En palabras de Nassim Nicholas Taleb, autor de El cisne negro, si hay algún libro sobre esta crisis económica que destaque por encima de cualquier otro se trata de Promesas de papel, la cuarta obra del británico Philipp Coggan. La editorial El Hombre del Tres acaba de lanzar este ensayo en España, poniendo al alcance de los lectores un libro en el que se reflexiona sobre el dinero, la deuda y el futuro de la economía mundial.
Coggan es editor para Mercados de Capitales de la prestigiosa revista británica The Economist. Trabajó en Financial Times durante más de dos décadas y ha obtenido reconocimientos varios como el de Mejor Periodista Financiero en los Premios Harold Wincott o el de Mejor Comunicador en los Premios Business Journalist of the Year.
Esta semana, Coggan visita España para presentar Promesas de papel. Podrán verle en la Fundación Rafael del Pino, donde ofrecerá una conferencia este jueves a partir de las 19.00 horas. Pueden comprar su libro aquí.
Pregunta: En los últimos capítulos del libro, usted reflexiona sobre la ausencia de un sistema monetario internacional claro y estable. Hemos pasado del patrón oro a Bretton Woods, pero el régimen de los últimos cuarenta años ha ido derivando hacia una situación cada más volátil. ¿En qué dirección vamos?
Respuesta: La idea del libro es que el sistema monetario se ha desarrollado con altibajos, pasando de periodos en los que se apuesta por un patrón más rígido a etapas en las que se elige un paradigma más flexible. Todo el sistema puede venirse abajo cuando se acumula demasiada deuda, y ese momento es importante, porque el acreedor pasa a estar en una posición más vulnerable.
En toda Europa estamos viendo este punto de inflexión, bien en las quitas a depósitos, bien en las quitas a la deuda pública. Y esto señala un cambio de régimen que, lógicamente, admite primero más flexibilidad para el deudor pero, al mismo tiempo, alimenta un nuevo escenario en el que los países acreedores tienen mucho que decir.
Supongo que China tendría mucho que ver en ese cambio de régimen monetario internacional…
Los sistemas monetarios internacionales se mueven dentro de un triple dilema, una trinidad imposible que impide tener, al mismo tiempo, un tipo de cambio fijo, una política monetaria autónoma y un libre movimiento de capitales.
Como usted señala, China se ha ganado una enorme influencia a base de financiar las deudas de EEUU y Europa, y eso indica que su rol en el diseño de este nuevo régimen monetario podría ser muy importante. ¿Qué significa esto? Sabemos que a China sí le gustan los tipos de cambio fijos, pero no el libre movimiento de capitales.
Creo que vamos en esa dirección, pero tomará tiempo llegar a ese punto, al fin y al cabo estos procesos llevan mucho tiempo. El derrumbe del patrón oro a comienzos de los años 30 y la instauración de Bretton Woods estuvieron separados por casi tres lustros, y el fin de Bretton Woods no cristalizó en un paradigma monetario internacional claramente diferenciado hasta que pasaron diez años.
Pero no será un proceso claro ni limpio.
Claro, además pueden pasar otras cosas, quizá China apueste por convertir su divisa en una moneda de reserva internacional, entrando directamente en competencia con el dólar estadounidense. Por otro lado, es posible que se acentúen las tensiones monetarias y que esto genere una “guerra de divisas” o una carrera inflacionista generalizada. Este escenario es más pesimista, porque las consecuencias serían muy negativas.
Promesas de papel explica que hay paralelismos entre la crisis argentina y la de los países del Sur de Europa.
Argentina intentó atar la política monetaria al dólar estadounidense para domar la inflación. El problema es que un patrón monetario que se acomoda a la realidad de EEUU puede no ser el más apropiado para Argentina, del mismo modo que el euro no tiene los mismos efectos para Grecia que para Alemania. En el caso argentino, ese arreglo del peso con el dólar tenía que haber venido respaldado de un salto de competitividad y un mayor rigor fiscal, lo cual no ocurrió. Se dieron déficits enormes, principalmente por culpa de los gobiernos regionales, y esto acabó llevando a una enorme crisis.
Al entrar en el euro, los tipos de interés bajaron, se produjo una convergencia en toda la Eurozona que vino respaldada por la credibilidad alemana. Tradicionalmente, los países del Sur de Europa habían basado sus ajustes de competitividad en devaluaciones y no en reformas estructurales. Con el euro no se podía hacer esto, lo cual debería haber supuesto un aumento de la competitividad que no se produjo.
En muchos de los países que hoy están en crisis, los costes laborales aumentaron notablemente desde la introducción de la moneda única. Durante un tiempo, los desajustes se pueden mantener, pero a largo plazo, cuando se estira demasiado la cuerda, al final se rompe y llega una crisis y un ajuste duro.
Usted es uno de los principales columnistas de The Economist, la revista más influyente del mundo en el ámbito político y económico. ¿Qué valoración hacen de la crisis española?
Creo que hoy resulta evidente que los tipos de interés fueron demasiado bajos para una economía como la española y esto, evidentemente, permite que se generen burbujas especulativas, en este caso la inmobiliaria. La consecuencia fue un enorme endeudamiento, y con esto no hablo solamente del sector público sino de la deuda total del país, la que incluye también las obligaciones de las empresas y las familias. Si se rescata a los bancos, parte de esa deuda privada se convierte en deuda pública, y esto crea un gran problema, lo hemos visto no solamente en España sino en Irlanda o Islandia.
Llama la atención la lentitud del ajuste español, en el sector inmobiliario vemos que los precios deberían caer mucho más. Los inversores con los que hablamos nos explican que los bancos no quieren asumir esas pérdidas en sus balances, con lo que el ajuste se retrasa. Por otro lado, también llama la atención que no se hagan grandes reformas capaces de acabar con el problema del paro y de relanzar el crecimiento.
Preocupa ver que hay un desempleo juvenil tan alto, pero esto no debe conducir al inmovilismo. Las reformas no son populares si la economía decrece, si no se ve la salida, si la gente se siente insegura y desprotegida, pero posponer las reformas es un problema aún mayor. En Alemania, el desempleo entre los jóvenes no es mucho mayor que entre el resto de la población activa. Las reformas de los años de Gerhard Schröder se han mantenido bajo mandato de Angela Merkel y esto ha permitido que el mercado laboral funcione mejor que el español.