Una de las señas de identidad ideológicas de la izquierda es la defensa de la superioridad moral de lo público. Se entiende que lo público debe ser defendido por encima de lo privado. Sirva como ejemplo esta frase de una plataforma en defensa de lo público:
Que no nos quiten lo nuestro, lo público, ya que si nos quitan lo público nos lo quitan todo.
Hay muchas razones por las cuales esta argumentación pueda ser rechazada, pero me gustaría centrarme sólo en una: la solidaridad ni es un monopolio público ni sería bueno que lo fuese.
La izquierda da por hecho que todo lo que no haga el Estado no puede existir. Por ejemplo, el Estado debe ser proactivo impulsando la recuperación económica con políticas de gasto público; no es concebible que el Estado se centre en quitar obstáculos administrativos y en reducir su deuda para que la economía se recupere por sí misma. Se da por hecho que no puede haber final de la crisis sin que el Estado tire de la economía.
De la misma manera, la izquierda no concibe que pueda haber solidaridad más allá de la impuesta por las administraciones. Y es importante resaltar el verbo imponer en esta concepción de la solidaridad. Porque ésta existe gracias a que es financiada por impuestos (sustantivo derivado del verbo imponer) que se pagan por obligación. La solidaridad pública sería moralmente superior pese a que se ejerce sin elegir hacerlo.
Frente a esta solidaridad obligada está la solidaridad voluntaria, es decir, la solidaridad privada. Es la solidaridad de quien elije libremente ayudar a otro directamente o a través de una asociación, por ejemplo, con donaciones.
Un ejemplo llamativo de esta solidaridad voluntaria ha sido el que permitió batir la semana pasada el récord Guiness de donaciones de alimentos en una semana, alcanzando 278 toneladas de comida donadas. El récord –propiciado por la ONG Mensajeros de la Paz en Madrid– se alcanzó en una España marcada por sus más de 6 millones de parados y su sexto año de crisis. Seguro que algunos de los que donaron estaban ellos mismos en situación de estrechez económica o, incluso, en el paro. Pero, el sentimiento de solidaridad del ser humano es capaz de aparecer incluso –o, mejor dicho, sobre todo– en momentos de grave penuria.
Otro ejemplo de solidaridad espontánea es el que permite financiar las actividades de Cáritas. En 2010, según su memoria, Cáritas tuvo unos ingresos de cerca de 250 millones de euros. Dos terceras partes de este dinero fueron fondos privados y el tercio restante fueron fondos públicos. La parte del león de los fondos privados (130 millones de euros) fueron aportados por socios, donantes particulares, colectas y campañas. Es decir, por personas individuales dando voluntariamente su dinero a Cáritas.
La izquierda intenta deslegitimar esta solidaridad voluntaria tildándola de caridad. Entiende que la única solidaridad moralmente aceptable es la pública porque la privada atenta contra la dignidad de las personas y no es más que otro reflejo de la consabida explotación del débil por parte del fuerte.
Es decir, se nos está intentando convencer de que todo aquel que se acercase la semana pasada a la Plaza de España a donar un paquete de arroz y una botella de aceite o quien haya introducido una moneda en una hucha de plástico de un voluntario de Cáritas por la calle está, por ello mismo, humillando y explotando a los pobres.
Si fuese cierto que "quitando lo público, nos lo quitan todo" significaría que no hay solidaridad posible entre humanos sin que se la fuerce y, por ello mismo, diría muy poco de la calidad moral de los humanos. Por suerte, las personas son mucho más solidarias de lo que la izquierda cree.