El Gobierno anda estos días avanzando la buena nueva de que la crisis económica puede estar tocando techo e insinuando que la recuperación estaría, por tanto, poco menos que a la vuelta de la esquina. Desde luego, a mí, como a todos los españoles, me gustaría que las cosas, en efecto, fueran así, pero me temo que hablar de recuperación en estos momentos resulta, por desgracia y cuando menos, prematuro.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que el que la caída de la economía pueda estar tocando suelo, como dice el Gobierno, no implica necesariamente que lo que venga a continuación sea una fase de recuperación y crecimiento generador de empleo y bienestar. Si estuviéramos ante una de las tradicionales crisis económicas españolas podríamos pensar que, en efecto, este sería el comportamiento que cabría esperar de la actividad productiva, una vez producida la pertinente devaluación, llevados a cabo los ajustes internos y esperando que el tirón del sector exterior fuese lo suficientemente intenso y continuado en el tiempo como para empezar a sacarnos de los apuros. Lo que ocurre es que esta no es una de esas crisis; esta es una crisis muy distinta, donde no hay devaluaciones, donde el ajuste interno dista mucho de haber concluido y donde no tenemos motores internos para salir de la crisis, más allá del turismo y de las exportaciones de productos agroalimentarios, por mucho que bastantes empresas industriales están esforzándose por abrirse camino en el exterior. Se esfuerzan, sí, pero son pequeñas y medianas empresas y sin capacidad de generar muchos empleos.
¿Qué es, entonces, lo que tiene que suceder para que podamos empezar a hablar, en efecto, de recuperación? Pues, en esencia, que la gente pueda empezar a comprar nuevamente coches, neveras, lavadoras y viviendas, esto es, bienes de consumo duradero y de inversión para cuya adquisición es preciso contar con financiación. De esta manera se impulsará la demanda interna, que hoy por hoy es la única que puede sacarnos de la crisis. Ahora bien, para que todo esto suceda lo primero que se necesita es que el crédito circule por la economía, y ello solo sucederá cuando, por un lado, concluya el proceso de saneamiento del sector financiero y, por otro, cuando desaparezca ese déficit público que absorbe el poco ahorro para financiar al sector privado. Pero no basta con ello, también es preciso que concluya el proceso de desapalancamiento, o reducción de deuda, de las familias, lo cual va a llevar tiempo porque para ello también se necesita que finalice el proceso de ajuste interno de los salarios y que, además, los ciudadanos puedan tener expectativas de una cierta estabilidad en el empleo gracias a una posible mejora de los fundamentos económicos. Y también es necesario que se incremente su renta disponible mediante rebajas de impuestos, lo que no sucederá mientras el Gobierno no lleve a cabo el necesario ajuste en el sector público.
En resumen, la economía puede estar tocando suelo, pero eso no implica que la recuperación venga inmediatamente después.