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¿Qué hay detrás de la desaceleración de China?

El PIB de China avanzó un 7,7% en 2013, muy lejos de los dos dígitos de años atrás. Esta desaceleración se debe a cambios en su modelo económico.

El PIB de China avanzó un 7,7% en 2013, muy lejos de los dos dígitos de años atrás. Esta desaceleración se debe a cambios en su modelo económico.

El PIB de China ascendió a un total de 6,87 billones de euros en 2013, un crecimiento del 7,7%. Este aumento, en términos absolutos, equivale al PIB de Turquía. Aunque la tasa se ha situado por encima de las estimaciones del Gobierno y del consenso, se trata de la tasa más suave desde 1999 y muy lejos de los crecimientos de dos cifras de tan sólo unos años.

Este hecho ha propiciado la alarma entre la mayoría de analistas, muchos de los cuales llevan alertando sobre la economía china desde finales de los noventa. Sin embargo, este menor crecimiento era esperado, lógico, y, hasta cierto punto, deseable, ya que, principalmente, no se debe a una caída en la actividad sino a un cambio de rumbo hacia el equilibrio en el amplio proceso de reformas iniciado a finales de los años setenta.

En marzo de 2011, detallé las que eran las nuevas prioridades del Gobierno chino y los resultados que podíamos esperar en el corto y medio plazo. En aquel artículo, subrayé cómo el modelo de crecimiento de China desde su incorporación a la OMC en 2001, tremendamente dependiente de una altísima tasa de inversión y de unas igualmente altas exportaciones, estaba parcialmente agotado y China debía emprender reformas para corregir los graves desequilibrios macro que acumulaba internamente (disparidad de rentas y distribución geográfica del crecimiento) y también con el resto del mundo.

En este sentido, el entonces presidente Hu Jintao proclamó que la nueva prioridad del gigante asiático era el desarrollo "armonioso" -concepto muy confuciano, por cierto-, por encima del crecimiento a toda costa que había caracterizado la década anterior.

El pasado noviembre, Xi Jinping y Li Keqiang tomaron las riendas en la que es la quinta generación de líderes dentro del Partido Comunista, de facto la nueva dinastía de China. El nuevo tándem dirigente ahondó en la misma línea y, como señala Augusto Soto, experto en sinólogo, establecieron dos prioridades principales:

  • Luchar contra la corrupción (pieza imprescindible para garantizar legitimidad de las estructuras políticas y la gobernanza del país).
  • Y reafirmar el compromiso del Partido con las reformas pro-mercado.

Todo lo anterior se iba a desarrollar en un marco que busca modernizar la sociedad china a través de un modelo de crecimiento más equilibrado en donde la demanda doméstica vaya ganando protagonismo a la demanda exterior y las inversiones. En este sentido, el Gobierno ha venido desarrollando ya diferentes paquetes de políticas y reformas sociales encaminadas a tejer una, aunque mínima, red de Seguridad Social que permita transformar la elevada tasa de ahorro chino en consumo.

Por otra parte, se está favoreciendo el desarrollo de industrias relacionadas con el sector servicios y un menor peso relativo a la industria exportadora, así como las reformas han empezado abrirse camino también en aquellas regiones y provincias -básicamente áreas rurales y del interior- que al inicio del proceso de apertura quedaron más alejadas del foco reformista de Beijing.

Histórica transformación política

Hago un breve alto en el camino para los que no estén familiarizados con la economía de China para subrayar un hito que nos conviene tener presente a la hora de llevar a cabo cualquier análisis sobre el país. Desde 1978, y coincidiendo con la llegada al poder de Deng Xioping (sin duda, una de las figuras más preminentes del siglo XX), la República Popular está enfrascada en la que, probablemente, sea el proyecto político más ambicioso en la historia de la humanidad: nunca antes tanta gente se había propuesto cambiar tanto en tan poco tiempo.

Deng lideró la primera generación de mandatarios reformistas de China que buscaron cambiar una economía planificada, cerrada y agrícola, en una economía de mercado, abierta e industrial. En las últimas dos décadas el mundo ha asistido atónito a cómo China recuperaba dos siglos perdidos y en poco tiempo convergía rápidamente hacia estándares occidentales, reconfigurando por completo el escenario global. El cambio ha sido abrumador, pero todavía queda mucho camino por recorrer.

A día de hoy, la economía china dista mucho del ideal capitalista -si es que dicho ideal existe en alguna parte-. Sin embargo, su economía se ha abierto al mundo, sus mercados se han ido liberalizando de forma progresiva y su régimen de libertades políticas y sociales, aunque claramente imperfecto, ha mejorado sustancialmente con respecto a los tiempos de la Revolución Cultural de Mao Zedong, cuando el gigante asiático se asemejaba al régimen estalinista que existe hoy en Corea del Norte. Hoy, la realidad de ambos países no tiene nada que ver.

Digo todo esto porque una parte importante de medios y analistas independientes ha interpretado este menor crecimiento como algo muy negativo y preocupante: "El gigante se deshincha", han titulado algunos medios. En mi opinión, el titular "el gigante se equilibra" es más correcto y veraz. China ha llegado a experimentar tasas de crecimiento del 15% interanual, claramente insostenibles en el largo plazo. Una moderación en el crecimiento no era sólo esperable, con las nuevas políticas de cambio de modelo, sino necesaria para corregir los desequilibrios macro que arrastra la economía global desde el último periodo expansivo.

Cambios en su modelo económico

Para la próxima década, China se ha propuesto desarrollar su mercado doméstico y crecer apoyándose en los incrementos de la productividad, como sucede en las economías desarrolladas. Sin embargo, este cambio no es algo que suceda de hoy para mañana sino que requiere tiempo y habilidad política, e implica, necesariamente, una menor tasa de crecimiento durante el ajuste. No todas las regiones están igualmente preparadas para este cambio ni requieren del mismo recetario para su desarrollo, lo que acrecienta aún más el gran reto político del nuevo mandarinato.

Insisto en la profundidad de los cambios y la magnitud del fenómeno chino porque constituye un gran error evaluar el fenómeno chino en comparación con cualquier otro país o situación de nuestro entorno. Es cierto que el crédito, controlado por un sistema bancario público, se ha multiplicado por prácticamente cuatro desde 2009; pero, igualmente cierto es señalar la elevada tasa de ahorro china, la poca importancia que supone el gasto público en la economía, su bajísima presión fiscal y su muy moderado endeudamiento total si lo comparamos con las economías de nuestro entorno. Por eso, querer comparar a China con la situación de España en 2007, como he llegado a leer, es una insensatez y un síntoma claro de que se sabe muy poco de lo que se habla.

Estamos asistiendo en primera persona a un proceso estructural de proporciones históricas, lo que requiere utilizar las lentes de gran angular, así como desarrollar una sensibilidad muy especial para saber captar la singularidad del objeto de análisis a la hora de evaluar la coyuntura china sin naufragar en el intento.

En definitiva, la desaceleración en el PIB chino no responde únicamente a una caída de la actividad -como es atribuible en el caso de España-, sino, sobre todo, a un cambio en su composición. El aumento de la inversión ha caído un 5% y el de las exportaciones un 15% debido a la fuerte contracción en los últimos años de las dos grandes plazas para China: Estados Unidos y Europa.

Datos que no son malos si entendemos que uno de los principales problemas económicos de China no es tanto la burbuja inmobiliaria -pese a que muchas veces sea casi lo único que ocupa el foco mediático-, sino, más bien, la sobrecapacidad productiva industrial que acumula el país.

Es por ello, que resulta tan importante el impulso de la demanda doméstica y la reducción del ahorro chino, que se sitúa en niveles del 50%. El Gobierno ya ha empezado a desplegar pequeñas partidas de gasto social (sanidad y educación, principalmente, también pensiones), mientras obliga a las poderosas empresas estatales a repartir beneficios, además favorecer el reparto de dividendos en el resto de compañías.

Por otro lado, después de años de integración económica en el ámbito comercial, la prioridad del Gobierno es preparar el país para la futura modernización y apertura de los mercados financieros y de capitales, hoy todavía profusamente intervenidos por Beijing. Además, la liberalización de la esfera financiera es uno de los elementos claves para aumentar la renta disponible de los, ahora, sufridos trabajadores chinos, prerrequisito también para hacer crecer la demanda interna. El desarrollo del mercado de capitales y la reforma bancaria son otros ejes prioritarios en los que se desarrollará el marco legislativo en los próximos años, como ya hemos visto en los últimos meses.

Por último, subrayar el hecho de que la República Popular se enfrenta a un reto político mayúsculo con carácter previo a cualquier discusión de tipo económico que se quiera hacer. En efecto, desde su llegada al poder, la primera prioridad de Xi Jinping, y con sumo acierto, como está demostrando la actualidad más reciente (Chinaleaks), ha sido la lucha contra la corrupción (y abusos de poder en su concepción más amplia), mal endémico y verdadero cáncer dentro de las instituciones políticas chinas que se cierne como una peligrosa sombra sobre la legitimidad del Partido.

Asegurar la confianza y la legitimidad en las estructuras de poder es pieza indispensable para mantener la gobernanza del imperio y poder proseguir con las reformas: sin timón, difícilmente habrá cambio de rumbo. Además, una pérdida generaliza de confianza en las instituciones supondría una grave amenaza para la seguridad y prosperidad, no únicamente de China, sino del conjunto de la región.

En resumen, detrás de la moderación del crecimiento chino se oculta un importante cambio de modelo dentro de un proceso aún más amplio de reformas económicas que en poco más de una generación ha transformado un país que era más pobre que Camerún en la segunda potencia mundial del planeta, con un PIB per cápita que ha pasado de unos míseros 250 dólares a cerca de 9.000, habiendo reducido en más de 600 millones el número de pobres. La generación de prosperidad y bienestar más importante en la historia del hombre, como remarcó hace algún tiempo el semanario The Economist.

Xi Jinping, y el resto de nuevos líderes, se enfrentan a dos grandes retos: consolidar la legitimidad del sistema (con las reformas políticas que esto puede suponer), y asegurar la sostenibilidad económica (lo que implica, necesariamente, un cambio de modelo). China es una realidad mucho más heterogénea de lo que transmiten sus monocromáticas estructuras de poder. La República Popular es un gran paraguas político sobre el que se está llevando a cabo la industrialización de la civilización viva más longeva del mundo y su paulatina integración en la economía global.

Todo lo anterior imposibilita el análisis de China en clave coyuntural siguiendo los estándares para el análisis de economías de nuestro entorno. Como bien señaló Jonathan Spence, "Occidente no puede ver a China con las mismas lentes con las que se observa a sí mismo".

Luis Torras es miembro del Instituto von Mises Barcelona, miembro del Claustro Senior de Cátedra China, Advisor del Dialogue with China Project y autor del libro El despertar de China. Su cuenta en Twitter es @TorrasLuis

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