó que era la religión el tipo de ideología que alienaba a los seres humanos. Posteriormente se denunció a la tecnología como el opio del pueblo. También se ha hablado del fútbol o los medios de comunicación como manera de engañar a las masas. Pero lo que hay que plantearse cada vez más seriamente es si son determinados filósofos los que, llevados por ese "resentimiento contra la vida" que denunció Nietzsche, han sido los grandes alienadores de la sociedad, conduciendo a hombres y mujeres hacia alucinaciones distópicas que, en el mejor de los casos, terminan en sectas ininteligibles e imposturas intelectuales, en el sentido que denunció Alan Sokal. En el peor, a esos genocidios de corte filosófico que ensombrecieron el siglo XX y que nunca debieran volver a aparecer en el XXI.