Eurovegas era uno de los pocos proyectos ilusionantes de la España actual: una idea de un gran empresario, que iba a dar un tremendo impulso a la Comunidad de Madrid y, sobre todo, a crear miles y miles de puestos de trabajo en un país en el que las cifras de paro son un escándalo, una vergüenza y un problema que está cerca de hundirnos, como suele decirse, con todo el equipo.
Pero no ha podido ser, y no ha podido ser porque la España del S XXI, la España de los seis millones de parados, es demasiado rica para un proyecto así, hace las cosas demasiado difíciles, pone barreras que ni los empresarios más solventes y exitosos del mundo son capaces de superar.
En esta España del S XXI si alguien quiere montar una empresa y generar miles de puestos de trabajo se convierte automáticamente en un sospechoso, alguien que puede ser peligroso para una clase política que, cada día más, quiere extender su control a todos los ámbitos de la sociedad: que sólo a través de los políticos sea posible ser juez, médico, profesor o, simplemente, encontrar un trabajo.
La novela 1984 es famosa por la figura del Gran Hermano y muy recordada por el absoluto control que el sistema político, claramente socialista, ejerce sobre sus protagonistas y la sociedad distópica que representa. Sin embargo, cuando la leí no hace mucho hubo otro aspecto que todavía me pareció más interesante de la fantástica obra de George Orwell: la necesidad que tienen los sistemas totalitarios, y en particular el socialismo, de mantener a su pueblo en la pobreza.
Me pareció evidente que Orwell, buen conocedor del socialismo real, tenía muy claro que no es sólo que el sistema económico socialista genere pobreza por su ineficacia e injusticia, sino que el sistema político necesita de esa miseria para perpetuarse.
Obviamente, España no es la Oceanía de 1984, pero uno a veces piensa si nuestra clase política, y especialmente nuestra izquierda, no serán mucho menos torpes de lo que parecen y están en realidad trabajando para mantener el país por debajo de ese nivel en el que cada vez más españoles se podrían dar cuenta de que, mira por donde, igual no les necesitamos o podemos cambiarlos.
Pero no, no es un problema solo de la clase política, muchos compatriotas se encuentran felices bajo el peso de un estado y unas instituciones elefantiásicas que cada día nos cuesta más mantener; y nos da miedo, o pereza, salir al mundo a ganarnos honradamente la vida sin un superestado que nos proteja… de nosotros mismos.
En definitiva, no nos merecemos Eurovegas: ni los políticos ni los españoles de a pie somos lo suficientemente de fiar, estamos demasiado cómodos en nuestra mediocridad.