Es peor aún que la manipulación del lenguaje. Al fin y al cabo, ésta se desvanece por sí sola cuando el manipulador choca con el resto de la humanidad, que entiende significado diferente al usar el mismo vocablo. Pero que un concepto, de contornos nítidos, tratemos que se considere como si no existiera delimitación alguna conceptual es una malformación de las mentes, aun en aquellas con voluntad de precisa información. Lo blanco será blanco con independencia de que nos empeñemos en considerarlo como el atributo de un objeto en un entorno próximo al atributo negro.
A qué vienen estas cosas, se preguntarán ustedes. Precisamente a eso: a que las cosas hay que definirlas y caracterizarlas por lo que son y no por lo que a nosotros nos convenga en cada momento que se acuerde que son; aunque para ello se consiga el máximo consenso. El déficit es un concepto nítido, la diferencia en exceso entre el gasto correspondiente a un período, a una obra, a un servicio o a una entidad y el ingreso atribuido a ellos.
Pretender argumentar que tal concepto de gasto, o tal otro, no debería computarse como gasto implica una contradicción en la propia esencia de lo que estamos hablando. O es o no es gasto, y ahí acaba la cuestión. A partir de ahí, caben todo tipo de explicaciones, más convincentes unas y menos otras; cabe hablar, incluso, de la conveniencia o, si se quiere, de la necesidad del gasto, lo único que no cabe es dejar de considerar el gasto como gasto.
Por ello, tratar de que el gasto que comporten las acciones públicas encaminadas a fomentar el empleo juvenil no se considere como tal para el cálculo del déficit lo considero una manipulación de los conceptos de déficit y de gasto. Porque ¿cuál es la razón para que tales partidas estén exentas de la consideración gasto/déficit, y no lo estén las que se producen como consecuencia de las necesidades de la sanidad, de la educación, de las pensiones o de la administración de justicia?
Es cierto que el paro juvenil es un hecho dramático, más aún cuando se estima en términos cuantitativos, pero no lo es menos el de la persona de mediana edad con familiares a su cargo. ¿Tenemos que asumir que estos casos merecen menor atención que los de los jóvenes?
Un parado, entendiendo como tal la persona que quiere trabajar y pone todos los medios para ello sin conseguir el pretendido resultado, es siempre un hecho dramático; lo es en lo económico, por la carencia de renta, lo es en lo familiar y social, y lo es, en fin, en lo estrictamente personal, excluyéndose del núcleo social que le es propio, al asumir una conciencia parasitaria, de la que no es, con toda probabilidad, directamente responsable.
¿Quiere decirse, por ello, que los gastos necesarios para atender estos problemas no deben computarse como gastos al calcular el déficit?