El Banco Central Europeo (BCE) ha vuelto a rebajar el tipo de interés oficial en la Zona Euro hasta el 0,25%, un nuevo mínimo histórico, empleando de nuevo como excusa la necesidad de impulsar la recuperación económica y la reactivación del crédito al sector privado. De hecho, el presidente del organismo, Mario Draghi, garantiza que mantendrá esta laxa política monetaria el tiempo que sea necesario, a imagen y semejanza de lo que lleva haciendo la Reserva Federal de EEUU (FED) desde el estallido de la crisis financiera. Sin embargo, pese a las insistentes promesas y recomendaciones de los bancos centrales, el tiempo se ha encargado demostrar que este tipo de medidas no sólo no ha cosechado los éxitos pretendidos sino que incluso ha obstaculizado la corrección de los errores cometidos durante la época de la burbuja inmobiliaria. No en vano, ni la rebaja de tipos hasta casi el 0% ni las masivas inyecciones de liquidez facilitadas a bancos y Estados desde 2008, a uno y otro lado del Atlántico, se han traducido en el rápido y elevado crecimiento del PIB y el empleo que tanto auguraba la mayoría de los economistas.
En primer lugar, conviene recordar que la actual crisis deriva, precisamente, del mantenimiento de unos tipos de interés excesivamente bajos durante demasiado tiempo a lo largo de la pasada década. Y si ésta fue la causa original de la anterior burbuja es lógico pensar que tampoco será la solución, a menos que la intención real de la banca central sea inflar una nueva capaz de sustituirla. Es decir, una crisis de deuda ni puede ni debe resolverse con más deuda, y esto es justo lo que persigue el abaratamiento de la financiación. Y aunque el BCE no ha conseguido su objetivo en el sector privado, sí lo está logrando en el público. En realidad, estas políticas extraordinarias, lejos de favorecer la economía productiva, facilitan el acceso de dinero abundante y barato a Estados manirrotos, lo cual se traduce en más déficit, deuda pública y, por supuesto, impuestos, con todos los inconvenientes que ello conlleva para la creación de riqueza y empleo. Así, por ejemplo, los bancos, aprovechando el crédito barato del BCE, se endeudan a corto plazo al 0,25% e invierten ese dinero en la compra de deuda pública a largo plazo, cuya rentabilidad ronda el 4%, embolsándose la diferencia, incentivando así el endeudamiento público. Además, el acaparamiento del escaso crédito por parte del Estado restringe la concesión de préstamos a muchas empresas y familias solventes.
Por otro lado, si bien los tipos bajos favorecen a los deudores, tienen un efecto perjudicial sobre el conjunto de la economía, ya que desincentivan la amortización de deudas y la liquidación de las malas inversiones acometidas durante la burbuja. Dicho de modo: el BCE está ralentizando el esencial desapalancamiento del sector privado, un factor clave para depurar los excesos cometidos por España en el pasado, sobre todo en el sector inmobiliario. Todas las políticas destinadas a dificultar o retrasar este doloroso pero imprescindible ajuste tan sólo alargan innecesariamente la agonía. Refinanciar deudas impagables y sostener inversiones ruinosas haciendo uso del crédito barato no sólo no ayuda sino que lastra la recuperación. Y ello sin contar que la laxitud del BCE debilita el euro, encareciendo la importación de materias primas, lo cual tampoco ayuda a la mejora de la competitividad.
La auténtica solución a la crisis, por tanto, no estriba en repetir los graves errores del pasado con la vana e ingenua ilusión de obtener resultados distintos, sino en acelerar los ajustes al máximo para salir cuanto antes del atolladero. Para eso es fundamental flexibilizar al máximo la economía, permitiendo que las empresas se adapten con rapidez a la nueva coyuntura y surjan nuevas oportunidades de negocio capaces de reabsorber el elevado paro, así como reducir de forma drástica el gasto público, con el fin de eliminar el déficit e ir reduciendo el histórico nivel de deuda acumulado durante la crisis. La solución es, en resumen, más libertad económica y verdadera austeridad pública, creando un contexto idóneo para la generación de riqueza y empleo. La crisis se resuelve con más ahorro, no con más mala deuda, y con más y mejores empresarios, no con mayor manipulación monetaria por parte del BCE. Draghi no solucionará la crisis.