El conflicto laboral que ha surgido en las últimas semanas a raíz del ERE anunciado por la embotelladora de Coca-Cola, Iberian Partners, constituye un absoluto despropósito desde su mismo inicio, sobre todo si se tiene en cuenta la intensa polémica mediática y política que ha generado dicha decisión. Y todo ello, debido a la inmadurez e intransigencia de unos sindicatos, cuya forma de actuar y de pensar se ha quedado anclada en la primera mitad del siglo XX.
Lo primero que llama la atención es el burdo maniqueísmo que ha empleado la izquierda para tratar de confundir a la opinión pública. No en vano, PSOE, IU y los sindicatos han insistido en identificar a Iberian Partners, una compañía española, con la multinacional norteamericana de refrescos, cuando, en realidad, son dos empresas completamente distintas. En este sentido, la estrategia sindical ha consistido en rechazar los despidos y el cierre de las cuatro plantas previstas bajo el falaz y demagógico argumento de que Coca-Cola es una compañía que presenta grandes beneficios. Falaz porque no es Coca-Cola la que va a realizar el ERE y demagógico porque, aunque Iberian Partners gane dinero, goza de pleno derecho para ajustar costes, reducir plantilla y reorganizar su estructura como estime conveniente para mejorar su eficiencia y rentabilidad.
Lo contrario no sólo supondría un intolerable atentado contra la libertad de empresa y la propiedad privada que, en teoría, debería garantizar todo Estado de Derecho en el seno de una mínima economía de mercado, sino que, además, supondría un alarmante precedente para el desarrollo económico y social del país, ya que, de extenderse este principio, ninguna empresa podría despedir en caso de presentar beneficios, algo insólito en el mundo desarrollado, pero habitual en muchos países tercermundistas y en vías de desarrollo. El ajuste laboral que plantea Iberian Partners está más que justificado, ya que las plantas afectadas son improductivas y están infrautilizadas, de modo que suponen un importante lastre para el crecimiento de la compañía, con todo lo que ello implica en términos económicos y laborales. Es decir, los sindicatos están dispuestos a poner en riesgo todos los puestos de trabajo que hoy en día sufraga la empresa con tal de blindar a algunos de sus afiliados. Una estrategia negativa para la compañía, pero suicida, sin duda, para sus trabajadores. Además, aunque el ERE no tuviera ningún tipo de justificación económica, la decisión, siendo errónea, sería igualmente legítima, puesto que ésta corresponde, única y exclusivamente, a los dueños de la empresa, no a los trabajadores, ni a los sindicalistas ni a los políticos.
Igualmente llamativo resulta el hecho de que la embotelladora haya ofrecido unas condiciones muy ventajosas a los afectados del ERE mediante elevadas indemnizaciones, prejubilaciones y recolocaciones, que, sin embargo, han sido rechazadas por los sindicalistas, pese a que más del 90% de los trabajadores de Iberian Partners apoya dicho plan. La postura de los sindicatos sigue siendo inamovible: rechazo frontal al ERE y al cierre de plantas. Coca-Cola, víctima involuntaria de este conflicto, y los sindicatos representan dos mundos opuestos. La multinacional norteamericana, símbolo mundial del capitalismo, es un paradigma del progreso, el bienestar y la riqueza, manteniendo en plantilla a cientos de miles de trabajadores a lo largo y ancho del planeta mediante la satisfacción de sus clientes. Los sindicatos españoles, por el contrario, son reflejo de un sistema arcaico que, de una u otra forma, tan sólo acaba generando pobreza.
En este sentido, cabe tener muy en cuenta que si España padece hoy una de las tasas de paro más altas del mundo, a diferencia de otros países desarrollados que también han sufrido la crisis, como Estados Unidos, Reino Unido o Alemania, es culpa del modelo sindical vigente hasta 2012, en el que primaban los convenios colectivos por encima de los convenios de empresa. La brutal lacra del desempleo no es culpa de los empresarios sino de los sindicalistas -amparados por el poder político- que hoy se manifiestan contra Coca-Cola y su embotelladora, pero también contra el capitalismo, en general.