Dice Alejandro Rebossio en El País que Axel Kicillof, flamante ministro de Economía en la nueva etapa pretendidamente moderada del régimen kirchnerista, se define como keynesiano y no como marxista. Esta confusión seguramente deriva de quienes no lo han leído, porque su keynesianismo es un mero disfraz del marxismo.
Para mayor desconcierto, Rebossio resume así los objetivos intelectuales de la política del nuevo ministro:
Emplear todos los medios e instrumentos de la política económica e industrial para consolidar el proceso de industrialización, de sustitución de importaciones y de avance en la diversificación y crecimiento de las exportaciones, con el objetivo irrenunciable de sostener elevados niveles de empleo y una mejora en las condiciones de vida de los trabajadores que resulte sostenible en el tiempo.
Como decía el clásico, lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible.
Una larga experiencia y numerosos análisis teóricos demuestran que ninguna industrialización puede consolidarse mediante la sustitución de importaciones, que por definición comporta proteger a determinadas empresas y sectores o subsectores a costa de los ciudadanos, a quienes el poder fuerza a pagar precios más elevados que los que regirían en libre competencia.
Con la estrategia proteccionista, la industria se debilita, no se fortalece. Al encarecer artificialmente los insumos, las exportaciones ni se diversifican ni crecen, sino al contrario, porque la competitividad de la economía se contrae, y con ella las exportaciones. Por consiguiente, la estrategia impide conseguir el objetivo "irrenunciable" de aumentar el empleo. Las condiciones de vida de los trabajadores, en consecuencia, resultan insostenibles en el tiempo.
En resumen, la estrategia intervencionista de Kicillof conspira contra sus propios objetivos, lo que es típico del populismo, y de hecho ha sido ratificado de manera cada vez más visible por los deplorables gobiernos de la dinastía Kirchner.