El presidente Zapatero llevaba tiempo recogido en el Consejo de Estado, calladito y sin romper nada, pero en cuanto ha salido al mundo real a través de una entrevista televisiva ha vuelto a meter la pata. Hace poco era entrevistado en televisión por un señor con gafas de sol permanentes, no me parece que sea una actitud educada, que se ha hecho famoso por asumir (o lo es, no sé) un papel de grosero oficial.
El caso es que durante la entrevista, más simple que el mecanismo de andar hacia delante, el tipo de las gafas de sol le pregunta a Zapatero si le parece bien que un presidente del Gobierno no hable inglés. La reacción inmediata del inefable presidente en un derroche de buenismo fue de sorpresa y enfado porque desde su punto de vista no le parecía en absoluto importante. Podría haber dicho que era deseable, pero que le parecía más importante tener experiencia profesional o haber estudiado Derecho, Económicas o un módulo de esteticién. Pero nuestro Zapatero no planteó su alternativa de formación o experiencia o habilidades o conocimientos prácticos más recomendables para un primer ministro y aseveró que exigirle idiomas al primer dirigente político de un país le parecía "reaccionario". Es decir, sugerir que es importante que el presidente del Gobierno español pueda conversar en inglés, el idioma más universal, con todos sus homólogos del mundo es un ataque a la democracia, según su criterio. Le faltó decir que eso de los idiomas era de fachas, sólo para las élites, los poderosos o los malos malísimos.
Me parece una afirmación de una notable pobreza intelectual que además me preocupa porque transmite una cultura de la que debemos alejarnos, porque sólo nos ha llevado al agujero económico en el que nos encontramos.
Se me ocurre recomendarle a Zapatero que, ahora que disfruta de mucho tiempo libre, descubra la obra de un francés llamado Alexis de Tocqueville. Un político y pensador francés del siglo XIX que desarrolló una doctrina muy interesante con sólo dos años de estancia en Estados Unidos. En su libro titulado Sobre la democracia en América sostiene que lo que más le sorprendió de este país fue la igualdad de condiciones existente, es decir, el imperio del mérito del esfuerzo y de la capacidad sin cortapisas. Era la tierra de las oportunidades. Lo que ahora llamaríamos el paraíso de los emprendedores. Igualdad de oportunidades frente a igualdad de resultados. La clave de la libertad real es la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos. Esta circunstancia, decía Tocqueville, era la que explicaba la ausencia de revueltas en EEUU, mientras que la Europa de entonces estaba enfrascada en revoluciones que lo prometían todo.
Las economías socialistas, basadas todas ellas en la hiperintervención de un Estado considerado superior, han constituido un sonoro fracaso. Es normal. En el momento en que desaparecen los incentivos a la creatividad y al esfuerzo, la sociedad termina por asumir un encefalograma plano que provoca pobreza para todos, excepto para la oligarquía dirigente que parte y reparte de un fondo que va reduciéndose poco a poco. Sí me parece que es obligación del Estado poner a disposición de todos los ciudadanos la posibilidad de acceder a los mecanismos que permitan mejorar al individuo, aunque eso no puede ser excusa para intervenir en el proceso. Es decir, el Estado debe facilitar el acceso, por ejemplo, a la formación, pero el ciudadano debe tener la libertad de elegir qué modelo decide. No se trata de mostrarse indiferente ante las desigualdades de origen, porque eso es éticamente rechazable. Pero la manera más justa de atacarlas es facilitando un marco de igualdad de oportunidades.
La posición colectivista/socialista de la igualdad sólo es posible a través de una intervención asfixiante del Estado en la vida de los individuos, la negación de la propiedad privada y el usufructo de los resultados del esfuerzo personal. De ahí que Marx, en su Manifiesto comunista, señale que el resumen de su pensamiento es la abolición de la propiedad privada, y ya él y los suyos proveerán. Decía Edmund Burke que el pueblo no renuncia nunca a sus libertades sino bajo el engaño de una ilusión.
La igualdad que me parece más democrática es aquella que facilita los instrumentos para que uno desarrolle su proyecto de vida sin violentar la libertad de los demás. Democracia en su máxima expresión. Y esos instrumentos tienen un coste que debemos pagar todos solidariamente a través de unos impuestos razonables. Es decir, sí a que haya las máximas facilidades para que todos tengan acceso a aprender inglés, porque es una necesidad real de desarrollo, pero quien no las aprovecha a pesar de tener las condiciones para ello no puede igualarse con quien se ha esforzado por aprenderlo.