En las escasas dos semanas que duran los Juegos Olímpicos (JJOO) todo es espectáculo, diversión y entretenimiento, pero cuando se apaga la llama olímpica, la resaca que causa dicho evento no está exenta de efectos negativos. De las múltiples razones que se pueden aducir para rechazar Madrid 2020, destacan, básicamente, dos: la escasa o nula rentabilidad de los Juegos a corto plazo y, en general, el despilfarro que supone construir unas infraestructuras inútiles.
A corto plazo, cabe señalar que, históricamente, casi todas las ediciones de los Juegos Olímpicos arrojan pérdidas económicas. La razón estriba en unos gastos finales que suelen superar en mucho las estimaciones oficiales y en unas previsiones de ingresos infladas por los organizadores y, por tanto, irreales. ¿Resultado? Un mal negocio. Los diversos estudios existentes al respecto muestran que los JJOO celebrados entre 1960 y 2012 incurrieron en un coste medio un 180% superior al previsto. Londres, por ejemplo, contaba con un presupuesto inicial de 4.000 millones, pero acabó rozando los 15.000; los ingresos de Atenas tan sólo cubrieron el 15% del gasto final; las estimaciones en el caso de Pekín superan los 40.000 millones; y así, sucesivamente.
La única excepción conocida a este desastre financiero fue el caso de Los Ángeles 84, lo únicos Juegos que lograron superávit (unos 200 millones de dólares) gracias a que usaron infraestructuras deportivas ya existentes -sólo construyeron dos pabellones nuevos- y, sobre todo, porque la gran mayoría de la inversión era privada. De hecho, aunque el evento no acabe en ruina absoluta, su teórica contribución al crecimiento y la creación de empleo es engañosa, ya que consiste en gastar una gran cantidad de dinero público, arrebatado previamente al sector privado. Es decir, una especie de Plan E, solo que olímpico. El ayuntamiento de Atlanta y el estado de Georgia, por ejemplo, gastaron unos 1.600 millones de dólares en los Juegos de 1996, creando un máximo de 25.000 nuevos empleos, de modo que cada puesto trabajo costó 64.000 dólares a los contribuyentes.
Lo peor, sin embargo, es la larga resaca que dejan los Juegos en forma de obras e instalaciones olímpicas inútiles, inservibles y ruinosas. Años de construcción e ingentes inversiones públicas para acabar del siguiente modo...
El fiasco de Atenas
Atenas celebró los JJOO en 2004. Aunque el Estadio Olímpico, la Villa Olímpica y algunos otros pequeños estadios encontraron inquilinos, otras muchas instalaciones quedaron en el más absoluto olvido. Entre otros, destaca el centro acuático, el campo de voleibol playa, el estanque construido a las afueras del Estado Olímpico, el campo de Hockey y otras instalaciones deportivas que no han vuelto a utilizarse desde entonces.
Estadio de voleibol de Atenas abandonado
Fuente: Cordon Press
El despilfarro de Pekín
Pekín acogió los Juegos en 2008. El 'Nido de Pájaro', el referente de los Juegos de Pekín, es un claro ejemplo de despilfarro, ya que no se prevé recuperar la inversión efectuada (unos 360 millones de euros) hasta dentro de tres décadas. Pero el gran problema reside en la infrautilización y abandono del resto de grandes instalaciones olímpicas: el estadio de voleibol; el campo de béisbol; la sede de kayak; el estadio de ciclismo; la sede y los muelles para la competición de remo..
Centro Acuático Nacional de Pekín
Fuente: Wikipedia
Las otras ruinas olímpicas
Londres 2012 fue una excepción, ya que apostó por un modelo de financiación mixto, en el que las infraestructuras urbanas que precisaba la ciudad fueron sufragadas por el erario público, mientras que las deportivas corrieron a cargo de inversores privados. De hecho, algunas de esas instalaciones se han desmontado y se prevé que se trasladen a Río 2016, y otras se han transformado con el fin de hacerlas rentables.
Pero Londres, que aún así incurrió en enormes gastos, no es la norma: el Gran Auditorio Olímpico de Los Angeles en 1932 es hoy un templo religioso; la Villa Olímpica de Berlín 1936 permanece abandonada; el centro acuático de Helsinki 1952 sigue vacío; la vieja estación de tren que llevaba al estadio olímpico de Munich 1972 está derruida...
Barcelona, un caso diferente
En España, los defensores de Madrid 2020 ponen como ejemplo el enorme éxito cosechado en los Juegos de Barcelona 92, pero este caso muestra ciertas particularidades a tener muy en cuenta. Así, tal y como explican los analistas de Fedea, "este evento cambió la ciudad, en gran parte porque se convirtió en la excusa para llevar a cabo las infraestructuras que Barcelona había planificado desde hacía varias décadas para la expansión de la ciudad. Los Juegos Olímpicos y la Expo de Sevilla además cambiaron la percepción de España en el extranjero […] Sin embargo, "el Madrid de veinte años después tiene un nivel de infraestructuras de primera fila y España está ya establecida internacionalmente".
Es decir, ambos casos, Barcelona y Madrid, no son equiparables. De hecho, "es difícil argumentar que gran parte de las inversiones necesarias para albergar unos Juegos Olímpicos tendrán repercusiones positivas a largo plazo en la economía de un país", añaden estos economistas. "Muchas de las infraestructuras serán infrautilizadas. Lo sabemos bien en Madrid, por ejemplo, con el caso de la Caja Mágica que costó 300 millones de euros y a la que aún no se le ha encontrado mucha utilidad".