Han pasado sólo dos años desde el Otoño en que Italia hizo tambalear los cimientos del euro, pero desde Bruselas, la letanía oficial cacarea que la "actual encrucijada", en palabras del propio Matteo Renzi, muñidor de la renuncia de Enrico Letta, no tiene nada que ver con lo que sucedió en noviembre de 2011. Terminaba entonces la era Berlusconi y Bruselas murmuraba complacida el nombre de su favorito, Mario Monti, al que la ortodoxia comunitaria, escaldada aún por los problemas del enfermo heleno, fiaba la pervivencia del euro.
Y la moneda común sobrevivió, pero el Gobierno Monti teledirigido desde Bruselas también terminó en poco más de un año y, en diciembre de 2012, el cumplidor que había conseguido que Europa suspirara con alivio y mirara hacia Roma con confianza tuvo que vérselas con las urnas en una suerte de referendum sobre la disciplina fiscal y las reformas estructurales. Pero el siguiente primer ministro no salió, tampoco entonces, de las elecciones. Y fue Gianni Letta quien se hizo con el timón de Italia para, nueve meses después, volver a dimitir.
De Italia, en suma, bromean en Bruselas, "se puede esperar cualquier cosa". Pero lo dicen más expectantes que alarmados. Conscientes de que la inestabilidad política de la tercera economía de la zona euro es una potencial bomba de relojería, pero convencidos de que los años más convulsos ya pasaron. Y también cautos, sin olvidar que la formación del Gobierno es tarea de los italianos, sacrosanto "ejercicio de democracia interna" en el que Bruselas no tiene nada que decir. Pero lo dice.
Porque esta nueva crisis política ha puesto en guardia a las instituciones, que esta semana se apresuraron a bombardear con sus recetas oficiales. Es decir, que Roma haga su trabajo de formar un nuevo Gobierno –"una solución rápida", exigió con impaciencia mal disimulada la canciller alemana, Angela Merkel-, pero que sepa que podrá cambiar el Ejecutivo, pero no los retos económicos del país. Bruselas, por tanto, no afloja su exigencia y desde la Comisión Europea recitan la necesidad de que Italia siga aplicando reformas estructurales y medidas encaminadas a reducir su déficit público, hoy situado en torno al 3%.
Con todo, el portavoz del comisario económico Oli Reh se declaró expectante a que el nuevo Gobierno tome posesión y dé cuenta de los detalles sobre su programa económico. La misma expectación que han mostrado los socios del euro que el lunes se reunirán y podrán comentar los cambios políticos, aunque esperarán a que haya un nuevo Gobierno para mantener una discusión en profundidad sobre unos retos que –identifican fuentes europeas- son enormes, a la vista de que "el margen de maniobra es bastante escaso a la hora de impulsar el crecimiento a corto y medio plazo sin crear riesgos de estabilidad". Es decir, que lo que la jerga comunitaria define con prudencia como "retos" es leído por las capitales como "dificultades".
El humo de la crisis política, por tanto, ha puesto en guardia a los líderes europeos, pero no ha cegado a quienes, desde los despachos oficiales de Bruselas, siguen exigiendo una rígida agenda de reformas estructurales para solventar los riesgos fiscales de un país cuya deuda pública asciende al 130% del PIB.