El hecho de que el FMI haya revisado al alza sus previsiones de crecimiento para la economía española en 2014 y en 2015 constituye, sin duda alguna, una buena noticia. Ahora bien, si tenemos en cuenta que la institución estima una expansión del PIB español del 0,6% este año –es decir, cuatro décimas más de lo que esperaba hace tres meses– y del 0,8% en 2015 –lo que implica una mejoría de tan sólo dos décimas–, tan poco se trata de una revisión como para tirar cohetes.
Es innegable que la economía española se ha beneficiado del positivo cambio en el panorama internacional, tal y como admitía recientemente Rajoy en Washington, y de que nuestro país haya sido visitado en 2013 por más de 60 millones de turistas, récord histórico por el que hemos arrebatado a China el tercer puesto en la lista de países más visitados. También es cierto que el sector privado ha llevado y sigue llevando a cabo un encomiable proceso de reestructuración, parcialmente favorecido por la tímida reforma laboral del Gobierno... pero entorpecido por su empobrecedora presión fiscal.
Sin embargo, esa misma voracidad fiscal, como la lentitud y el escaso alcance de la política supuestamente reformista del Gobierno, es lo que explica la tardanza y la escasa fuerza de la recuperación económica. De hecho, aunque los pronósticos que se cumplieran fueran no los del FMI sino los aun más optimistas que hace el Gobierno, todavía estaríamos en un marco de exigua recuperación económica, plenamente compatible con el terrible horizonte que presentaba hace unos días la CEOE, en que la tasa de paro no bajará del 20% "ni en el corto ni en el medio plazo"
Dado que esa hipotética tasa futura de paro del 20%, por terrible que sea, estaría por debajo de la del 22,85% que dejó Zapatero; y dado también que el reciente compromiso de Rajoy en Antena 3 se limita a "mejorarla" sin decir en cuánto, no extrañe que el Gobierno haya dado por concluido su lento y sobre todo escaso programa reformista.
El hecho, por tanto, es que la escasa ambición del Ejecutivo a la hora de meter en cintura el despilfarrador y sobredimensionado sector público, así como su esperanza de que sea un crecimiento económico inducido desde fuera lo que ayude a soportarlo, es lo que condena el país a un largo, débil y frágil proceso de recuperación.
Por grato que resulte, en definitiva, que las previsiones internacionales se revisen al alza, se ha caído demasiado bajo para conformarse con tan exiguo cambio de tendencia.