Argentina y Venezuela han caído en la hiperinflación (subidas de precios de más del 50%) y, de mantener la actual senda, galopan directos hacia el caos económico y social. La fuerte devaluación que han sufrido sus respectivas monedas en los últimos días es tan sólo un reflejo de los profundos y graves problemas estructurales que padecen ambos países como consecuencia de las políticas populistas aplicadas en la última década.
En este sentido, el kirchnerismo y el chavismo son dos caras de una misma moneda, llamada "peronismo" en el caso argentino y "socialismo del siglo XXI" en el venezolano, cuyo denominador común es un estatismo exacerbado con la excusa de combatir el malvado capitalismo.
Sus economías, otrora ricas y desarrolladas, son hoy meras potencias emergentes en constante y creciente declive, cuyo posible colapso amenaza con golpear a sus principales socios comerciales en América Latina, pero también a las grandes empresas españolas con una elevada exposición a ambos países. El Ibex perdió más de un 3,6% este viernes debido, precisamente, a las fuertes turbulencias monetarias que ha registrado Argentina en los últimos días.
Entre el pasado miércoles y jueves, el peso argentino ha sufrido su mayor devaluación en el mercado oficial (regulado por el Estado) desde la quiebra soberana de 2002, tras abandonar la paridad cambiaria de 1 peso-1 dólar. El valor del peso se desplomó más de un 12%, hasta rondar el umbral de 8 pesos por 1 dólar, debido a que el Banco Central de Argentina decidió no intervenir el mercado durante algunas horas. Y si no bajó más fue porque la autoridad monetaria optó, finalmente, por estabilizar su valor, vendiendo unos 100 millones de dólares de sus reservas para comprar pesos.
Se trata de la mayor depreciación intradía que sufre su moneda desde los tenebrosos días del default, hace ahora 12 años. Pero si ésta no se ha producido antes es, simplemente, porque Argentina vive desde entonces bajo el yugo de una fuerte intervención monetaria que fija el tipo de cambio artificial muy por encima del valor real del peso (el que le otorga el mercado, no el Gobierno).
Prueba de ello es el siguiente gráfico, donde se observa el tipo de cambio oficial en la última década: el Estado ha ido devaluando el peso poco a poco, pero de forma creciente, en los últimos años, y ahora que durante apenas dos días ha dejado fluctuar su moneda libremente, se ha desplomado de golpe.
Si en 2009 comprar un dólar costaba tres pesos, a principios de 2013 valía casi 5 y ahora ya ronda los 8 por cada billete verde. Y esto en cuanto al cambio oficial, ya que en el mercado extraoficial (en la calle) el denominado dólar blue cotiza por encima de los 13 pesos. Es decir, pese a la devaluación, el valor real del peso es todavía muy inferior al oficial.
Todo ello se traduce en una fuerte inflación, que el Gobierno sitúa en el 10%, mientras que otros economistas la elevan al 30% e incluso algunos expertos independientes la colocan por encima del 60% interanual, tasas propias de un proceso hiperinflacionario.
La razón de esta brusca depreciación monetaria estriba en la política económica seguida por el Gobierno de los Kirchner: nacionalización de industrias y empresas (la expropiación de la petrolera YPF es un claro ejemplo), fuerte e intenso intervencionismo estatal en todos los ámbitos de la economía, un aumento muy sustancial del gasto público y los impuestos y, sobre todo, un creciente proteccionismo comercial. Un particular cóctel, muy similar al venezolano, que ha tenido como resultado la caída de la producción nacional y una inflación cada vez más elevada, consecuencia de una suicida política monetaria para respaldar al Gobierno.
El PIB argentino se está frenando de forma brusca, mientras que su sector exterior lleva tiempo en números rojos. Su balanza por cuenta corriente registra el déficit más alto desde 2001, en tiempos de la convertibilidad con el dólar, como consecuencia del deterioro de sus exportaciones y el fuerte incremento de las importaciones. Esto significa que los argentinos consumen más de lo que producen y, por tanto, necesitan un mayor volumen de divisas para importar bienes y pagar su deuda externa, así como para defender artificialmente su tipo de cambio oficial con el objetivo de ocultar la inflación real a la opinión pública.
Y puesto que Argentina no ingresa el volumen de divisas suficiente mediante sus exportaciones o la producción de petróleo, su Gobierno intenta a toda costa restringir las importaciones a su población (proteccionismo) y atesorar la máxima cantidad de dólares posible, limitando su circulación (cepo cambiario) y evitando la salida de divisas del país (control de capitales).
Pero como es imposible corregir un error con otro mayor, su estrategia ha fracasado estrepitosamente. Prueba de ello, es que sus reservas internacionales se han desplomado hasta mínimos de 2006, por debajo de los 30.000 millones de dólares. En los últimos tiempos, su Banco Central se ha gastado una media de 1.000 millones de dólares al mes en la compra de pesos para evitar el derrumbe de su moneda nacional, pero ante el riesgo evidente de agotar sus reservas ha optado por no intervenir durante un par de días en el mercado oficial, propiciando así la devaluación observada desde el miércoles.
Con este cambio de política, el Gobierno pretende encarecer las importaciones y abaratar las exportaciones argentinas, a costa, eso sí, de empobrecer un poco más a su población. Pero el problema de fondo sigue siendo su decreciente competitividad económica y el excesivo peso de su Estado, con lo que la devaluación oficial servirá de poco. La creciente desconfianza de los argentinos hacia su moneda, el proteccionismo y la escasez de reservas acrecientan el riesgo hiperinflacionario e incluso un escenario de estanflación (recesión y elevada inflación).
Desabastecimiento y escasez en Venezuela
Su aliado venezolano está incluso un paso por delante. El régimen bolivariano que ahora preside el sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, ha empezado a sufrir graves problemas de desabastecimiento y escasez tras la imposición de rígidos controles de cambio y la fijación de precios por ley.
Primero fue el papel higiénico y otros productos básicos, después llegaron los asaltos a tiendas, la expropiación automática de comercios, la imposibilidad de vender billetes de avión y ahora la ausencia incluso de alimentos en las estanterías. El Grupo de Empresas Polar, principal empresa venezolana privada de elaboración de alimentos y bebidas, anunciaba que sus proveedores extranjeros de comida y equipos han dejado de suministrarle porque el Gobierno venezolano no le está facilitando dólares al tipo de cambio oficial con el que poder pagar a los proveedores.
Venezuela, cuya tasa de inflación oficial supera el 50% interanual (la extraoficial ronda ya el 300%), también se está quedando sin dólares, a pesar de disponer de abundante petróleo, ya que sus reservas internacionales se han desplomado a mínimos de 10 años.
La desconfianza hacia su moneda es total. Nadie quiere bolívares. Los venezolanos sólo buscan dólares, euros o bien oro. El valor del bolívar no encuentra suelo: el tipo de cambio oficial es de 6,3 bolívares por dólar y de 11,36 para los turistas extranjeros, pero su cambio real en el mercado negro es de casi 80 bolívares por dólar. Los analistas también prevén fuertes devaluaciones del cambio oficial a corto plazo en el vecino paraíso socialista.