Glosemos, desde el punto de vista de la economía, el número monográfico de Política Exterior de septiembre, titulado "Panorama de la defensa, 2014-2020". Y para empezar debemos indicar que, como señala Jesús A. Núñez Villaverde en su artículo "La defensa en España: quiero y no puedo",
la sociedad española se ha habituado, afortunadamente, a gozar de una estabilidad estructural que se tiende a considerar irreversible, equivocadamente.
Esto lo amplía así el exministro de Defensa Gustavo Suárez Pertierra en su aportación, titulada "El retorno social de la defensa":
En definitiva, los españoles se sienten cómodos con el papel activo en la escena internacional después de décadas de aislamiento, y eso legitima el papel de las fuerzas armadas. La valoración fluctúa, sin embargo (…) con el cansancio por el incremento del volumen de las misiones, especialmente en momentos de crisis económica y social.
El análisis que ofrece el profesor Antonio Fonfría en "El retorno económico de la defensa" se muestra que ésta no colabora precisamente a empeorar la crisis; en primer lugar, por el cuidado con que se verifica el gasto (por encima del 1% del PIB). Entre 2003 y 2011 el gasto, mayor de lo presupuestado, se sitúa por encima de los 2.500 millones de dólares anuales.
Si se parte de la consideración del efecto multiplicador de cada euro dedicado a la demanda final de las actividades vinculadas a la defensa, se obtiene que éste se multiplica por 2’5 de media (cifras del Ministerio de Defensa en el número 5 de Cuadernos de Política Industrial de Defensa). En otras palabras, duplica con creces su efecto en el conjunto de la economía. Una comparación con otros sectores permite contextualizar este resultado: el sector de la distribución de energía eléctrica posee un efecto multiplicador de 2’8; el de actividades informáticas, de 1’8.
La ratificación de eso la proporciona Carlos Suárez en su "Innovación y competitividad":
La inversión en infraestructura de seguridad y defensa (…) afecta a compañías de otros muchos sectores, no estrictamente de defensa, que incluyen la producción de materias primas, diseño e ingeniería, centros de investigación, fabricación, logística o servicios. Las cifras hablan por sí solas: en España, la industria de defensa facturó en 2012 más de 4.000 millones de euros, de los que más del 60% corresponden a exportaciones, según datos de la Asociación Española de Empresas Tecnológicas de Defensa, Aeronáutica y Espacio (Tedsa), y tiene un aporte del 10% en I+D+i.
Andrés Sendagorta amplía esto en "Sener, el punto de vista de un empresario":
España ocupa un lugar privilegiado en el desarrollo de tecnología en el plano internacional. Esto se debe, en gran medida, a la calidad del tejido industrial español de los sectores de defensa y espacio.
El abandono de la defensa, ¿puede resultar suicida para la vida normal, no sólo de la economía sino de la sociedad española? El profesor Carlos Echevarría, en "España, frontera europea con el Magreb y el Sahel", anota:
España es fronteriza con la región del Magreb-Sahel, donde la inseguridad crece con rapidez. La evocación de Al Ándalus por AQMI [Al Qaeda en el Magreb Islámico] (...) es una amenaza en sí misma, mientras que la proximidad de Canarias al escenario del Sahel acerca estos problemas a España y a la UE.
Los datos que siguen son igualmente alarmantes y enlazan con este aserto de Domingo Ureña en "Por una política de defensa a largo plazo en Europa", quien apunta:
En el caso español, debemos tener en cuenta que ahora somos vanguardia en un conflicto latente en el norte de África, siendo considerados objetivo importante por las facciones islamistas más radicales.
La defensa, pues, es en España algo paralelo a la inversión en infraestructuras. Un fallo en ellas compromete todo el desarrollo económico.